Ferrer Lerín: Argumento ornitológico
Por Daniel Bernal
Gingival. Francisco Ferrer Lerín. Epílogo de Fernando Valls.
Menoscuarto Ediciones. Palencia, 2012. 237 páginas.
En un risible, por pretendida profundidad, microtexto de Borges, los argumentos a favor de la existencia de la divinidad de Tomás de Aquino (1225-1274) eran retomados en clave de vaporosa ironía. Adentrémonos en la memoria y extraigamos aquellas célebres cinco pruebas del doctor escolástico. Las temerarias premisas del escritor de la Summa theologica venían dadas por algunos presupuestos de la metafísica aristotélica. Borges, que da a su fragmento el título de Argumenthum ornithologicum, juega a demostrar la existencia de dios considerando hipótesis tan sesuda como era haber entrevisto, al cerrar los ojos, una bandada de pájaros.
Gingival principia con un pórtico a todas luces llamativo, y que ostenta el epígrafe de Argumentum herpetologicum. En él, el narrador nos advierte de que encontrar culebras de Escolapio atropelladas no sabe si verlo como un hecho venturoso (por seguir constatando que existen) o malhadado (por comprobar el continuo goteo de fenecimientos). La presencia de la muerte como garantía de la existencia pero, también, de la desaparición fatal de la especie. Retengamos de Borges la reelaboración irónica y el humor, harto más palpable y explosivo en el autor barcelonés, y, asimismo, la obra como gestación de una miscelánea compilación a la que, sólo fragmentaria y burdamente, cabría aplicarle la noción de relatos.
Rara avis de nuestras letras, Ferrer Lerín arroja en Gingival una caterva de organismos cuyos tejidos abrevan lo mismo en la ficción que en tantas otras naturalezas discursivas. La condición esencial del libro, por tanto, es su morfología proteica, donde cada partícula, cada pasaje, se asemeja a un extraño vértice de gravitación.
Declaremos algunas constantes del libro. El género fantástico es una de ellas; y su manifestación recorre un arco amplio: desde la narración más estrafalaria hasta la irrupción de lo fantástico cotidiano, con algunos toques grotescos o escatológicos. Incluso los más realistas propagan una narratividad de irrupción de lo inesperado. Otra vertiente consiste en la transcripción de sueños. El discurso puramente narrativo se solapa, no obstante, con elementos ficcionales anfibios; los procedimientos más utilizados se instauran en la conformación de escritos que simulan notas eruditas, informes o apuntes de recuerdos. Las meditaciones originadas por variadas lecturas o las citas, con frecuencia, son incorporadas como obertura. He aquí, pues, otro procedimiento de ascendencia borgiana. Ferrer Lerín abunda en la camaleónica redacción de sucintas crónicas o artículos en donde la averiguación etimológica o la querencia pericial por la procedencia y evolución de los vocablos se torna basamento de la ficción. Un arcaísmo puede mover a la excitación, como en Sinónimos.
El tratamiento de temas como la muerte o el sexo se escancia en odres de irrisión y humor, las más de las veces. La muerte o el sueño sirven como pretexto para suspender la certidumbre entre las esferas de la vigilia y el sueño o la muerte y la vida (incluso promoviendo la confusión entre distintos planos). En una vuelta de tuerca más, Ferrer Lerín se hace protagonista de bastantes de sus textos en un alarde lúdico: son numerosas las alusiones a su condición de escritor (a sus propios libros) u ornitólogo, a supuestas experiencias sexuales u oníricas, o a discurrir su propia muerte. El escritor se reapropia de sí mismo como sujeto ficcional en clave irónica, como cuando, refiriendo que es «sabido que el fenómeno de la luminiscencia se da en los poetas», aporta una fotografía donde él mismo «es sorprendido en plena emisión (…) que capta el destello del ojo pineal».
La extravagancia y la excentricidad surten los fragmentos a modo de cúpulas o frisos. Dentro del volumen podemos establecer agrupamientos de series que abordan aspectos semejantes; así procede en Domicilios o Paisajes de la ciudad. Además, se pueden rastrear articulaciones de insistentes motivos que se repiten, bien complementándose, bien ubicando antecedentes y consecuencias.
La condición heterogénea de estas piezas, por su mismo origen (destiladas del blog personal del escritor) y multitud, redunda en la percepción de un conjunto desigual, con venturosos frutos, textos sobresalientes, otros singulares o llamativos por aspectos específicos, y algunos prescindibles. La mezcla de géneros es uno de sus puntos fuertes: Ferrer Lerín escribe como un rastreador que entreverase con profusión lo más diverso. Este atentado contra la unidad del libro secreta una visión de la trama como regencia de lo insólito, la historia como desconcertante accidente, un orbe de ignotas relaciones y coincidencias. Las tramas de estos relatos suprimen la causalidad o, en todo caso, se trataría de una causalidad que brota de lo inopinado, lluvia repentina de la extrañeza, que instaura, más bien, una lógica de la casualidad. En Nexus, el autor sitúa una especie de poética (atención a la referencia autobiográfica): «Una relectura de El bestiario de Ferrer Lerín (Galaxia Gutenberg, 2007) me lleva a considerar algunos de sus textos como fuente de un nuevo libro sustentado en la conexión y la extravagancia«. Esta mecánica difusa se sustenta en una escritura del salto; partiendo de cualquier motivo, digamos, de un artículo periodístico de Juan Cruz (en San Jorge y el dragón), desemboca en una historia sobre el primer viaje a Estambul de ese personaje ficticio que es el propio Ferrer Lerín. E, incluso, el salto en su vertiente de asociación libre que sustenta algunos relatos de ineludible aroma surrealizante como Engañosos encuentros. Además del salto como aspecto que permite vincular realidades aparentemente inconexas, también se halla la idea de pasadizo o túnel entre fenómenos o cosas que muestran afinidades o similitudes, y que sirven al narrador para extraer pintorescas conclusiones: la equivalencia sugerida entre la paradoja de los gemelos según la física relativista, y el episodio de un monje que se pierde en un bosque y se extasía trescientos años en la contemplación de un ruiseñor, o la identidad de los espacios autónomos que juzga entre el Studiolo del Palazzo Vecchio de Florencia que creó Giorgio Vasari, y el bar de la serie norteamericana Cheers.
Forjados estos relatos con una pulcritud clasicista, el trabajo de concisión, de un laconismo exacerbado, deja paso a una preocupación mayor por lo semántico: la transgresión siempre afecta más al orden del significado de las palabras que a su materialidad.
La ornitología, a la que se ha dedicado el autor, se cimbrea con el movimiento de los dedos por numerosas páginas de esta obra. Como en la clase de las aves, estos cuentos breves y extraordinarios se muestran en su naturaleza depredadora (Aquila chrysaetos), carroñera (Gyps fulvus), u omnívora (Turdus merula). El tiempo quebradizo que ha dado pie a la acumulación de estos relatos, brújula evolutiva, nos depara, por los recovecos del libro, el encuentro con el pasmo o el esplendor. Usted puede hallar aquí unas cuantas páginas que justifiquen, siquiera por un momento, su existencia.
«La condición heterogénea de estas piezas, por su mismo origen (destiladas del blog personal del escritor) y multitud, redunda en la percepción de un conjunto desigual, con venturosos frutos, textos sobresalientes, otros singulares o llamativos por aspectos específicos, y algunos prescindibles.»
Lo prescindible en la obra de F.F.L. exige identificación específica para una vez localizados sus focos de emergencia poder al menos contrastar la pretendida insuficiencia. ¿En qué pasajes piensa y se apoya el autor de la interesante reseña para fundamentar la declaración?