Con guasa de la de toda la vida
Por Mariano Velasco
“La Compañía de Teatro CECA reivindica el humor sencillo y cercano de siempre con la representación de ‘La tetera’, de Miguel Mihura”
La reivindicación para nuestro teatro y, por qué no, también para nuestra vida diaria, de aquel humor-de-toda-la-vida propio de las comedias de enredo de Miguel Mihura, Jardiel Poncela o Alfonso Paso –aunque tal vez hoy no se lleve demasiado y resulte un pelín desfasado, no digo que no– a servidor se le antoja, pese a que pudiera parecer contradictorio, casi como un soplo de aire fresco ante tanta gracieta pretendidamente moderna con la que nos bombardean desde ese sucedáneo del teatro en que se están convirtiendo, en estos tiempos de crisis y de subida del IVA, las series de televisión.
Desafortunadamente, la puesta en escena de este tipo de obras resulta cada vez menos frecuente, y están quedando reservadas al esmerado trabajo de grupos de teatro amateurs, pero no por ello menos dignos, como es el caso de la Compañía de Teatro CECA. Con cerca de 35 años de existencia, este grupo lleva ya un tiempecito haciendo teatro de ese de-toda-la-vida, representando obras de los autores arriba mencionados, entre otros, y apostando por montajes sencillos y divertidos con los que tratar de inculcar la afición por el teatro a un nuevo público que no acostumbra a acudir a las salas.
En este caso, han optado por representar una divertida versión de La tetera de Miguel Mihura en varios lugares de España, recientemente en Madrid y en breve en Murcia, Granada y Torrent (Girona). Se trata , en efecto, el de esta obra de Mihura y visto desde hoy, de un humor sencillo y sin grandes pretensiones, pero que, sin embargo, esconde tras su aparente falta de artificio la utilización de una serie de mecanismos dramáticos todavía muy válidos, y de los que algunos de los guionistas televisivos harían bien en tomar buena nota. En efecto, Mihura tira aquí de manual y emplea recursos que le son de sobra conocidos y que domina a la perfección, como es el caso de la creación de una situación, en ocasiones absurda, que genera una serie de expectativas de resolución que nunca acaban por cumplirse, se retrasan interminablemente o se ven truncadas por una nueva circunstancia inesperada.
Así, cuando esperamos que la reciente esposa de Juan, hombre de mundo acostumbrado a la compañía de mujeres despampanantes, sea una señora de las que quitan el hipo, nos aparece en escena la, siendo generosos, diremos que poco agraciada Julieta, que sí, que también quita el hipo, pero por motivos bien distintos, la pobre mía. Y lo mismo sucede con los chismes del padre Leocadio, personaje que, tras introducirse en la trama casi como de prestado, se convierte a medida que ésta avanza en el verdadero motor del argumento, en el tipo que todo lo lía y que no acaba nunca de aclararnos, el muy pesado, qué demonios sucedió en aquella casa aquel fatídico día.
Metidos en tal embrollo, uno de los grandes aciertos de Mihura es colocar a los espectadores en el mismo nivel de ignorancia en el que sitúa a la pareja protagonista, el sufrido amigo del dueño de la casa y su novia vedette. Sin posibilidad de elección, ellos y nosotros formamos parte del mismo equipo, del de los palurdos que no se enteran de nada de lo que está pasando hasta que no se aproxima el final del enredo.
Como en ese teatro que desarrollaría a la perfección Jardiel, Mihura recurre a lo cotidiano para buscar en ello lo absurdo. Lo tiene todo al alcance de la mano, en la vida misma, entre personajes que resultan ser de lo más sencillo, rayando en algunos casos la simpleza, y simples objetos de la vida cotidiana. Entre los primeros, ahí tenemos a la parejita de novios, viviendo en pecado los muy cochinos, muy a pesar del padre Leocadio, o a la pobre Julieta, luciendo con salero carnes y entrecejo sin preocuparse de lo que suceda a su alrededor; y, entre los segundos (recordemos, aludiendo a otro texto de Mihura, los tres sombreros de copa de Dionisio), los cafés que se tiran en los jarrones, la muñeca que pasa de mano en mano y, por fin, la dichosa tetera, elemento que, pese a su cotidianidad e insignificancia , encierra un fatídico misterio que no acabamos de desvelar y que nos mantendrá en vilo hasta que un nuevo objeto cotidiano, la estufa de gas, acabe por robarle todo el protagonismo.
No está La tetera, eso también es verdad, entre los mejores textos de Mihura –sus recursos humorísticos son menos creativos y más estereotipados que los de otras obras muy superiores, como es el caso de la aludida Tres sombreros de copa–; pero, aún así, se trata de una obra que, además del buen hacer y de la gracia de estos actores de la Compañía de Teatro CECA, cuenta con momentos muy divertidos con los que pasar un rato agradable disfrutando de una guasa y un buen humor, ya digo, de-los-de-toda-la-vida.
La Tetera
Autor: Miguel Mihura
Comapñía: Compañía de Teatro CECA
Dirección: Manuel Reyes
Reparto: Baldo Castilla, Manolo Martínez, Remedios González, Paco Guadix, José Antonio Duque, Pilar Barragán, Manolo Pastor, Pilar Castillejo, Merche Sedano
Próxima actuación: Teatro Romea (Murcia), 22 de noviembre