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Una cultura de todos

Frans Masereel

La ciudad, Madrid, Nórdica, 2012, 120 pp., 15 euros. ISBN 978-84-92683-89-5

Mi libro de horas, Nórdica, 2013, 208 pp., 18 euros. ISBN 978-84-15717-25-6

Por Mario S. Arsenal (Twitter: @Mario_Colleoni).

La ciudad (copertina)Cuando la cultura intenta hablar a través de un lenguaje universal se produce un fenómeno verdaderamente insólito y maravilloso. El dato visual con el que tan familiarizados estamos hoy día, a veces sin la bondad ni la complacencia que desearíamos, es quizás el vehículo perfecto para expresar ideas subliminales. Insólito. Maravilloso. Porque uno –cualquiera, todos o ninguno– sin necesidad de ser letrado, puede acceder a esas ideas y fantasear entre ellas, evadirse de un mundo en continua ebullición, escapar de esta fea realidad que nos oprime, a unos más y a otros menos, salir por la puerta trasera del insípido bar de turno o dibujar un universo habitable en algún lugar de la memoria. Pero, y aquí está la miga del pan, con compromiso. Esa es la idea de Frans Masereel (1889-1972), una cultura de compromiso que aspire a todos los habitantes, a todos los ciudadanos, a todas las clases, accesible a cualquier lenguaje, abierta a la universalidad. Una cultura para todos. Curioso cuando menos, eso sí, que cien años después tengamos que seguir luchando por lo mismo y reivindicando los mismos ideales, ahora con otros impuestos arancelarios como los sistemas políticos y la ineptitud de las clases dirigentes, empeñados todos ellos en que el mundo no lo habitan personas, sino números. Ahora volvamos a Masereel.

Como ilustrador y grabador, aprendió el oficio tras aterrizar en ese álgido París de la década de 1910. Venía de Gante con las ideas claras y en la humeante ciudad del Sena descubrió los órganos de resistencia en plena vorágine de la Gran Guerra. Estuvo a caballo entre Suiza y Francia, pasando unos años en Ginebra al estallar el conflicto armado, volviendo a París tras la Segunda Guerra Mundial y agotando sus últimos días en Niza aunque finalmente no muriese en esta ciudad. Este confeso pacifista entabló contacto con los intelectuales más importantes del momento mientras que perfilaba su predilección por la técnica en madera. La xilografía fue así el modo de expresión más efectivo; llegó a hacerlo plenamente suyo y de hecho encontramos, ya en sus obras primerizas, una traducción potentísima de la realidad en imágenes. Una delicia.

Mi libro de horas (copertina)Claro que cuando la dicha es doble, se convierte casi en un privilegio. En Nórdica no han dudado un ápice a la hora de enfrentarse a la obra de este magnífico autor, traduciendo dos de sus obras, La ciudad (2012) y la más reciente Mi libro de horas (2013), ambas novelas gráficas de una hondura sin precedentes. La primera fue publicada en 1919 y es un hermoso ejemplo de la irrupción del fenómeno urbano en el imaginario del ser humano. Masereel se acerca a esa realidad con mucho tiento, sin caer en el panfleto y retratando prácticamente todas las caras de la sociedad, todos los ruidos del fluir vertiginoso de las calles, todo el abanico de olores y sabores que emergen de ella. Algo prodigioso, pero con todas las letras. La segunda novela, publicada en 1925, está compuesta desde un contexto humano más profundo e indaga en la naturaleza del hombre y la vida, en la llegada de una realidad mundana que en todo momento nos empuja a pensarla y reflexionarla. Sondea la dimensión total del mundo haciendo hincapié en los sentimientos más efímeros y, a su vez, más profundos del ser humano: el amor, la alegría, la jovialidad, la deriva, la soledad, el tránsito de la oscuridad a la luz y viceversa. Un recorrido lleno de presente y de pasado, en definitiva, una obra maestra de una vida de artista.

Acompaña además, a ésta última, el prólogo de un siempre soberbio Thomas Mann. Un prólogo que no nos cansamos de elevar a la categoría de imperdible por la aguda e interesante lectura que hace de esta labor vital, ya no sólo obra, ya no sólo arte, sino el pálpito del ser humano que se eleva por encima de las circunstancias tangibles de la urbanidad de cualquier tiempo y lugar. Termino este artículo con sus palabras porque con una sola de ellas se podrían resumir libros enteros sobre Masereel:

¡Sollozad con él tras el humilde féretro y dirigíos luego, porque así ha de ser, a una nueva vida, a un nuevo quehacer del corazón! ¡Imbuíos mientras hojeáis de todo el carácter enigmático de este sueño de la existencia del hombre aquí en la tierra, que es insignificante porque termina y se desvanece, y en cuya insignificancia, sin embargo, está presente lo eterno por todas partes haciéndolo realidad!

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