Mirando a los ciegos correr
Por Luis Borrás
Marcos Díez. “Desdoblados”. 142 páginas.
Ediciones Valnera. Villanueva de Villaescusa (Cantabria), 2012.
“Desdoblados” es una colección de “sesenta cuentos breves escritos entre los años 2008 y 2012”. Sesenta son muchos relatos para un libro, pero ese número tiene una explicación que Marcos Díez nos da en su “Nota del autor”: “Cuando me ofrecieron escribir una columna semanal de opinión en un periódico me dediqué a escribir pequeños cuentos de mil novecientos caracteres”. Y en esos dos detalles: el tiempo y el espacio en la escritura, están las claves de esta colección.
Lo primero que hay que agradecerle a Marcos es su reivindicación de la narrativa llevándola a una columna de opinión de la prensa escrita. “Con el tiempo he descubierto que a través de la literatura opino de las cosas que me parecen importantes y que, paradójicamente, no coinciden nunca, o casi nunca, con lo que se cuenta en los medios de comunicación”. Escribir cuentos como otra forma de reflexionar más allá de la actualidad y su rápida caducidad y conseguir que la narrativa apareciera todas las semanas en un periódico y no sólo en el mes de agosto para llenar los huecos con relatos veraniegos.
Pero esos dos límites que cité antes –tiempo y espacio- juegan más en su contra que a su favor. Tiene mucho mérito que alguien sea capaz de escribir un relato –aunque sea breve- a la semana. Ese compromiso obliga al trabajo, al esfuerzo y a la ebullición constante de la imaginación. Pero esa obligación por cumplir un plazo limita la creación al no darle el tiempo necesario para madurar y fuerza a dar por bueno lo que sea. Y lo mismo pasa con el espacio limitado, que obliga a ajustar el desarrollo del argumento sin pasarse de un número fijo de caracteres. Se dirá que reducir la historia a lo esencial es algo inherente a los relatos; y es cierto, pero eso no tiene nada que ver con la extensión. Se debe seguir esa regla de lo esencial, pero cada autor y cada relato debe desarrollarse sin verborrea que aturda y lo haga excesivo o con límites que lo jibaricen hagan que se quede corto. Las obligaciones laborales –como las películas alimenticias- a veces son necesarias, tener que pagar el alquiler no nos permite decir no, pero en algunos casos sale bien o regular y en otras rematadamente mal.
Hay una regla –a no ser que se sea un genio- del tiempo y la distancia que resulta fundamental en los relatos. Una vez que tenemos la idea se escribe un primer manuscrito y luego se olvida por un tiempo. Es la conocida técnica del congelador. Seis meses después se retoma el relato y se amplía, corrige o recorta. O se deshecha o rompe porque a lo mejor lo que escribimos en su momento nos pareció bueno pero seis meses después con los mismos ojos pero con una mirada distinta nos parece ridículo. Y eso es –creo- lo que le pasa a bastantes de los relatos de este libro, que al escribirlos y publicarlos en la misma semana no fueron previamente congelados.
Y es que hay algunos –sobre todo los del último grupo: “El cadáver arrepentido”– que parecen los típicos embriones de un relato que anotamos en un papel y desarrollaremos más tarde, buenas ideas que podrían servir como germen para un relato mejor y más elaborado dedicándoles el tiempo y trabajo adecuados –como “Nochevieja”, “Fe” o “El negocio”– que se mezclan con algunos completos y bien resueltos –“Benigno” y “La lista”– y otros que se quedan –como por ejemplo “Espías”, “La ascensión”, “Secretos” o “El teletransportador”– en una simple gracieta, el sueño delirante de una siesta o en cuentos típicos de escritor adolescente que producen cierto sonrojo.
Puedo llegar a entender que se haya querido reunir en un solo volumen todos los relatos de estas características escritos por Marcos, pero una labor de selección por parte del editor lo hubiera mejorado mucho porque en las otras dos partes restantes: “Descabezados” y “Hacia el mar”, hay un mejor equilibrio y resultado, y están –para mí- los mejores del libro; relatos completos y redondos: “El abandono”, “Las vacaciones”, “La discusión”, “Sueños”, “En blanco” -aunque este con una línea final que lo estropea-, “La vida de Pedro”, “La vida de Laura”, “Desdoblados”, “La avería” y los dos que más me han gustado: “La revista” y “La visita”.
En la mayoría se puede ver la influencia de Raymond Carver –al que Marcos cita expresamente en dos- y en otros –que no son esos que he anotado- hay buenas e ingeniosas ideas pero de nuevo me da la sensación de que se han resuelto con prisa o que se asfixian por la falta de espacio.
Lo más interesante, lo mejor de los relatos de Marcos es poner por escrito pensamientos que, estoy seguro, todos hemos tenido alguna vez: imaginar que sucede algo que nos libere y que al mismo tiempo nos hace sentirnos miserables por pensarlo. Con historias y personajes corrientes y sin lirismo que rebaje o endulce el dolor -su lucidez proviene de las palabras simples que describen lo amargo- nos muestra nuestra profunda insatisfacción, nuestras contradicciones, mentiras, fracasos y miedos.
Todo; la aflicción y el placer pasajeros, la presencia de la muerte, lo impuesto y el cambio, lo absurdo y lo imperfecto, lo bueno y lo malo, el amor y el desamor, lo inesperado y los golpes; todo tiene un principio y un fin, todo forma parte de nuestra vida. Así que lo que debemos aceptar es que por todo –tarde o temprano y más de una vez- pasaremos, y que tenemos que aprender a diferenciar lo que realmente importa de lo que no. “Mira a tu alrededor, observa a los ciegos correr”.