Berlín Alexanderplatz
Berlín Alexanderplatz, Alfred Döblin, Trad. Miguel Sáenz, RBA, 2013, 512 pp., 23.00 €
Por Sara Roma
En su obra Así habló Zaratustra, Nietzsche se refirió a dos tipos de azar: uno, como sinónimo de inocencia, de ausencia, de finalidad y de culpa; y otro, como el absurdo y el sinsentido de la existencia, al que denominó Gigante Azar. Este coloso, que con mano de hierro ha dirigido el curso de la Historia es, sin duda, el peso de la inercia, de la molicie a la que se entregan ciertas personas que prefieren eximirse de la responsabilidad de su destino y existencia, como le ocurría al protagonista de Un hombre que duerme, de Georges Perec. Y es que a veces, el ser humano se siente dominado por unas fuerzas que ni siquiera llega a percibir claramente, y cuyo funcionamiento le resulta absolutamente desconocido y enigmático. En Berlin Alexanderplatz, la gran obra de Alfred Döblin, la vida se experimenta como un azar. La novela aborda el sentimiento de pérdida del hombre posmoderno que se interroga sobre la forma brutal en que individuos y vidas son destrozados en la gran urbe sin motivo alguno, solo por un azar fortuito. En esta novela la casualidad es el eje del destino humano y la vida en la ciudad se convierte en un enigma sin resolver.
Cuando hoy día nos referimos al escritor Alfred Döblin es imposible no hacerlo sin mencionar Berlín Alexanderplatz. Sin embargo, a diferencia de coetáneos como James Joyce, Virginia Woolf o Thomas Mann, nunca gozó de una comunidad de seguidores, ni siquiera tuvo enemigos. Su nombre no concita congresos ni centra investigaciones de germanistas y, lo que es peor, seduce a pocos lectores. Esta obra, que en 1929 fue un éxito de ventas, ahora, en palabras de Günter Grass, “yace como el plomo”. Por fortuna, recientemente RBA acaba de publicarla y lo hace con una cuidada y elegante edición en pasta dura, precedida por un brillante prólogo de Günter Grass y completada con varios anexos y epílogos, como el de su editor alemán, Walter Muschg, que la hacen más interesante si cabe.
Poco sabemos sobre el efecto de los libros y cómo se aceptarán las palabras de un autor, pero si de algo estaba seguro Alfred Döblin es que una novela debe superar a su autor, pues este solo es el medio para alcanzar el fin de un libro. El escritor alemán afirmaba que el objetivo «es la realidad exánime. El lector totalmente autónomo frente a un proceso hecho y configurado; es él quien puede juzgar, no el autor». En definitiva, lo que pretendía era desaparecer tras sus libros. «Como médico, sólo conozco muy remotamente al escritor que lleva mi nombre», sostenía. Precisamente, su profesión de psiquiatra lo puso en contacto con muchos criminales. De los pacientes a quienes trató obtuvo su visión particular de la sociedad: la de que no hay fronteras rígidamente marcadas entre los delincuentes y los que no lo son, la de que sociedad en la que él vivió estaba socavada por la delincuencia. Esto mismo le sirvió para agudizar su conciencia del entorno y del paisaje en que se movía: el Berlín oriental. Ahí halló una clase de hombres interesantes cuyas vidas e historias eran dignas de ser narradas. Berlín Alexanderplatz ofrece una percepción de cómo vio a aquellos hombres.
La fama de esta obra estuvo precedida por su temática −pues era la primera novela importante de la gran ciudad en literatura alemana− y por su estilo, en el que se aprecian las bases del futurismo berlinés de la maquinal y caótica vida moderna que tan magistralmente reprodujo en la gran pantalla unos años antes Fritz Lang con Metrópolis. Como Döblin considera la historia un proceso absurdo, se opone a los decretos categóricos, a las normas sintácticas y a un estilo retórico. Por el contrario, su narración está siempre en presente, cambia continuamente el punto de vista del narrador, fragmenta la historia en escenas breves que se suceden de manera discontinua, rompiendo considerablemente los cánones literarios. La imagen de Berlín se construye como un collage, con recortes de periódicos, prospectos comerciales, cartas de reclusos, estadísticas y canciones. En definitiva, su efecto es como el de las manchas de color en cuadros vanguardistas: solo en la distancia se puede apreciar su sentido y su magnitud. Lo mismo le sucede a esta novela que habla de temas tan actuales como la crisis económica, la guerra o la pérdida de la confianza en los políticos. La novela es una parábola del camino que recorre Europa en estos momentos.
Berlín Alexanderplatz es un microcosmos encarnado por las figuras de dos dioses, un mundo en construcción y destrucción simultáneas. La delincuencia simboliza a la perfección ese caos y esa destrucción a las que se ve abocado Franz Biberkopf, el héroe de esta novela épica, cuando sale de la cárcel. La naturaleza del protagonista es bondadosa y, por ello, se afana en demostrar su honradez cuando se reinserta en la sociedad, acatando con fidelidad las leyes. Al principio, lo consigue. Luego, se ve envuelto en un problema imprevisible y fatal. Los golpes se suceden de manera fortuita y azarosa y acaban con el hombre que fue. Sin embargo, antes de poner fin a su vida, se obra el milagro. Contemplar y seguir a este hombre luchador, que se ha transformado y que continúa en pié a pesar de los avatares será útil para muchos que como él viven dentro de una piel humana y para quienes esperan de la vida algo más que un pedazo de pan.
Leer esta edición es un regalo y una oportunidad que no deberían dejar pasar. Juzguen ustedes.