Lecciones magistrales de Ana María Shua. Entrevista por "Contra el tiempo"
Por Benito Garrido.
Ana María Shua es una figura clave en la narrativa argentina actual y reconocida maestra en el género brevísimo de la microficción. Nació en Buenos Aires en 1951. Desde sus primeros poemas, reunidos en El sol y yo, ha publicado más de cuarenta libros. En 1980 ganó con su novela Soy Paciente el premio de la editorial Losada. Sus otras novelas son Los amores de Laurita, (llevada al cine), El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim) y La muerte como efecto secundario (Premio Club de los XIII y Premio Municipal en novela). Cuatro de sus libros abordan el microrrelato, un género en el que ha obtenido el máximo reconocimiento en el ámbito iberoamericano: La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas, reunidos todos ellos en Cazadores de Letras (2009), a los que siguió Fenómenos de circo (2011).
Contra el tiempo. Ana M. Shua. Edición de Samanta Schweblin. Editorial Páginas de Espuma, 2013. 240 páginas. 17,00 €
Los cuentos de Shua, como los recopilados aquí, vienen a completar la cartografía literaria de una escritora indispensable que se mueve entre la realidad y el sueño o la pesadilla, entre lo cotidiano y lo fantástico, guiando a sus personajes por situaciones extremas donde en ocasiones no falta tampoco el humor sutil, el absurdo y la ironía más cruel. Un mundo personalísimo para unos relatos magistrales. Esta antología preparada por Samanta Schweblin selecciona lo mejor de cada uno de sus libros para ofrecer al lector una magnífica oportunidad de adentrarse en su obra.
P.- A la hora de escribir, ¿es la autora la que se impone o es la historia la que exige el género final, sea cuento, novela…?
No es exactamente ni una cosa ni la otra, sino que cuando uno comienza a escribir una historia, va dictando ciertas leyes, y hay un punto en el relato en el que son esas leyes las que se imponen, y ya ni siquiera el autor puede contradecirlas. De pronto, uno ha decidido que un personaje se tiene que suicidar en la página siete, y cuando llega a esa página, el hombre está ahí sentadito, justo en el borde de la terraza, pero no se tira. Y no lo hace porque el personaje se haya rebelado y quiera hacer lo que dé la gana, sino porque uno no preparó las cosas para que eso sucediese. Entonces puede ocurrir que uno tenga que dejar de lado todo lo que escribió y empezar otra vez, ahora con otras leyes.
P.- Algunos de tus cuentos son tan reales que pueden superar cualquier ficción. ¿Te dejas sorprender por la vida a la hora de escribir?
Eso precisamente es la literatura, dejarse sorprender por la vida, tener la posibilidad de volver a mirarlo todo con una mirada de niño, una mirada no contaminada, no encasillada por la cultura a la que uno pertenece. Yo creo que hay un punto en que un niño necesariamente comienza a ser devorado por su cultura para convertirse en ser humano; y eso lo puede ver en el momento en que el niño dibuja esa casita con el techo a dos aguas y la chimenea con humo. Quizás esa sea una casa que nunca vio en su vida, pero en ese momento el niño deja de mirar, deja de sorprenderse porque ya sabe como son las cosas: son como su cultura dice que son. Entonces, creo que los escritores, así como cualquier persona que se dedique a una actividad artística, tiene que poder perforar esa barrera de la cultura que le tapa los ojos, y volver a mirar las cosas como si las estuviera viendo por primera vez.
P.- Eres una autora conocida sobre todo por tus cuentos y microficciones. ¿Qué te aporta este género que no encuentras en otros que también has afrontado como la novela o la poesía?
Todos los géneros literarios me interesan. Cada uno permite otro tipo de desarrollo: en el microrrelato yo juego mucho con el lenguaje, me encanta hacer piruetas con las palabras; el cuento me permite un desarrollo de situaciones y personajes; la novela es eso mismo pero llevado a un alcance más amplio en ciertos sentidos, aunque sin que ello quiera decir que la novela sea superior al cuento en modo alguno. Los límites en el desarrollo que impone el cuento hacen que la acción esté mucho más concentrada, haciendo que el cuento alcance ciertos grados de intensidad que en la novela se diluye un poco por la extensión. Y en cambio la novela me permite un desarrollo de personajes que no permite el cuento. Cada uno de los géneros tiene sus propias características interesantes. A mí en concreto, todas me gustan.
P.- También has hecho teatro y guión de cine, sin embargo tus cuentos no son de largas conversaciones.
No son los géneros en los que me encuentro más cómoda, prefiero la narrativa. Y cuando hago narrativa, me gusta más contar un diálogo en forma indirecta, hablar de lo que los personajes se dijeron más que escucharlos en su propia voz. No tengo muchos diálogos, ni en los cuentos ni en las novelas.
P.- Otros cuentos se mueven más por lo fantástico, por ese sutil hilo que desvía al personaje de la realidad. ¿Son estos relatos quizás más complicados de hilvanar?
No, para nada, todo lo contrario. Lo primero para mí fue la literatura fantástica, me formé en la lectura con ella (dime lo que lees y te diré lo que escribes). Para mí un libro muy clave compilado por un gran autor argentino, Rodolfo Walsh, era Antología del cuento extraño, una recopilación de cuentos fantásticos de finales del XIX primeros del XX, de los más grandes escritores internacionales especializados en el género. Leí apasionadamente esa antología, algo que me marcó muy profundamente. Eso y la tendencia hacia lo fantástico que tiene toda la literatura argentina, sobre todo la rioplatense. Cuando empecé a escribir, para mí lo fantástico era lo más natural. Fue un lento crecimiento que me permitió empezar a manejar el realismo.
P.- ¿La ironía y el humor se hacen patentes cuando éste es el único camino para enfrentar aquellas historias tremendas que son difíciles de aceptar?
No puedo escribir sin humor, esa es una característica personal de la que no me puedo desprender. Hay humor en todo lo que escribo, a no ser que me proponga deliberadamente escribir sin humor, algo que a veces sucede. Si escribo distraídamente lo que sale, siempre lo hace con humor.
P.- Personajes cercanos, de los que se pueden encontrar en cualquier café, que descubren una visión frustrada y triste de la existencia.
La vida es muy divertida e interesante, pero hay gente, una gran mayoría, que no se da cuenta. Entonces sí que creen vivir una vida gris y frustrada. Yo no busco crear personajes excepcionales, creo que hay una línea Dostoyevski y una línea Chejov: la primera busca precisamente los personajes excepcionales, los que se destacan por ser absolutamente extraños y diferentes; y la segunda es todo lo contrario (la que a mí me gusta), trabajar con gente común, de todos los días, que no tengan nada especial ni raro, y a los que les suceden de pronto cosas muy inesperadas, con reacciones igualmente inesperadas, que ni ellos mismos se hubiesen imaginado.
La personalidad del personaje debe aparecer rápidamente pues no contamos con mucho tiempo. El personaje debe ir reafirmándose y reconociéndose conforme avance el texto, pero ya previamente bien definido. Y ahí surge un desafío realmente interesante: lograr que el personaje sea claro y definido en su personalidad sin que sea caricaturesco, sin llegar al estereotipo. Y eso es algo muy difícil. Quizá ahí está una de las claves de la buena escritura.
P.- ¿Son aquí más importantes los sobreentendidos, las sensaciones y lo que no se cuenta?
La famosa teoría del iceberg que comentaba Hemingway: lo que vemos de un cuento es como la parte que sobresale del agua en el iceberg, y todo el resto, la mayor parte, queda del otro lado… El lector no lo ve, pero el autor lo tiene que saber. Y sobre eso que se sabe pero no se dice, se monta lo que en realidad va a leer el lector. Hay un efecto de elisión que el escritor hace de forma inconsciente, tratando de dar las pistas y claves de lo que va a suceder pero sin excederse, sin palabras de más. Al menos, esa es mi idea sobre como contar una historia.
P.- La imaginación es básica para un escritor y más para un escritor de cuentos. ¿Temes que esa originalidad algún día ya no llegue a sorprender al lector?
Sí, creo que ese es el gran temor de todo escritor: uno quisiera ser siempre original, no solo con respecto a otros escritores, sino también con respecto a uno mismo, que es lo más difícil. Uno quisiera hacer cada vez un libro nuevo, pero conforme van pasando los años, y se van escribiendo más libros, entonces se va haciendo más difícil producir algo distinto de lo que ya escribió, que sorprenda sobre todo al lector propio, que ya ha leído otros libros de uno. Eso no siempre se logra. Cuando uno empieza a escribir piensa que puede escribirlo todo y que las posibilidades son ilimitadas. Y no es así, no solo en cuanto al estilo o la forma de contar, sino que ni siquiera es posible contarlo todo en relación con los temas que el escritor elige: pocos, más o menos siempre los mismos, que son los que a uno le provocan ganas de contar sin que sepa exactamente por qué.