Maldito cumpleaños
Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO. Sesenta y cinco latigazos cumple hoy Leopoldo María Panero.
Porque eso, un latigazo, es lo que supone para este poeta cada año de vida.
La vida que intentó quitarse dos veces, antes de que decidiera encadenarse a ella recorriendo decenas de centros psiquiátricos, para acabar internado por voluntad propia, en la Unidad Psiquiátrica de Las Palmas.
Panero es la necesaria ausencia de sí mismo que revela a su verdadero ser.
Un hombre atado a las correas de la locura, que él califica como “la mayor injusticia de todas”. Así nos lo hace saber en “Hembra”. <<El último hombre>> 1984.
Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.
Injusto es también, entresacar algunas de sus obras sobre otras, pues todos y cada uno de sus versos le dan sentido al sinsentido de su humanidad, que solo él conoce, y que ha amasado con el barro de los caminos y lágrimas de ginebra.
Alcohólico y adicto a la heroína en su juventud, fumador compulsivo y voraz devorador de los versos del poeta griego Kavafis, homosexual como él; su prolija obra, que incluye ensayo y narrativa, es una antipoética loa a la autodestrucción firmada con un insalubre dejo a decepción.
Así, es ineludible citar, al menos, <<Así se fundó Carnaby Street>> 1970 y <<Poemas del manicomio de Mondragón>> 1987.
Hijo, hermano y sobrino de poetas, su biografía ha eclipsado a la de su familia, a la que ha fagocitado en su lírica tenebrosa para vomitarla en los versos más bellos y terribles que he leído nunca.
A decir verdad, comparada con la de Panero, toda poesía me parece impostada.
Encuadrado literariamente en los llamados “novísimos”, Panero repudia su blasón de poeta maldito y prefiere el papel de irreductible instigador de su propia melancolía retratándose como un lúgubre bailarín que danza con la muerte mientras la besa lascivo en los labios.
Panero es un narcisista involuntario que exhibe sin pudor su desvarío coagulado y que se ofrece en su poesía para ser devorado por todos nosotros en este baile de máscaras.
Un semidios preso en su propio universo asonante, (al que yo llamo, la poesía diferente), y que sería, un puente naíf para cruzar el abismo de la demencia. Un trampolín hecho de palabras íntimas y duras, desde el que lanzarse para caer “al infierno de la vida”; como él la describe y la escribe.
Sediento, siempre sediento de más dolor, confiesa que “la amargura es mi única sed. La soledad”.
Él sabe que vive en una pesadilla que no quiere abandonar, por eso, sus poemas hablan de una reclusión aferrada a sus propios barrotes y es tajante al respecto: “mi vida es un horror, pero quiero vivir”; aunque sea una vida a la que presume como un anticipo de otra, porque ya en sus primeras obras, nos deja adivinar un deseo de trascendencia y de reencuentro. Esto nos lo revela en los últimos versos del poema “Pavana para un niño muerto” de la obra << Narciso en el acorde último de las flautas>> 1979.
Porque todos llevamos dentro un niño muerto, llorando,
que espera también esta mañana, esta tarde como siempre
festejar con los Otros, los invisibles, los lejanos
algún día por fin su cumpleaños.
Y a mí, su vida me parece una interminable sesión de electroshocks y una borrachera de preguntas sin respuestas que amanece, cada día, con una resaca de agria lucidez, porque intuyo que el cuerdo, es él.
Que soples muchos latigazos más y rebaña hasta la última migaja de la tarta.
Te felicitaré, poeta, como creo que a ti te gustaría, o al menos, como te mereces.
Con un sincero, ¡maldito cumpleaños!