Y EL PINTOR NO DESCANSÓ BAJO SU CIELO
Por ALFONSO VILA. ¿Para qué sirve una cabeza? ¿Por qué motivo alguien tendría que molestarse en abrir una tumba, degollar un esqueleto y llevarse un cráneo a su casa? ¿Para qué sirve la cabeza de Goya?
No lo sabemos. No lo sabemos ni tal vez lo sabremos nunca. Hay muchas teorías, especulaciones, posibilidades.
Lo único cierto son los hechos: Goya muere en Burdeos en 1828. Muere de muerte natural a los 82 años y es enterrado en el cementerio de esa ciudad. Él había pedido ser enterrado en España. Recordemos que Goya se había exiliado en Burdeos en 1824 después de la llegada a Madrid de las tropas francesas que la Santa Alianza mandaba a España para restaurar el absolutismo de Fernando VII. Son los llamados “Cien mil hijos de San Luis”, un ejercito organizado por el escritor y ministro Chateubriand que, al mando del Duque de Angulema y sin casi resistencia, acaban con el gobierno liberal y provocan una desbandada general de intelectuales ilustrados temerosos de las ansias de venganza de Fernando VII. Entre los que huyen está Goya y también su amigo el escritor Leandro Fernández de Moratín, quien comparte exilio en Burdeos y quién dirá de él: “Goya está más arrogante que nunca, pinta que se las pela y no retoca nada”. Y ahí tenemos a un anciano Goya anticipando el impresionismo. Un Goya osado y cabezón hasta el final. Un Goya que desde la cima del éxito (pintor de Cámara, pintor Real, pintor de la alta nobleza) ha descendido a los infiernos de la soledad y la locura. Un Goya que antes de exiliarse a Francia ya se ha autoexiliado en su Finca del Sordo y que pinta para él y para nadie más, que se preocupa sólo de seguir su propio camino y curiosamente, al adentrase en terrenos inexplorados, va avanzando todo el arte del siglo XX: el expresionismo, el simbolismo, el surrealismo, el impresionismo… Todos los grandes movimientos posteriores del arte ya son “intuidos” por él. Porque Goya no es un teórico. Goya es un artesano que pinta y no se lo piensa dos veces. Que se deja llevar de un modo irracional, arrebatado, por su terrible necesidad creadora, esa necesidad que tantos disgustos y tanta incomprensión le ha costado en el pasado.
Uno de los postulados del impresionismo es la pincelada suelta. Pero esta pincelada suelta ya está presente en el último Goya (“La lechera de Burdeos”, por ejemplo) y también antes, en Velázquez, de quien el mismo Goya dice que además de la naturaleza ha sido su único maestro. Cuando el cuerpo de Goya va a ser por fin desenterrado y llevado de regreso a su país de origen, el impresionismo está, por fin, después de unos inicios muy poco prometedores, triunfando en Francia. De allí se extenderá al resto de Europa. Para entonces (estamos en 1899) Goya ya ha perdido su cabeza. Si la aceptación por parte del público y de la crítica del impresionismo no ha sido fácil, si se ha tenido que recorrer un largo camino para que las risas se conviertan en elogios y la incomprensión pase a ser admiración, la fama de Goya en cambio no ha dejado de crecer desde su muerte. En 1891 el pintor Raimundo de Madrazo se había ofrecido a pagar los gastos del traslado de los restos de Goya. Algunos años antes, en 1880, Joaquín Pereyra, cónsul español en Burdeos, ya había iniciado los trámites para trasladar el cuerpo de Goya a España. Es él, Pereyra, quien consigue permiso oficial para abrir la tumba en 1888 y quién descubre que a Goya le falta la cabeza.
¿Cuándo la perdió? Esa es la primera pregunta que debemos hacernos. La primera teoría dice que en el mismo instante de su muerte. Según esta teoría el mismo pintor habría dado su consentimiento a un médico, el doctor Lafargue, para que se apropiara de su cabeza y realizara con ella diversos estudios. Esto nos puede parecer extraño pero hay que tener en cuenta que en esa época existía una ciencia (o mejor una pseudociencia) llamada “Frenología” que afirmaba que era posible conocer el carácter y los rasgos de la personalidad de un individuo estudiando las características físicas de su anatomía, y en concreto estudiando la forma del cráneo, cabeza y facciones. Así, según estos autores, era posible descubrir a un criminal por su aspecto físico, y del mismo modo un genio o una persona de gran inteligencia también tendría un aspecto y unas características físicas determinadas. Resumiendo: se trataba de estudiar el cráneo de Goya desde un punto de vista supuestamente científico. Algo que descarta otra posibilidad, que ya apuntó el mismo cónsul Pereyra cuando escribe en su informe que el robo de la cabeza del pintor tal vez se deba a la acción de un “un amador furibundo de notabilidades”.
¿Y quien podría ser ese ávido admirador, ese coleccionista sin escrúpulos, ese profanador de tumbas tan devoto del arte? Pues un pintor, cómo no pensarlo…
¿Bonito titular, verdad? “Pintor roba la cabeza a otro pintor”. Pues tal vez fue eso lo que sucedió. Al menos esto nos indican los seguidores de la segunda teoría. La teoría que postula que el robo de la cabeza de Goya se produjo después de ser enterrado el pintor, con nocturnidad y alevosía, con un interés que desde luego no tenía nada que ver con la ciencia, sino simplemente con la ambición personal de poseer ya no una reliquia o un autógrafo de este pintor admirado, sino su propia cabeza. Algunos “fans” pueden llegar a una adoración macabra…
Pero pongamos nombre al supuesto criminal… Dionisio Fierros, un pintor asturiano que vivió entre 1827 y 1894 y que según propia confesión habría poseído la cabeza del pintor. Poseer no es robar. Que uno posea un cráneo no quiere decir que tenga que haber sido necesariamente el autor del expolio. Nadie podrá demostrar nunca que fuera él quien abrió la tumba de Goya, si es eso lo que realmente sucedió. Pero hay una cosa cierta: en 1849, cuando Dionisio Fierros es un joven pintor de 22 años, pinta un cuadro en cuyo reverso escribe: “cráneo de Goya pintado por Fierros”. Este cuadro, desgraciadamente hoy perdido, salió a la luz en 1928 y las palabras escritas por el pintor se vieron en su momento confirmadas por su viuda y por el nieto del pintor. Por lo visto el cráneo de Goya (siempre suponiendo que este fuera realmente su cráneo) estuvo varios años en el estudio del pintor hasta que fue destruido accidentalmente por uno de sus hijos, estudiante de medicina. ¿Fue ese el triste fin de tan ilustre calavera?
Ninguna teoría tiene suficiente peso como para poder convertirse en una hipótesis convincente. Cuando el cónsul Pereyra abrió la tumba en 1888, dejó escrito que “ No habiéndose encontrado en la caja de madera traza alguna de que hubiere sido abierta ni la mandíbula inferior ni diente alguno, todo induce á creer que á Goya lo enterrarían decapitado”. Eso nos llevaría a la primera teoría, la de una acción post-mortem del doctor Lafargue, amigo de Goya. Pero Pereyra, pese a no encontrar su cabeza, sí encontró restos de una tela que coincide con el sombrero de seda con el que según un cronista del momento, el pintor Brugada, afirma que fue enterrado el pintor. Brugada pintó a Goya en su lecho de muerte y la crónica que realiza de los momentos posteriores a su muerte no menciona en ningún momento que su cuerpo fuera decapitado. De manera que estamos cómo al principio. ¿Para que enterrar a alguien con un gorro o sombrero pero sin cabeza? ¿Si el doctor Lafrague no le cortó la cabeza cuando pudo hacerlo, por qué tendría que haberlo hecho después, teniendo ya que profanar la tumba? ¿Si no fue el doctor, quién fue? ¿Y por qué motivo? ¿Por tener un suvenir? ¿Es la devota admiración de un joven pintor asturiano el motivo del robo? ¿O Compró Dionisio Fierros la cabeza a un personaje anónimo, un ladronzuelo, un vendedor ambulante, alguien que habría decapitado un esqueleto sólo para poder comerciar con su calavera? Todas las conjeturas son posibles.
Y a muchas posibilidades buena literatura.
Para acabar recomiendo dos libros. Uno para adultos y otro para adolescentes.
El primero es “El cráneo de Goya”, de Vicente Muñoz Puelles. El segundo “la cabeza de Goya”, de Luisa Villar Liébana. Siéntense y lean.
(¿EPÍLOGO?: Después de varias polémicas, el cuerpo del pintor, sin su cabeza, yace hoy bajo el presbiterio de la Ermita de San Antonio de La Florida, a pocos metros de la bóveda donde Goya pintara el “Milagro de San Antonio de Padua” Los que vayan a contemplar ese cielo diáfano y sereno que se eleva sobre los personajes, que piensen en su autor por un segundo. Que dejen volar su imaginación y se pregunten lo que yo me pregunto cada vez que veo esa pintura: ¿Descansará el paz? ¿O, como en las viejas historias de fantasmas, su cabeza vagará en la noche buscando su cuerpo? Tal vez estemos ante otra buena historia…)