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PUSH THE SKY AWAY

20-Push-the-sky-awayPor JUAN CARLOS VICENTE. Admiraba los murales de vidrio, los haces de luz coloreada, las figuras religiosas en posiciones forzadas, un dedo aquí y otro allá, señalando a un cielo de dibujos animados, todo el conjunto suspendido, extrapolado del texto y el lenguaje. En cada representación palpitaba el miedo como elemento unificador, Escuchad, Obedeced, Seréis los hijos y los hijos los padres, Todos Vosotros, La Gran Comunidad. La Fe era la fortaleza del miedo y nos acogía, un redil que nos dejaba exhaustos, arrodillados en la madera y la losa, sintiendo la piedra convertirse en frío y ascender por nuestras extremidades.

No se trataba de preguntas, sino de respuestas.

Los muros contenían las cicatrices de la historia: impactos de bala, pequeños orificios de los que surgían telarañas de grietas fosilizadas. Aquella enorme estructura había temblado y sobrevivido, las vidrieras reconstruidas, idénticas al original pero completamente distintas, soportando los secretos susurrados, ocultándolos, confesiones banales, pueriles, pero también auténticos monstruos sentados tras la celosía, aguardando el perdón y la impunidad.

La puerta principal se abrió y una silueta oscura se mostró a contraluz. Éramos emisarios, recipientes, herméticas cajas de mierda. Nos cruzamos a medio camino, entendíamos el código secreto de alma, la ascensión y la caída, la imposibilidad que nos rodeaba mientras nos pudríamos por dentro, autoconscientes.

Salí de la iglesia perseguido por el sonido de mis pasos y alcé la vista hacia el cielo, apartado de cualquiera que participase de la vida en ese preciso instante. Pensé en el atentado, en la cárcel, en la corrupción que atesoraba en mi interior, ingobernable y humana, repleta de tristeza, esperando que me borrara.

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