Estepaís
Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO. Les iba a escribir una reseña muy bonita y muy aparente de una novela que me ha gustado mucho, pero va a ser que no.
A cambio, voy a hablarles de <estepaís>, escrito así, todo juntito, que es como denominaba a España en la televisión hace un rato, el cateto ilustrado de turno.
Un cateto ilustrado es un zote con ínfulas de premio Nobel.
Alguien bien pagado de sí mismo y con una soberbia intelectual directamente proporcional al deficiente nivel de sus conocimientos humanísticos.
Por lo general, los catetos ilustrados adornan las paredes de sus acomodadas residencias con varios títulos universitarios y multitud de cachivaches traídos de recónditos lugares de Oriente; porque todo cultureta que se precie de serlo, comulga con la sacrosanta teoría de que de los Urales para acá, somos todos unos bárbaros. Por otra parte, los catetos ilustrados <se aparecen> generalmente en las tertulias televisivas con sus gafas de pasta, rebosantes de ideología, con un par de latinajos en la recámara y citando a algún personaje célebre al que desde luego, nunca saben ubicar en la historia.
De hecho, ahora mismo, y así, en plan suicida, me apuesto cien euros de cualquiera de ustedes (los que escribimos estamos siempre tiesos) a que si le pregunto a un espécimen de estos, qué pasaba en el mundo en el siglo en el cual vivió ese personaje que acaba de nombrar, el cateto ilustrado le echará la culpa de su analfabetismo funcional al lucero del alba.
Todo, menos reconocer que de pequeño se dio con el poyete.
En resumidas cuentas, un cateto ilustrado es, un tonto con denominación de origen y diploma acreditativo.
Este artículo se me está yendo de la tecla. A lo que iba. Decía que he escuchado a un bobo nombrar a España como: <estepaís>, una docena de veces en diez minutos durante una entrevista en un programa cultural.
Eso sí, en pleno orgasmo lingüístico, el fulano ha terminado su turno de palabra, aludiendo a una exposición de pintura española en la siempre animada Nueva York, citándola como: New York.
Sí, amigos lectores, Niu Yor.
Repónganse, a mi al escucharlo también me ha entrado el tic nervioso en el ojo derecho.
Es decir, el analfaburro este, se ha negado a llamar a su nación por su nombre, pero ha hablado de Nueva York con el genuino acento de un vecino de Queens.
Ya saben, lo que no se nombra, no existe.
Así que a partir de hoy, como la denominación <estepaís> , ha calado entre la ciudadanía y está en boca de políticos e intelectuales (sic) solo nos queda cambiarnos el gentilicio y pasar a llamarnos:<estepaisanos>.
Ahora toca renombrar a marchas forzadas tantas cosas…
La Real Academia de la Lengua Estepaisana.
La Armada Estepaisana.
La guitarra estepaisana.
Creo que la tortilla estepaisana nunca me sabrá igual que la de toda la vida.
Temporalmente, esta nueva regla gramatical, (que se llevará a cabo porque los ciudadanos somos unos malhablados, obviamente esta medida nada tiene que ver con la política…) puede provocar algunos malentendidos en las aduanas…
-Guardia civil: ¿Tiene algo que declarar?
-Turista alemán: Nein.
-Guardia civil: Bienvenido a estepaís.
-Turista alemán: ¿Perrro esto no es Spanien?
-Guardia civil: Mira… camoto, circula y no me des la tarde.
Evidentemente, nos llevará un tiempo adaptar nuestros textos en los campos de la enseñanza y traducción de otras lenguas cuando haya que rehacer los diccionarios, que pasarán a llamarse en adelante y valga un ejemplo, como: diccionario de inglés-estepaisano/estepaisano-inglés.
Aunque desde luego, lo más diver, vendrá en las juras de bandera, cuando el general al mando, arengue bizarramente a los soldados con un patriótico: ¡Viva estepaís!
Pero es lo que hay amigos, nos lo merecemos por fascistas.
Por carcas y por recalcitrantes nostálgicos del viejo Imperio Español, porque hay que ser un facha de cojones para llamar España a estepaís.
Y nada de banderitas patrias. Ni pegatinas, ni nada por el estilo. Que eso es nacionalismo español. Siempre y como mucho, en el futuro, ondearemos la bandera de nuestro pueblo, que ya vendrá un chino listo a vendernos los palos de esas banderas con los que nos atizaremos a gusto unos a otros.
Hoy ya no me escandaliza por tanto, lo que me rebuznó hace un par de veranos un muchachote con el que coincidí en una sangría playera, cuando le pregunté, por qué llevaba tatuada en el hombro la bandera confederada de los rebeldes sureños que perdieron la Guerra de Secesión estadounidense.
-¿Y esa bandera? ¿Perdiste algún tatarabuelo en Guettysburg?
-¡Si te parece me tatúo la bandera de España! Jijoooo… Jijoooo… -sonó su risa.
Una risa, ahora que caigo, muy parecida por cierto, a la del cateto ilustrado de la tele; que se ha marchado del plató encantadísimo de haberse conocido, porque encima, el público, le ha aplaudido a rabiar.