Burning. Madrid.
Por PACO G. ESCRIBANO. La Movida Madrileña se puede analizar desde dos perspectivas, como todo: desde fuera y desde dentro. Desde fuera, es una época que muchos, más jóvenes o más mayores, pudimos disfrutar en vivo, con grupos cargados de talento que nos han dejado un rosario de clásicos para flipar. Desde dentro, es otra cosa. Fueron unos años en los que el panorama musical fue prolífico ya que los productores se olieron el pastel y apostaron por grupos que los hicieron millonarios. Pero esa explosión de creatividad, se corrió como una onda expansiva por los barrios de Madrid y por otras provincias. De repente, todos los chavales queríamos tocar la guitarra o la batería. De pronto descubrías que tu vecino tocaba de puta madre, pero que a la vuelta de la esquina había otro chaval que también lo hacía.
Se marca el inicio de la Movida en el concierto homenaje a Canito en la Escuela de Caminos, y está bien que haya una fecha, pero esto no es cierto. Hubo pre-movida. Hubo una ruptura con la generación anterior a la cual les gustaban los cantautores y las canciones de reivindicación política. Nosotros queríamos «pasarlo bien», y punto. Pero para triunfar hay que tener padrinos. Y los chicos de los barrios periféricos no los teníamos. Conozco a peña en mi barrio que tocan de puta madre y nunca pudieron llegar a nada. Qué digo en mi barrio, en mi escalera. Gente que en los locales se codeó con grupos que luego triunfaron, a los que afinaban los instrumentos, pero que a la postre, siempre se les recordaba su origen, su condición de gente de barrio.
Por eso, yo siempre admiré a Burning, porque eran un grupo de La Elipa, un barrio cercano al mío. Porque fueron los primeros que se marcaron temazos de rock & roll en castellano, porque siempre fueron fieles a su filosofía. Nunca se lo creyeron, eso de ir de estrellitas, y hablaban con todo el mundo que se les acercaba. Tanto creían en su historia que al Toño y al Risi la muerte se los llevó prematuramente por delante.
Los demás grupos los admiraban, porque tenían esa autenticidad que a ellos les faltaba. Les respetaban. Pero a la hora de compartir escenarios y pasta, eso no, eso era otra cosa. Jamás estuvieron en un sello decente que tuviera una distribución correcta. Jamás ganaron grandes sumas. A pesar de ellos, llegaron a ser famosos, un grupo de culto, y cuando más lo eran no dejaban de parar por el Manivela, el pub de su barrio, y de hablar con todo el mundo.
La última vez que los vi en directo, con Johnny Cifuentes al liderazgo de la banda, fue en el parque de San Blas hace dos años, gratis. Nos dieron un conciertazo iniciado con temas nuevos, dejando para el final los clásicos de siempre. Fueron tres horas en las que me hicieron vibrar como no lo hacía desde mucho tiempo atrás.
Por eso ha sido un placer reencontrarme con ellos en el libro “Burning. Madrid”, editado por 66 rpm, en el que el periodista Alfred Crespo hace un repaso a toda su carrera musical, repleta de anécdotas. En él participan Johnny, Loquillo, Calamaro, Ramoncín, Miguel Ríos, Jesús Ordovás y un largo etcétera de gente que en algún momento tuvo que ver con la banda, incluidos todos sus miembros vivos que alguna vez formaron parte del grupo. Una lectura apasionante que en muchos de sus capítulos bordea el género negro.