UNA MÁS
Por Miguel Ángel Albújar Escuredo
Si pone la televisión y conecta con el informativo (da igual de qué canal, productora, magnate público o privado), ¡atención! ¡Tenga mucho cuidado! Acaba de abrir una ventana a la Tierra Baldía. Puede que usted no lo sepa ni lo advierta de primeras, pero poco tardará en apercibirse del desliz a través de ese portal traicionero que es su televisor. Usted con esos pelos y recién aterrizado en el jardín de los siete crepúsculos, aunque eso sí, continúa sentado en su sofá. No se mienta, antes o después una batería de desgracias ajenas, dolores extranjeros, lamentos impronunciables, escaleras de incendio abarrotadas de planetas dolosos se asomarán a su pequeña huerta de ocio y le informarán de que ha depositado su realísimo en la mismísima puerta del infierno. Pero sin rubia de muerte que acuda a salvarlo. Es lo que tiene el presente mediático, mero sufrimiento oscilante alrededor de su imperturbable sensibilidad anónima (usted, uno de multitud).
O eso se deduciría si la realidad estuviera realmente reflejada en los informativos televisivos que han tomado género de ficción grotesca. Oriana Fallaci dijo numerosas veces que una de las cosas que más odiaba era el espectáculo del sufrimiento. Los medios de comunicación, o al menos muchos de ellos, se empachan a antojo de la simulación de una narración paralela a la callejera, una historia capaz de encadenar sin kitkat que valga a un posible asesino en serie, un pederasta, una banda mafiosa, el hambre, la guerra, la tortura, alzamientos violentos e infinidad de males emparentados. Y todo ello sin dar una pizca de información relevante, más allá de la descripción morbosa de las mismas imágenes, retroalimentando la sordidez hasta pozos de mierda de negritud cósmica. Como una ducha fría en una mañana de enero (en Siberia). De la mierda a lo feo no hay mucho, ¿verdad?
El feísmo según Manuel Vázquez Montalban caracterizaba al régimen franquista, añado el símil: Franco era a lo feo lo que la metástasis al desahuciado (apunte: cuántos desahuciados debe de haber en España para que la cutícula catódica del cuerpo social solo supure aflicción, tormento y miedo). El negocio de lo feo, en mutación ruin desencadenada, ha arrinconado la información del mismo modo que el entretenimiento chabacano y la especulación paleta se ha impuesto a la reflexión profunda y al pensamiento fuerte. Desde un segundo escalón, más alejado, la crítica puede hacer escarnio y prognosis de este mal de Transición caducada, que ya apesta a rancia porque el cadáver que dejaron en el armario se ha descompuesto en guano rancio aleteando peste a todo y de todos. La cajita rectangular menguante (otro apunte: ¿se han fijado que la televisión cada vez se parece más a un nicho sin fondo?), decía que la tele es canal de enfermedad, padece de los mismos síntomas por vía visual que la sociedad por vía democrática: anemia moral y sofismo ético (entiéndase en su versión charlatana).
Paradójicamente, en una época de destape de información y desate comunicativo, la imagen sabia escasea y las narraciones audiovisuales renuncian a la potencia plástica de la que carece el lenguaje escrito, centrándose en la estupidez superficial de lo percibido inmediatamente. El ditirambo constante hacia la hiperconexión, la atrofiada conectividad y el desapego a lo físico en favor de lo etéreo olvida una y otra vez el pacto de verdad que vertebra toda comunicación humana. De qué sirve saber lo que ocurre en la otra punta del mundo si eso no es cierto. Y cuando lo es tan solo corresponde a una minúscula porción insuficiente para construir opinión y posicionamiento crítico. De qué sirve conocer la cara de un sicópata si desconozco el porqué de su aislamiento inhumano; el hecho de que sepa que hay otro pederasta encerrado debe hacerme sentir seguro o inseguro, qué me aporta esa noticia a secas, ¿la confirmación de un hecho horriblemente crónico? No pueden dejarnos a la deriva, merecemos la cartografía de lo que respira bajo la facha de esas monstruosidades; otro grupo mafioso detenido por la policía, un dato más en la estadística policial, no queda rastro del periplo criminal que pesa sobre esas cabeza dobladas mientras son encerradas en el furgón policial; el hambre africana hace estragos, como siempre; en algún culo del mundo por culpa de una guerra impronunciable han muerto decenas, la unidad carece de importancia porque es una palabra; alguien en algún sitio a torturado a alguien (suele ser España y los torturados suelen ser seres humanos en todos los casos, sean españoles o no lo sean); por último, ración de enfrentamientos en alguna plaza perdida de la mano de dios, este mes toca Turquía, ración nueva de un mismo menú. La comida griega empezaba a ser repetitiva.
Y mañana más (por supuesto), así han sido las cosas (siempre) y así se las hemos contado (para siempre). ¿Quiere postre, señor?