La novela de tu vida: Juan Vilches
Por Juan Vilches.
En la vida nada ocurre por simple casualidad, ni siquiera que leas un determinado libro. Aunque son muchos los autores que me acompañaron en mi juventud, recuerdo con especial cariño a Robert Graves y su Yo, Claudio.
Como nos suele ocurrir a todos los que amamos los libros, mi pasión por la lectura comenzó muy joven. Pronto sustituí los tebeos típicos de mi época (Pulgarcito, Tío Vivo, DDT) por los cómics de terror (Dossier Negro, Vampus), hasta que un determinado día me encontré de repente, sin proponérmelo y por puro placer, ante una joya de la literatura.
Aún recuerdo con especial cariño aquel momento. Se trataba de una fría madrugada de invierno, con el cielo cubierto de nubes y una aparatosa tormenta sobre mi cabeza, que hacía titilar la luz de las bombillas. Como no podía dormir, me levanté y busqué algún tipo de lectura que me hiciera conciliar el sueño. Y el primer libro que cayó en mis manos fueron los cuentos de Poe. Desde luego, una obra muy poco apropiada para un chaval de doce años, en mitad de una noche infernal. No sin cierta reticencia, me enfrasqué en su lectura, a pesar de los constantes apagones de luz. Y muy pronto me di cuenta de que aquellas letras impresas hacían volar mi imaginación mucho más que cualquier película, fotografía o viñeta.
Ése fue el pistoletazo de salida de mi amor por los libros. Desde entonces siempre me acompañaron bajo el brazo, ante el desconcierto y el estupor de mis compañeros de clase, que me empezaron a mirar como a un bicho raro. A partir de ese momento empecé a devorar todas las obras que caían en mis manos, en detrimento de mis estudios, que enseguida se resintieron de mi nueva pasión. Para disponer de más tiempo libre, comencé a faltar a clase, fingiendo hasta las enfermedades más peregrinas (creo que alegué hasta la peste negra). Y como suele ocurrir en estos casos, no tardó en aparecer mi entusiasmo por la escritura. Quería ser novelista, crear historias, gozar con mi imaginación. Sin duda, el espíritu de Cervantes, nacido siglos atrás a cien metros escasos de mi casa, también influyó en mi decisión. Y mientras mis amigos se desvivían por trenes y bicicletas, yo me decantaba por la Hispano Olivetti Dora, que me parecía el arma más infalible y perfecta de todo buen escritor. Como si el hábito hiciera al monje.
Un día cayó en mis manos Yo, Claudio, y me di cuenta de algo muy importante. Por aquel entonces, me atraía la Historia, quizá por tratarse de una de las pocas asignaturas que no obedecía a las leyes de la naturaleza. Pero siempre había abordado su estudio según los cánones tradicionales: desde las alturas, a una considerable distancia, como una aburrida cantinela de reyes, fechas y batallas. Con Yo, Claudio mi visión de la Historia cambió por completo. De repente, me vi convertido en protagonista de los hechos, en un testigo presencial de todo lo que ocurría a mi alrededor. Con el libro no sólo me entretenía, sino que, además, aprendía. Ya no examinaba la Historia desde una óptica vertical, como el egiptólogo a la momia, sino que me codeaba con los personajes históricos como la cosa más natural del mundo. Y eso me fascinó.
Después vinieron más lecturas. Pero a pesar de los años transcurridos, jamás pude olvidar a nuestro viejo amigo Claudio, su cojera y su famosa tartamudez.
Juan Vilches (Alcalá de Henares, 1959), doctor en Derecho y escritor. Su última novela, Te prometo un Imperio, ha sido publicada recientemente por Plaza & Janés.
No conocía el libro. Parece bastante interesante.