La Danza de los Malditos
Por JUAN LUIS MARÍN. La cosa empieza así: un tío cercano a los 40 atraviesa una crisis después de una ruptura sentimental que le lleva, entre otras muchas cosas, a beberse hasta el agua de los floreros y tirarse todo lo que se menea.
Soy de los que cree que el estado de ánimo influye en el modo en que uno interpreta y siente lo que lee. También la música que escucha. O como espectador de lo que ve, ya sea cine, teatro, televisión… Incluso la propia vida. Por eso leí las primeras cien páginas de La danza de los malditos del tirón. Aunque no tenga floreros en casa y menearse se meneaba (y se menea) bastante poco.
Pero no nos equivoquemos, el mérito no es solo de la crisis (la mía) sino de Miguel Abollado, el autor, quien con una facilidad pasmosa logra hacerte cómplice de las tribulaciones de su protagonista… a no ser que seas de esos acomodados con dos o tres enanos, una monovolumen, gnomos en el jardín y chimenea en el salón. Porque en ese caso, y lo digo desde el cariño, tu mundo no tiene nada que ver con el que se describe en la novela. Porque tú no has danzado con los malditos. Al menos con los nuestros.
O porque no eres un maldito.
Al menos, como nosotros.
Casi dos años después de empezar a ser representado por Página Tres y apenas dos meses después de publicar mi primera novela, he tenido la ocasión de conocer a algunos de esos «malditos» y comprobar que su «danza» no es tan distinta de la que llevo practicando tantos años. Dicen que «mal de muchos, consuelo de tontos», pero en este caso, lo que he aprendido, lo que me reconforta, es que no estoy solo.
Llevo mucho tiempo escribiendo, pero es ahora cuando estoy conociendo a otros que también lo hacen. Cada uno de su padre y de su madre. Pero nos une una ilusión. Y es un lujo poder acompañarles en su camino para hacerla realidad… y que ellos te acompañen en el tuyo. La «danza» de los que consiguen publicar incluye presentaciones y firmas de ejemplares, muchas veces con maletas llenas de libros que los mismos autores, como Miguel, llevan de un lado a otro. Sin apenas apoyo de algunas editoriales para la promoción de sus novelas, las mueven por Internet, luchan para que se publiquen reseñas, para conseguir más presentaciones, incluso un rincón para firmar en San Jordi… o en la feria de Pedrezuela. Los hay que han dejado su trabajo por la llamada de esta vocación, y otros que la comparten con lo que les da de comer. Arrancando horas de donde pueden para seguir escribiendo. Y que tengas algo que leer. Porque si no fuera por estos «malditos», si solo pudieses leer lo que escriben aquéllos que SÍ pueden vivir de ello, ni siquiera conocerías a Dan Brown o J.K. Rowling. Ellos también fueron malditos. Ahora, dichosos. Y es hora de que otros tengan la misma oportunidad.
La danza de los malditos empieza con una crisis… y deriva por caminos que te animo a recorrer. Y que no tienen nada que envidiar a otros (más bien todo lo contrario) que por razones que no dependen del talento, te meten por los ojos o taladran tus oídos. Además, transcurre en Madrid. Y te va a descubrir un montón de secretos sobre esta ciudad. Y sumergirte en la vida y obra de uno de los artistas más grandes que ha parido madre: Francisco de Goya. Como «mcguffin», una obra inédita del genial pintor que va a desatar todo tipo de misteriosos acontecimientos…
Si la hubiera escrito Clive Cussler muchos no lo dudarían.
Si eres uno de esos, pregúntate por qué no sales a comprar La danza de los malditos.
Y cómprala.
O te convertirás en otro tipo de maldito…
Los tontos.