Vosotros justificáis mi existencia
Por Óscar Bribián
Vosotros justificáis mi existencia, Nuria C. Botey.
Saco de Huesos Ediciones, 2012.
El terror es uno de los sentimientos más intensos que existen. Quizá por eso muchas mujeres, más capacitadas que los hombres (sin entrar en los individualismos) para empatizar con las personas y sus sufrimientos, tanto por motivos biológicos como culturales (no lo digo yo, sino Simon Baron-Cohen, Catedrático de Psicopatología y director del Autism Research Centre de la Universidad de Cambridge), suelen evitar en mayor medida este tipo de literatura. Es relativamente frecuente que una mujer abandone una lectura de terror o suspense por parecerle demasiado intensa, algo que apenas sucede en el caso de los hombres (y no, no estamos hablando de valentía). No sé si eso explica el hecho de existir muchas menos lectoras de terror que hombres (una proporción que en favor de estos es evidente, pese a ser contraria para la mayoría del resto de géneros). Pero, desde luego, también son menos las mujeres que se atreven a escribir historias enmarcadas en este campo. A nivel nacional, a todos nos viene a la mente la figura de Pilar Pedraza, pero existen bastantes más autoras, cómo no. Y una de ellas es Nuria C. Botey, quien también ha demostrado poseer una prosa muy cuidada.
En su primera antología de terror, Vosotros justificáis mi existencia, esta autora despliega varios estilos diferentes, de forma irregular, que pasaré a comentar. En ella caben relatos muy bien hilvanados, como Nunca beses a un extraño, una weird fiction que abre muy bien la antología, presentándonos la historia de dos chicas jóvenes (una al comienzo de la adolescencia, con sus inseguridades infantiles e ideas platónicas, la otra situada al final, cuando la libido es muy patente) que conocen durante sus vacaciones a un joven modelo japonés que posa para una pintora alemana, resultando unos cuadros de lo más intrigantes. La prosa de la autora aquí se perfila muy trabajada, con una buena presentación de personajes y sus pensamientos. Digamos que en este tipo de historias la prosa de la autora tiene valor por sí misma, independientemente de lo que cuenta (volvemos a evocar a Pedraza).
Animales de compañía sigue con el mismo estilo que el anterior relato, presentándonos al catoblepas, animal mitológico que come carne macilenta y amargas plantas venenosas.
Sin embargo, en el tercer relato, Lote79, el estilo narrativo y la voluntad de la autora cambia diametralmente, la trama se queda en un quiero y no puedo, una narración que prometía pero que culmina de una forma poco original (habría sido una buena manera de comenzar una historia al estilo de Clones, de Michael Marshall Smith, o algo similar). Querida hermana también resulta un relato bastante flojo, siguiendo la senda estilística del anterior. Son historias que, además, cojean, porque adolecen de inflexiones o finales convincentes, como en el relato que da nombre al libro, Vosotros justificáis mi existencia, donde la descripción del personaje es adecuada, pero esto debería ser el inicio de una historia de más poso, no de una anécdota.
Con Dancing with an angel, una historia de corte decimonónico con un marcado monólogo, el nivel remonta de nuevo. En Lucha entre dos manos, más decimonónico si cabe, el recuerdo de Poe es palpable, tanto por la forma de abordar la historia como por el conflicto psicológico que presenta, ya que las dos manos del narrador se enfrentan enfurecidamente sin que este pueda detenerlas.
Con Pityocampa y El regalo se alcanza el culmen del libro, dos historias muy logradas. Estilo contemporáneo, con intriga, personajes bien trabajados, prosa cuidada y finales acertados. El primero hace referencia a posesiones demoníacas, un engendro nacido de un nido de procesionarias y una joven, Lilith, en alusión a la figura legendaria de origen mesopotámico, que trabajando como criada en una casa castigará los comportamientos carnales del hijo de la propietaria. Aquí el sexo cobra especial importancia, siendo explícito pero descrito elegantemente por la autora.
En El regalo viviremos el sufrimiento de una mujer que observa cómo su marido adora cada vez más a una preciosa muñeca de porcelana llamada Dorita. Aquí, la autora hace gala de unas sobresalientes descripciones como esta:
“Pero aunque aquella maraña de sucios bucles pajizos recordase vagamente los manojos de algas secas que el mar amontona en las orillas de la playa después de las tormentas, no había nada más opuesto a la flacidez de las criaturas del océano que el regalo de Ortzi. El rostro de porcelana era redondo, con los párpados móviles orlados de tupidas pestañas, las pupilas vítreas de color azul, la nariz respingona, los labios rojos –entreabiertos para mostrar una menuda hilera de dientecillos apretados–, y el mentón apenas existente. Luego venía un cuellecito duro, que daba paso a un vestido de color verdiazulado salpicado de puntillas y ensombrecido por el polvo. Bajo este, dos piernas rectas escondían los pies en un par de zapatitos de charol rojo, cuyo color había sido transformado en burdeos renegrido por el tiempo y la falta de limpieza.”
Sin embargo, después del buen sabor de estos cuatro relatos, que han hecho olvidar el escollo de aquellas tres historias poco acertadas, nos encontramos en una pendiente pronunciada que nos lleva cuesta abajo. Y es que el léxico y el estilo vuelven a empobrecerse, pasamos a una prosa demasiado pedestre para narrar historias carentes de fuerza.
Es importante resaltar la capacidad de la autora para abordar el sexo (presente en muchas de sus historias) con todos sus matices, desde las formas más explícitas hasta las sutiles, y su voluntad por adentrarse seriamente en los problemas internos, psicológicos, de los personajes, algo que por desgracia no es habitual en la literatura de este género, generalmente más plana en este aspecto.
En definitiva, nos encontramos con una antología muy heterogénea en la que caben relatos de corte decimonónico, detallistas, pausados y descriptivos, con otros estilos más modernos, de lenguaje menos alambicado y narración más ágil, y también con historias de estilo y forma mucho más empobrecida, que quizá no merecen compartir espacio en el mismo libro.