Camino de prefección

Por Sara Roma

carrington

Decía Dante que «cada uno se reviste de la llama en que arde». El hispanista y escritor Gerald Brenan decidió hacerlo con el recuerdo de un amor imposible y tormentoso: el de la pintora Dora Carrington.

Dora Carrington y Gerald Brenan se conocieron en las reuniones del célebre Bloomsbury, un grupo frecuentado por artistas e intelectuales británicos a principios del siglo pasado. De entrada, la pintora no se enamoró perdidamente del escritor, aunque se sintió atraída por aquel hombre alto, rubio, con piernas de atleta, que charlaba entusiasmado sobre sus futuros planes de viajar a tierras exóticas. A Dora le atrajo el poeta romántico de aire distraído y soñador que estimuló su curiosidad. Pero no fue el único hombre en su vida.

Carrington era bohemia y pasional y, como tal, vivía sus relaciones de manera abierta y liberal, hasta el punto de no importarle enamorarse perdidamente de un homosexual, el escritor Lytton Strachey. Aunque acabó casándose con  Ralph Partridge, el hombre a quien Lytton amaba. Juntos formaron el triángulo perfecto de una incomprensible relación matrimonial en la que Lytton era el vértice. Este trío, documentado a través de una ingente correspondencia, vivió diecisiete años juntos. Mientras tanto, al sur de España, un joven Gerald Brenan se atormentaba y se autoflagelaba con las cartas apasionadas de una Carrington que se comportaba como una auténtica perversa: una mujer provocadora pero distante, cuya fascinación crece en la distancia y a quien es imposible dejar de amar porque nos proporciona el placer del tormento. Sus efectos fueron tan aniquiladores que le causaron graves síndromes de abstinencia para los que Brenan encontró alivio siendo «otro», escribiendo. Sin embargo, y a pesar de la continencia autoimpuesta, volvía a caer en la tentación de leer sus cartas, unas composiciones carentes de equilibrio y plagadas de errores gramaticales y ortográficos.

Para Carlos Pranger, editor y albacea del legado literario de Gerald Brenan, nada es casual, y el hecho de que ahora podamos conocer esta atormentada y apasionada historia, gracias a la edición de Diarios sobre Dora Carrington (Confluencias, 2013), se debe al ferviente deseo del escritor de compartir con los lectores su gran testimonio de vida.

Al igual que los místicos, Brenan sabía que el sufrimiento −como sus fugaces encuentros con Dora Carrington− era el verdadero camino hacia la perfección. Ese camino decidió recorrerlo con la presencia constante del fantasma de la pintora, que lo acompañó hasta el final de sus días. El suicidio de su amada lo marcó de tal manera que no era extraño que las antiguas heridas se reabrieran. No obstante, lo que mata también sana. En efecto, las cartas de Carrington lo ayudaron a salvar su soledad y fueron el acicate necesario para dedicar su vida por completo a la  literatura.

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