¿Publicidad de novelas o spam indiscriminado?
Por PACO G. ESCRIBANO. Antaño, debido a que como en este país siempre anduvimos a hostias en guerras e invasiones, al pueblo no le daba tiempo a ilustrarse. Y si tenía tiempo, no había dinero para pagar colegio. Así que la mayoría de la población era analfabeta, incapaz de escribir siquiera una nota de despedida o estampar su firma en un documento. Para los olvidadizos: no hay que mirar demasiado lejos, pongamos primera mitad del siglo XX. Por tanto, los escritores eran pocos y de alta alcurnia.
Después vinieron el progreso y la democracia (aunque sea más falsa que la sonrisa de un concejal corrupto), y con ellos la escolarización, el baby boom y demás. La gente aprendió a leer y a escribir, y con ello, los escritores se multiplicaron como champiñones, no así los lectores, que manda cojones. Lógico (lo de los escritores, que no lo de los lectores). Además, muchos vieron que escribir cualquier cosa era más barato que ir al psicólogo, actividad que se puso de moda en cuanto aparecieron nuevas enfermedades típicas de sociedades maridesarrolladas como el estrés y la depresión.
Por tanto, es normal que ahora haya más escritores de toda condición que antes, y eso no es malo, al contrario, hay más oferta y los lectores tienen más donde elegir. Ahora bien, no todo el mundo vale para escribir de la misma forma que no todo el mundo vale para pintar. Pero también tengo claro que no todo el mundo vale para leer, véanse si no las colas en las casetas de la Feria del Libro de Madrid estos días: las mayores colas se las llevan Ana Obregón, el de Pasapalabra y Maroto el de la moto, que se aprovechan descaradamente de su condición de personajes públicos para colarnos sus bodrios que ni siquiera han escrito ellos.
Por otro lado, los sistemáticos “noes” de las editoriales a autores noveles, así como los nuevos medios de publicación, han hecho que multitud de autores pasen de las editoriales convencionales y se auto publiquen, bien de forma electrónica o en el tradicional formato papel. Y ojo, no todos los autores que optan por esta forma de publicar son malos. Tampoco todos son buenos, como no son estupendos todos los que publican con grandes editoriales.
Y aquí llegamos al meollo de la cuestión: ¿debe el autor promocionar su obra? Antiguamente, no lo hacían, eso era trabajo de la editorial. Pero ahora, con la crisis, son muchas las editoriales que han prescindido de correctores, de editores y de publicistas del departamento de marketing. Y es el escritor quien debe hacer todo el trabajo aun siendo el eslabón de la cadena que menos pasta se lleva. Si ya hablamos de los que se auto publican de una forma u otra, a esos sí que no les queda más remedio que echarse al monte y dar la brasa de su obra allende los caminos terrenales o virtuales, no siendo acertada su labor en la mayoría de los casos ya que no son publicistas profesionales.
A mí me da igual lo que haga cada uno, de hecho, yo hago lo que puedo, pero me molestan de igual forma los que se meten en mi casa a cualquier hora a ofrecerme sus “magníficas obras” sin conocerles de nada que los que les critican con feroz mala idea sin conocerles de nada tampoco. Creo que unos y otros se hacen un flaco favor a sí mismos. Pienso que no hay nada de malo en poner en tu propio muro de Facebook las portadas de tus novelas o las reseñas que te hacen, o publicitarlas en muros de grupos en los que te han incluido generalmente sin preguntarte. Otra cosa es empezar a poner correos masivos a peña que ni te conoce, vamos, digo yo. De lo del Twitter ya me abstengo, porque en la mayoría de los casos ni los autores tienen ni idea de lo repetitivo de sus diatribas al utilizar software que te incluye la misma frasecita cada cierto tiempo (de esto me enteré el otro día).
Creo que al final de todo cada uno tiene sus autores de referencia, y que está bien conocer a autores nuevos. Pero ya ha habido mucha gente que me ha dicho que a este o al otro jamás lo leerán por lo pesado que resulta. Tampoco es eso. Por no hablar de algo en lo que en este país somos campeones, aparte del fútbol: las envidias y los odios.
Que esto es otro cantar.