Ensalada Desestructurada con reducción de Atardecer Salado
Por MIGUEL ABOLLADO. Tengo que reconocer que me gusta Master Chef.
Todo lo que tenga que ver con la comida, me engancha. Me gusta comer bien, me encanta cocinar, y me entretiene cualquier cosa que vea por la tele relacionado con este mundillo. Cuando empezó el programa, era algo reticente a verlo. Sobre todo por algunos comentarios que había oído sobre las versiones en otros países. Pero poco a poco me ha ido enganchando. Me gustan los retos, los concursos de eliminación, los menús que tienen que preparar en tiempo record y tirando de imaginación. Me gusta cómo se curran los platos, cómo extraen sabores a ingredientes desconocidos para mí, me gusta también cómo los juzgan los cocineros, tanto los habituales como los que van invitados. Con dureza, pero con total sinceridad, y siempre explicando los fallos y los logros. Me han gustado las y los protagonistas aspirantes a cocineros (aunque no todos), la presentadora, que me cae muy bien, y sobre todo los tres cocineros que controlan el cotarro, Samantha, Pepe, y Jordi, aunque en su papel de «malos» de la función, jueces implacables, o ingratos abroncadores, a veces no han estado a la altura. Me explico. El espíritu del programa en su origen pudiera ser ese, el ser implacables, serios, duros, pero al final estos tres cocineros se han convertido casi en unos padres. Y eso es lo que más me gusta de este programa. Porque hacen muy bien su trabajo, y porque son eso, padres. Que juzgan duramente al que cocina mal, ensalzan al que lo hace bien, pero que también increpan comportamientos y actitudes impropios de nadie que quiera ser lo que sea. Por eso el payaso de Jose David -me perdonen, pero es lo que me parecía- se largó en el último programa. Porque era muy buen cocinero, pero en la penúltima prueba de selección, fue igual de bueno que el chavalito Fabian. Pero por tonto, se quedó fuera. Así de claro se lo dijeron los presentadores (aunque con otras palabras). Hay empate técnico, pero por tu actitud, tú te quedas fuera. El episodio del horno con Eva fue tan feo, que me alegré que también eso lo tuvieran en cuenta.
Seamos cocineros, abogados, políticos, ingenieros, escritores, me alegra ver que en algún programa, para variar, además de tus cualidades, de tu belleza, de tus músculos, de tu dinero, tengan en cuenta también si eres un buen ejemplo para la sociedad. Si eres un buen tipo, vamos.
Pero no todo ha sido así, claro. Traer a familiares de los concursantes para juzgar los platos de sus esposas, hijos o maridos, me pareció fuera de lugar. El padre que dijo que el peor plato era el de su hijo Fabian (sin saber que era suyo, claro), si después el chaval hubiera sido eliminado, habría sido una putada. No digamos el episodio de reenganche de una concursante que había sido eliminada en uno de los primeros programas. Con toda su ilusión, consigue entrar de nuevo al ganar a otros tres o cuatro concursantes igualmente eliminados. Nada más entrar la ponen en un compromiso bastante sucio, y finalmente, al no superar las pruebas del programa «normal», la hacen participar en el concurso de eliminación, y la echan otra vez. Encima echándole la bronca. Eso no estuvo bien.
De todas formas de lo que yo quería hablaros es de los cocineros «estrella». Vale que estamos en la vanguardia de la cocina mundial, vale que si Michelin no fuera francesa les daríamos mil vueltas y media en estrellas a los franceses, vale que el mejor restaurante del mundo es español (otra vez). Pero oye, hay algunas cosas que me parecen demasiado. Un ejemplo. El cocinero del mejor restaurante japonés de Madrid les hizo una exhibición a varios concursantes. Dicha exhibición consistió en cortar un salmonete gigante. Cuchillo en la mano, demostró sus cualidades cortadoras. Extrajo la carne cuidadosamente, partió los lomos en cuadraditos exactos, y finalmente «emplató» (me encanta esa expresión, os prometo que pienso usarla la próxima vez que vaya al Burger King) el resultado encima de las propias espinas del pescado. Unas pocas algas por aquí, un poco de salsita por allá, et voilá! Todos alucinados. Y yo más alucinado todavía. Pescado crudo cortado a la perfección. ¿Eso es cocinar? ¡Venga ya! En el otro extremo tenemos el plato de Berasategui. Huevo con ensalada líquida de hierbas y papada de cerdo. Las reducciones, los adornos, el horneo durante 48 horas de la papada, las láminas, los pétalos, la ensalada hecha puré. En fin, me parece excesivo. Seguro que está muy buena, pero oye, que son 37 pavos de ensalada. Menos mal que, en ese mismo programa, Lucio puso el contrapunto de cordura, al explicarnos que el plato estrella de su restaurante, uno de los más conocidos de Madrid, son los huevos fritos con patatas. Os cuento la receta (pero no se lo digáis a nadie). Fríes las patatas en su punto, después pones cuatro huevos de corral en la sarten a fuego fuerte. Cuando están hechos les das la vuelta, y finalmente los pones encima de las patatas. Rompes el huevo y ya tienes el plato. Si no los habéis probado, os lo recomiendo. Ricos, ricos, y a 12 pavos.
Me acuerdo también de la ensalada que hacía la madre de mi exnovia cuando íbamos a su pueblo. Consistía en la siguiente «vulgaridad»: lechuga, tomate, y cebolla. Eso sí, recién cogidos de la huerta. Limpias, secas, cortas, revuelves, aliñas, y lista. La mejor ensalada que he probado en mi vida. Su padre a veces asaba ventresca de atún en la barbacoa. Consistía en: Ventresca, y sal. No os quiero contar cómo estaba eso de rico. También me acuerdo de la tortilla de patata que hacía la señora que cuidaba a mi abuelo. Patatas, cebolla, huevo y aceite de oliva. La mejor tortilla del mundo. Se la he visto hacer cien veces, me ha explicado los trucos doscientas. Pero a mí no me sale ni parecida (de hecho me sale fatal). No me extenderé más (os podría hablar también del cocido o las croquetas de mi madre, pero entonces ya no acabaría nunca), a lo que voy, que sí es bueno innovar, que hay que hacer cosas nuevas, pero sin perder el norte, y sobre todo, sin desmerecer la cocina tradicional, que puede ser igual de buena, o mucho mejor, y desde luego, mucho más asequible a nuestros bolsillos que los menús que nos proponen los cocineros «estrella». Dos de los platos más complicados de hacer, son la ya mencionada tortilla de patata, y el bacalao al pil pil. En el país Vasco este plato es la estrella de todos los platos. Y sólo tiene tres ingredientes. Ajo, guindilla, y bacalao (y aceite de oliva, claro). Sobre el papel es muy sencillo de hacer. Mucho más que la tortilla de patata. Pero, ¿hacerlo bien?, amigo, eso es casi imposible (a mí creo que me ha salido solamente una vez). Quizás la cocina tradicional debería haber tenido algo más de peso en este programa. En ese caso, creo que Maribel habría ganado de calle.
Si os pica la curiosidad, no os perdáis este martes la final de Masterchef. Eva, Fabian y Juan Manuel compiten por ganar. Samantha, Pepe y Jordi, al jurado, presenta Eva Gonzalez y el invitado estrella es… tachán… ¡Ferrán Adriá! Los ingredientes no pueden ser mejores. Suerte a todos, y que gane Eva.
Ahora… yo me pregunto, ¿por qué os estoy hablando de esto? Ah, sí, ya me acuerdo. Comí con mi familia, y estuvimos hablando de Masterchef. Por cierto, que vaya ensaladilla que hace mi madre. Cosa fina, oiga. En fin, basta ya, que no son horas de hablar de estas cosas, con tanta comida a uno le entra el hambre.
Creo que hoy toca espagueti a la bolognesa para cenar. Ya sé que está mal decirlo, pero que sepáis que me salen de muerte.
¿Gustáis?