José Ovejero habla de "La invención del amor", Premio Alfaguara de Novela
Por Benito Garrido.
Siempre he evitado la palabra amor. Un sustantivo devaluado, una moneda tan usada que ha perdido el relieve, de manera que se puede acariciar entre los dedos sin percibir imagen alguna; una moneda que no me atrevería a dar en pago por miedo a ser mirado como un estafador.
José Ovejero (Madrid, 1958) ha ganado con su última novela, La invención del amor, el Premio Alfaguara 2013. Una novela en la que el autor habla del amor –en ocasiones como si escribiera un ensayo, a veces coqueteando con la poesía–, pero también de búsquedas personales y de crisis sociales, de huidas y de refugios donde soportar el peso de la insatisfacción; lo que permite al autor reflexionar sobre la actual situación de nuestro país y sobre una generación de hombres y mujeres, que ahora rebasan los cuarenta y cuyas vidas se parecen poco o nada a aquellas que se inventarían, si pudieran. Una novela que combina la intriga del thriller con la inmediatez del reportaje. Narrada en primera persona, a través de una voz cercana, inquisitiva e irónica, el protagonista va desvelando las imposturas del amor y al mismo tiempo su absoluta necesidad.
La invención del amor. José Ovejero. Editorial Alfaguara, 2013. 256 páginas. 18,00 €
Desde su terraza, Samuel observa el trajín cotidiano como quien está de vuelta sin haber llegado a nada. Él es una persona que no se compromete con nada ni con nadie. Una madrugada, alguien le anuncia por teléfono que Clara ha muerto en un accidente. Aunque Samuel no conoce a ninguna Clara, decide asistir a su funeral, empujado por una mezcla de curiosidad y aburrimiento. Fascinado por la posibilidad de suplantar a la persona con la que lo confunden, Samuel se inventa una relación con Clara para Carina, la hermana de ésta, y entra en un juego del que va perdiendo el control; al poco tiempo no tiene nada claro si el amor que está inventando lo va a salvar o a acabar de hundirlo.
P.- La invención del amor es la historia de una impostura, ¿o quizás de varias imposturas incluyendo la del propio autor?
Me interesaba mucho la cadena de imposturas, partiendo asimismo de la propia invención literaria. Me atraía mucho como esa sucesión de mentiras va llevando al personaje a otro lugar, hasta que lo termina convirtiendo en otro… el Samuel del final ya no es el mismo del principio. El escritor a través de todas esas imposturas también se va convirtiendo en otro, utiliza sus personajes para indagar en sí mismo sin que por ello esos personajes sean su alter ego. Ese juego también convierte al autor en parte de la novela.
P.- ¿Te planteas la novela como un reflejo de la realidad?
La novela no puede mostrar la realidad, es más una representación que nos pone en contacto con la misma. Yo no puedo aspirar a mostrar la España de hoy, aunque esté como trasfondo de la novela, pero sí puedo poner en contacto al lector con sus propias ideas, su propia experiencia o sus propias emociones sobre esa España, crearle una atmósfera para que él mismo viva en ella. Esa es para mí la función básica que ahora tiene la novela.
En cuanto a la realidad de los personajes, cuando te pones a escribir y a crear un personaje, partes de tu propia experiencia, que son también los demás, la percepción de los otros. Lo que confluye en un personaje no eres solo tú porque sino estarías siempre hablando de ti mismo. En una novela de personajes como esta pretendo darte a ti como lector, ese espacio en el que sabes y puedes identificarte. Esa es la razón de que esta novela esté escrita en primera persona. Siempre he desconfiado de la primera persona pues exige un exceso de identificación, pero en este caso buscaba la tensión en el lector: tiende a identificarse con ese personaje que narra y al mismo tiempo le repele.
P.- ¿Cómo surgió la idea para escribir este libro?
Yo nunca parto de una idea, no pretendo transmitir un mensaje, no me digo voy a escribir una novela sobre el amor. Siempre parto de una historia, en este caso la de alguien que está en su casa, de madrugada, le llaman y le dicen que Clara ha muerto. Él no conoce a ninguna Clara pero decide seguir el juego. ¿A dónde lo lleva una mentira de este tipo? Y es entonces cuando me digo, vamos a jugar. Y según avanzo en la historia, me empieza a interesar ese aspecto del amor y de su invención. Me pregunto ¿cómo funciona un personaje que no cree en el amor y se encuentra en una situación así?
P.- ¿Es el amor una invención?
Para evitar los tópicos de la novela sentimental, la cuestión es darse cuenta de que el amor romántico es en realidad un amor absolutamente idealizado que no tiene nada que ver con la realidad. Llegué a la conclusión, coincidiendo con el protagonista, de que el amor es una ficción: uno se enamora cuando no conoce a la otra persona, y encima cuando le engaña dando la mejor versión de sí mismo. Esa parte del enamoramiento es un invento. ¿Cuándo empieza el amor? Precisamente cuando aceptas la realidad del otro, con su limitación y sus imperfecciones, y cuando aceptas las tuyas. Ese es el único momento en el que creo podemos hablar de amor (cuando tienes una relación real y no inventada). Esa invención del enamoramiento, como la ficción, no nos sirve para alejarnos de la realidad (como en la novela romántica), sino para devolvernos a ella.
P.- ¿Es esta quizás tu novela más contenida formalmente?
Si lo comparo con otros libros míos como La comedia salvaje o Un mal año para miki, sí es una novela más contenida, aunque en el fondo no sé por qué… Quizás por el hecho de ser una novela que tiene lugar sobre todo en la cabeza del personaje, me exige una mayor continuidad y evitar ciertas divagaciones. Entonces, la única ruptura que existe formalmente en la novela, y que le da vida, rehuyendo la monotonía, son esos momentos en los que se detiene la narración y, con el fin de crear una especie de visión panorámica, cada uno cuenta la historia del personaje ausente: Clara según Samuel, Clara según Carina, según el otro Samuel… e ir cortando esa linealidad narrativa para buscar otras facetas. Es la novela en la que menos cambios estructurales tiene, quizás más clásica, pero no menos fácil.
P.- Tu escritura disfruta de todos esos pequeños detalles que dicen tanto…
En esta novela le doy mucha importancia a los pequeños detalles porque buena parte tiene un solo personaje y vive mucho en el interior de ese personaje. Para que no se convierta en una especie de disquisición filosófica sobre el amor, y darle un entorno de verosimilitud, necesito el detalle, lo plástico. Fundamentalmente es por eso, me he planteado que el lector no solo escuche a Samuel, o lo vea sentir, sino que además vea su contexto y se pueda meter en la escena. No con grandes descripciones, no soy un autor que abuse de las mismas pues creo que no terminan de llegar al lector. Éste se mete mucho más en la novela con pequeños detalles que dan juego a la imaginación. Además, esta es una novela en la que hay muchas ideas, muchas reflexiones. Para que esas ideas salgan claras tengo que eliminar el ruido, que el lector sin excesivo esfuerzo vaya siguiendo el hilo del razonamiento del protagonista.
P.- Madrid, escenario de la acción, como un personaje más de la novela.
Podría haber transcurrido en otra ciudad española, pero no en el extranjero. Porque en mi libro transcurren dos historias: una, la crisis de los cuarenta en la que un tipo mira hacia atrás pensando que iba a ser otra cosa; y al mismo tiempo la crisis de los cuarenta de España: hace veinte años éramos lo mejor del mundo, dinámicos, creativos, estábamos creciendo y mostrando al mundo como ser modernos y originales… Veinte años después miramos atrás y decimos, joder, en qué nos hemos convertido, cuantas concesiones hemos hecho para llegar a esto. Una vez que somos conscientes del desastre, nos podemos plantear cambiar de vida (a los cuarenta todavía estamos a tiempo)… y es entonces cuando surge la crisis porque te das cuenta de esa situación y aunque estás a tiempo de cambiarla, finalmente no lo haces. Prefieres seguir anclado en la comodidad al miedo, al riesgo, situación paralela a la del país.
P.- “Somos buitres del pasado, habituados a hurgar en la carroña que han ido dejando nuestros errores e insuficiencias”. ¿Tanto nos condiciona el pasado?
Yo creo que sí que el pasado nos condiciona enormemente. A menudo lo que más recordamos no son los momentos felices sino esos que nos siguen reconcomiendo, cuando algo salió fatal, cuando fuimos culpables de algo, cuando tendríamos que haber hecho otra cosa diferente a la que hicimos. Los momentos felices desaparecen con mayor facilidad, de ahí la importancia de las fotos en las que al menos mostramos una sonrisa.
P.- ¿Ha habido algún libro que te haya servido o marcado en la escritura de esta historia?
Normalmente cuando estoy escribiendo una novela, procuro no leer novelas que se parezcan a lo que estoy escribiendo, algo que no tenga nada que ver. En este caso no he leído novelas ni ensayos sobre el amor, y además ha sido una época que he leído muy poco pues estaba cansado de leer. Lo que sí pasó mientras escribía esta novela es que iba al Museo del Prado con frecuencia, y esa contemplación de los cuadros se ha colado en la novela. No hay novelas que hayan nutrido de una manera consciente el desarrollo de esta. A menudo, lo que sí hago cuando estoy escribiendo y me siento torpe es leer a un autor que maneja el lenguaje con muchísima soltura y gran sentido del ritmo, Don DeLillo; leerlo es como si escuchases música, poesía, tiene una magnífica sonoridad.