Lecturas decimonónicas
Por VÍCTOR F. CORREAS. Sostengo y defiendo que en las escuelas e institutos se comenten día tras día horrendos crímenes contra la literatura. La mayoría de las veces trufados de una pátina educadora que, pasado el tiempo, se demuestra absurda e inútil; consiguiendo el efecto contrario al deseado.
Viene lo siguiente porque en el plazo de unos cuantos meses me he metido entre pecho y espalda –por no decir devorado, literalmente- varios clásicos de nuestro siglo XIX. Entre ellos unos cuantos episodios nacionales de Pérez Galdós, don Benito y mi particular demonio de juventud, esa muchacha de Vetusta a la que Clarín apodó La regenta, y cuyas páginas, años atrás, en cualquiera de los institutos o escuelas mencionadas más arriba, se me hicieron más cuesta arriba que una etapa alpina del Tour de Francia –métanle el Galibier, el Telegraph y rematemos la jugada con un Alpe D’Huez, y lo mismo sirve para el caso-. Al cerrar la última hoja de la obra de don Leopoldo Alas, con el regusto de su lectura en la boca, no pude reprimir un exabrupto. Merecido, por otra parte.
Porque sí. Lecturas así en una edad equivocada espantan a cualquiera, hasta terminar odiando todo lo que huela a libro. Por mor de tal o cual plan educativo o la necesidad de conocer las distintas corrientes literarias que por fortuna se han sucedido en este país a lo largo de los siglos. Servidor con diecisiete años nunca llegó a terminar La regenta, los Episodios Nacionales semejaban ir al dentista para sacarte una muela, y El ingenioso hidalgo… Para echarlo de comer aparte. Casi veinticinco años después de tales experiencias me he redimido con esas novelas. Incluso con El Quijote reí como hacía tiempo que no me ocurría. Las mismas que aborrecí en su momento ahora me parecen joyas. Con el poso adquirido que dan los años y centenares, miles de lecturas. Cada momento tiene su libro, y cada edad una lectura. Con lo fácil que es de entender y lo difícil de aplicar.
No hace mucho un buen amigo me comentó que a un sobrino suyo le ocurrió punto por punto lo que les estoy explicando. A él le tocó Faulkner. Mientras agonizo. A palo seco. A las veinte páginas lo cerró. Para siempre, me temo. Después encontró consuelo en una consola con la que se tiró las horas muertas. Y Faulkner, desde la cama, contemplándolo; preguntándose qué narices ha hecho él para terminar así en las manos y edad equivocadas. Cuando todo tiene su tiempo. Intentó recomendarle algunas lecturas ligeras, novelas más adecuadas para su edad, aventuras de siempre que nunca caen en desuso, y le miró con una de esas caras que vienen a decir verdes las han segado. Que él no volverá a coger un libro en bastante tiempo. Si eso llega a ocurrir. Por esa estúpida manía nuestra de meter todo con calzador. Haciéndole un flaco favor a la lectura. A los que tendrán las riendas del país en sus manos no dentro de muchos años.
Los pelos como escarpias. Así se me ponen sólo de pensarlo.
Hola Víctor.
Gracias por tu artículo.
Yo también pienso como tú y, de hecho, me ha pasado lo mismo.
Ahora, “de mayor”, he disfrutado un montón con ‘Madame Bovary’, por ejemplo.
Pero parece que lo de realizar una lista de lecturas para jóvenes no debe de resultar tan fácil de hacer.
Muchos grandes lectores y amantes de la literatura se enganchan desde muy jovencitos leyendo los grandes clásicos.
Yo no soy así, al igual que tú, esas lecturas empiezo a poder digerirlas ahora, con el paso de los años y la experiencia acumulada.
Pero, por ejemplo, no sé si has leído ‘Los Buddenbrok’, la primera novela de Thomas Mann, que escribió con ¡21 años! Te la recomiendo. Léela cuando puedas. Ni yo con 21 años creo que hubiera podido entenderla… La leí hace poco, a los 40 ¡y me encantó!
Saludos.
Nuria
Este problema no sería tal si los profesores se acordaran de las bibliotecas y las personas que trabajan en ellas. En las bibliotecas la difusión de la lectura se basa en saber recomendar un título de acuerdo a la edad y comprensión lectora de los niños o las características de los lectores. La colaboración biblioteca escuela es necesaria para evitar esto que cuentas, y que desgraciadamente, es muy habitual.