“Escribir un relato es como correr los cien metros lisos: una mala salida puede arruinarlo todo”
Por Marta Fernández-Caparrós
Entrevista a Aloma Rodríguez
Como si se tratara de la protagonista de su libro de relatos “Jóvenes y guapos”, a menudo de viaje en algún pueblo de España o Portugal para hacer un bolo de una obra de teatro universitario, Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983) anda recorriendo la península promocionando su novela “Solo si te mueves”, con la que ha obtenido el reconocimiento de Joven Talento Fnac. La pillamos unos días de mayo de vuelta de Madrid, dónde ha establecido su base de operaciones, y le proponemos una charla sobre relato corto y novela, los dos géneros en los que se ha curtido esta jovencísima escritora, que se inició en la escritura con la novela con “París Tres”, crónica sentimental de su año Erasmus en París; luego probó suerte con el relato (“Jóvenes y guapos”), para volver recientemente a la novela con “una historia de amor paleontológica” ambientada en el parque temático Dinopolis (“Solo si te mueves”). Elegimos la librería La Buena Vida, en la que Aloma es coordinadora de varios de sus talleres de lectura, para conversar junto a un café y rodeadas de libros sobre los temas que ensamblan su particular microcosmos: teatro amateur y teatro universitario, el amor a los veinte años, el humor como medicina contra todo mal, el sexo, la juventud, el aprendizaje continuo. Y los dinosaurios.
Tus tres obras (“París Tres”, “Jóvenes y Guapos”, “Solo si te mueves”) comparten una protagonista femenina, sin nombre, estudiante de Filología Hispánica, aspirante a actriz. ¿Cuánto de autobiografía hay en ellas?
En realidad hay más ficción de la que se ve, pero sí que es cierto que escribo a partir de cosas que me han pasado. Es muy evidente en el caso de “París Tres”, que surgió como un blog que empecé a escribir antes de saber que era escritora, para contarles a mis amigos las cosas que estaba viviendo en mi estancia como estudiante Erasmus en París. Los relatos de “Jóvenes y guapos” recogen sobre todo experiencias familiares y laborales, de mi trabajo como actriz en grupos de teatro amateur y universitario. Y “Solo si te mueves”, en realidad es la precuela de “París Tres”. En esta última cobra mucha importancia la convivencia de la protagonista en París con su novio, y “Solo si te mueves” es la historia de cómo esa relación se fragua y da sus primeros pasos, en el verano en el que la protagonista, con veinte años, va a trabajar al parque temático Dinopolis, en Teruel, en el que yo misma trabajé dos veranos. No es que yo quiera escribir sobre mí porque soy una narcisista, sino más bien porque hay cosas que me obsesionan y quiero comprender. Creo que escribir es una manera de intentar entender el mundo, a los demás, y a uno mismo. Me gusta decir que la protagonista de mis obras es alguien que yo fui, que ya no soy, y que es mejor que yo. Me reconozco más en sus defectos que en sus virtudes.
La protagonista de tus obras se inicia en el mundo laboral, sobre todo del teatro, tiene sus primeras experiencias sexuales, amorosas, descubre muchas cosas. ¿Te encuadrarías dentro de la literatura de aprendizaje?
No sé si he elegido conscientemente adscribirme a ese género, es difícil tener una visión amplia cuando estás escribiendo. Pero si es cierto que me gustan mucho las historias de aprendizaje y del paso de la infancia o la adolescencia a la madurez y a la consciencia. “París Tres” refleja claramente un aprendizaje casi conyugal, “Jóvenes y guapos” es un aprendizaje del mundo del trabajo y de las relaciones amistosas, no necesariamente amorosas. Por último, respecto a “Solo si te mueves”, me gusta resumir el espíritu del libro diciendo que es la historia de un personaje que llega a Teruel en autobús y se vuelve conduciendo un coche. En cuanto a la recurrencia del teatro se debe, por un lado, a mi propia experiencia como actriz de compañías amateur, a mi trabajo como animadora en Dinopolis, y por otro, es un tema que me atrae mucho, porque los actores son frágiles y fuertes al mismo tiempo. Al tratarse de historias de aprendizaje también está muy presente el sexo, que creo que forma parte de la vida, y que por eso aparece en mis libros. Lo intento tratar con naturalidad, aunque la gente suele escandalizarse. Cuando voy a clubs de lectura en los institutos, son los profesores los más sorprendidos, mucho más que los alumnos, porque para ellos es algo que está mucho tiempo en su cabeza.
¿Por qué has elegido para tu última novela, como ambientación, Dinopolis, un parque temático sobre dinosaurios en Teruel?
Trabajé dos veranos en Dinopolis como animadora, antes de ser escritora, y me di cuenta de que en ese mundo, en el que los actores están encerrados, en el que parece que el tiempo está congelado, y en el que además había dinosaurios, había algo cutre y a la vez muy literario. Me inspiré mucho en la película “Vaya ruina de función”, de Peter Bogdanovich, en la que al principio se da una idea general de cómo es la función, pero luego el espectador nunca llega a ver esa función, sino los problemas entre bambalinas. En la primera parte del libro intento que el lector se haga un poco con el espacio de Dinopolis para, luego, pasar a destrozarlo. También me sirvió como referente la película “Atrapado en el tiempo”, de Harold Ramis, porque en Dinopolis estábamos también atrapados en esa dinámica repetitiva, pero lo curioso es que incluso en ese bucle las relaciones cambiaban. Y otra fuente de inspiración fue la novela “El viaje a ninguna parte”, de Fernando Fernán Gómez. Por otro lado Dinopolis tenía dinosaurios, y eso tiene algo mítico, Steven Spielberg lo sabe bien. Además, en el parque conocí a gente muy maja que me marcó mucho en mi vida, y que siempre pensé que podrían dar lugar a buenos personajes literarios.
Aunque dices que Dinopolis es cutre, en el libro te cuidas mucho de criticar ese trabajo y ese ambiente…
Creo que hasta cuando uno está haciendo lo peor del mundo, en general, mantiene la dignidad y merece mucho respeto. Por otro lado no criticaría a mis personajes, porque les tengo mucho cariño. Me siento orgullosa de algo que me ha hecho notar la mayoría de la gente que ha leído el libro: la narradora nunca mira por encima del hombro ni a sus compañeros, ni el trabajo que está haciendo, a pesar de que sí se desprenda cierta decadencia.
Tus relatos de “Jóvenes y guapos” transcurren, en su mayoría, en Zaragoza y pequeños pueblos de Aragón, y en “Solo si te mueves” eliges Teruel como escenario. ¿Crees que se puede ser universal desde lo particular?
No sé si yo lo habré conseguido, pero estoy totalmente convencida de que sí se puede conseguir escribir de tu ciudad y que parezca que estás escribiendo desde cualquier sitio del mundo. En este sentido, los zaragozanos le debemos mucho a José María Conged, a Ignacio Martínez de Pisón y a Félix Romeo. Leyendo “Dibujos Animados”, de Romeo, en un club de lectura que coordino, me llamó la atención por ejemplo que nadie se había dado cuenta de que la obra transcurría en Zaragoza, pese a habla de un barrio muy concreto, con referencias muy particulares. Pero al mismo tiempo habla de cualquier infancia, y si menciona a un jugador del Real Zaragoza y el lector no sabe quién es, puede sustituirlo mentalmente por otro jugador de su equipo. Se puede escribir literatura no solo de temas universales, sino también cosmopolita, y que transcurra en Teruel.
Después de iniciarte con la novela, para tu segunda obra, “Jóvenes y guapos”, decidiste pasarte al relato breve. ¿Por qué esa elección?
Quería escribir cuentos por hacer el ejercicio. Creo que hay que ponerse retos y avanzar, no hay que quedarse donde uno está cómodo, corres el riesgo de aburrirte a ti mismo. Me apetecía escribir un libro de cuentos para darme cuenta de todos los problemas que eso conlleva, cómo te enfrentas al personaje, a la construcción, a la longitud, qué historias son para cuentos, qué historias no, porque un cuento nunca puede ser una anécdota estirada.
El libro da una sensación unitaria. ¿Lo concebiste así?
Sí que hay una unidad. Salvo el primero, que transcurre en Francia y narra una experiencia de juventud anterior al resto, los demás sí que tienen un cierto hilo conductor. Intenté mostrar en los relatos un prisma diferente de un mismo personaje, que se viera al personaje en las relaciones familiares, en el trabajo, en animaciones teatrales bastante patéticas, en sus experiencias con el teatro universitario. Las relaciones amorosas de pareja no aparecen voluntariamente, ya que era el tema que había tratado en mi anterior novela, y no quería volver a reflejar lo mismo. En mi opinión, los libros de relatos tienen que tener una unidad, aunque sea temática, y no pueden ser una mera antología de todo lo que el escritor tenga guardado. Cada cuento tiene que tener sentido por sí mismo y además aportarle al conjunto. Por eso soy muy obediente y leo los libros de cuentos en orden, porque creo que el autor ha pensado en esa secuencia por algo.
¿Qué género te parece más difícil, novela o cuento?
No sabría decirte cuál de los dos es más difícil porque los dos me parecen difíciles y los dos me merecen mucho respeto. Me gusta hacer una comparación con el atletismo: los cuentos son los cien metros lisos, una mala salida puede arruinarlo todo. En cambio la novela es como una carrera de ochocientos o de mil quinientos metros: el recorrido es más largo, y aunque hayas salido mal, puedes luego recuperar. Aunque la carrera impecable la tienes que hacer siempre. Los escritores noveles empiezan por el cuento porque es más corto, pero es un género muy difícil, tienes que tener más precisión, todo tiene que estar en su justa medida. En la novela también, pero la novela te permite hacer una digresión, te permite volver, y en cambio el cuento, tiene que ser en una dirección, es tan explosivo que, como decía, si sales mal, se nota antes. Además, el cuento me parece un género muy complicado porque es muy fácil caer en “el ejercicio de escritor”, vacío de contenido, y eso no me gusta. Cuando leo libros de cuentos que son una recopilación de experimentaciones, me molesta mucho, porque es como si viera el entrenamiento del propio autor. Es como si el escritor desplegara todas sus plumas como un pavo real, alardeando de todo lo que sabe hacer, y al mismo tiempo, es como si quedaran al descubierto el sudor y los andamios. Y eso me parece obsceno.
En tus obras el lector tiene la sensación de que no pasara nada, de que no hubiera una trama sólida. ¿Eres consciente?
Sí, soy muy consciente de eso, y creo que tiene que ver con que ese tipo de ficción, en literatura y cine, en la que aparentemente no pasa nada aunque en realidad está pasando todo, es la que más me gusta. Creo que los lectores, y el público en general, nos hemos vuelto un poco idiotas, de pronto tenemos la necesidad de que nos lo expliquen todo. A mí me aburre que se vea tanto el andamiaje. Lo que yo hago tiene una aparente ligereza que a veces se puede entender como una cierta frivolidad, pero me gusta mucho pensar en la idea del iceberg: que lo que estás viendo es solo la punta, y debajo hay muchas cosas. En este sentido admiro mucho las obras de Valérie Mréjen, en las que casi es más importante lo que no está escrito que lo que está escrito, y de Marguerite Duras, una literatura que da espacio al silencio. Me gusta que me sorprendan, que me vayan llevando de la mano, que a veces no pase nada, que a veces sí, una literatura más parecida a la vida. Que me estén contando algo, y que esa historia contenga un aprendizaje, un disfrute, que no sea un ejercicio de laboratorio.
Empleas en todas tus obras un estilo muy limpio, sin adornos, frases a veces incluso telegráficas. ¿Es algo que te sale natural?
Por un lado me sale natural, y por otro es un ejercicio de claridad. Hay una frase de Arcadi Espada que me gusta mucho: “La verdad emerge de la sintaxis como el cadáver de un ahogado”. Yo creo que la sintaxis es casi una fotografía de cómo te funciona el pensamiento. Yo intento ser clara y por eso quiero que mi sintaxis sea clara. El trabajo de corrección es muy importante, que las frases sean esas porque yo he elegido que sean esas, que todo tenga una razón de ser, que suene bien, que haya un ritmo. Ya que en mis novelas y relatos no pasa gran cosa, sí es muy importante que la frase tenga un ritmo y te lleve a un sitio. A veces a los lectores se nos olvida que en la prosa también hay un ritmo y un estilo.
También es muy notable el sentido del humor
Uno no sabe nunca cuando es gracioso, en realidad, pero sí me han hecho notar que mis libros desprenden comicidad. Creo que el sentido del humor es fundamental para afrontar muchas cosas en la vida. Por otro lado, en el caso de “Solo si te mueves”, el propio material ya lo hacía todo: Teruel, actores, dinosaurios…
¿A qué creadores admiras y crees que han podido influirte?
No sabría reconocer influencias, pero admiro a muchos escritores. Me gustan Martin Amis, Philip Roth, toda la tradición angloamericana, Patrick Modiano. Entre los españoles, Félix Romeo, Ignacio Martínez de Pisón, Cristina Grande, y también, por haber estudiado Hispánicas, le tengo mucho cariño a algunas obras clásicas como “Fortunata y Jacinta”, de Galdós, y “La Regenta”, de Clarín. Admiro mucho a Marguerite Duras, a Valérie Mréjen y a Natalia Ginzburg. Por otro lado, veo mucho cine y escucho mucha música. Creo que los escritores y todos los creadores en general tienen que estar abiertos a muchas referencias.
¿Te sientas muy influida por el cine?
Me lo hacen notar a menudo, y creo que tiene que ver con que mis obras, y en especial “Solo si te mueves”, están narradas en primera persona, en presente, y suelen respetar la unidad de espacio. A parte de “Atrapado en el tiempo” y “Vaya ruina de función”, en “Solo si te mueves” también me inspiré en “Adventureland”, de Greg Mottola, que se estrenó cuando yo ya iba por la octava versión del libro. Admiro mucho también a Sofia Coppola, un tipo de cine en el que aparentemente no pasa nada pero está pasando todo.
¿Por qué escribes?
Creo que el motivo principal es porque me divierte mucho, aunque también se sufre mucho. Que se te ocurra una idea, trabajarla, luego sentarte a escribir, ver que sale todo, que a veces no, que tienes que volver atrás, todo eso resulta fascinante. También me gusta mucho de escribir porque es una cosa que haces solo y que solo depende de ti, y eso te da mucha libertad. Porque creo que es una manera de intentar entender el mundo, entender a los demás, y a uno mismo. También para pensar mejor. Y luego escribo, como decía Marguerite Duras, “para saber lo que escribiría si escribiese”.
¿No sufres la soledad del escritor?
Intenté ser actriz durante mucho tiempo, y la creación colectiva me resultó muy frustrante la mayoría de las veces, era difícil encontrar a alguien que te aportara y al que tú pudieras aportar. En cambio, en la literatura, para crecer como escritor, solo tienes que leer un libro de alguien a quien admires, puedes entablar ese diálogo sin necesidad de conocer al escritor. No veo que la soledad del escritor sea algo malo, sino bueno: haces lo que quieres, cuando quieres, no dependes de nadie y además es baratísimo porque solo necesitas un papel y un lápiz en el peor de los casos, y un ordenador en el mejor.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy adaptando a cortometraje uno de los relatos de “Jóvenes y guapos”, titulado “Marcos, Martín y yo”. Me apetece mucho porque es como dar el siguiente paso en el proceso creativo: es un relato que, sin ser autobiográfico, me sigue perteneciendo de alguna manera. Al adaptarlo, me desprendo totalmente de lo personal, el personaje ya no soy yo, o ese alguien que se parece a mí. Y estoy con una nueva obra que se llamará “Último verano”. No es exactamente una novela, está narrada en segunda persona y se parece a “Amarillo”, de Félix Romeo. Es un libro que tiene muchos espacios, bajo la influencia también de las obras de Valérie Mréjen.
¿Qué consejos le darías a un escritor joven?
Que lea, que vaya al cine, que escuche música, que esté al tanto de lo que está pasando a su alrededor y se empape de todo. También creo que es fundamental el proceso de corrección. Cuando un escritor llega al final de un libro debe ser consciente de que queda mucho trabajo por delante: hay que leer, si es en voz alta mejor, y hay que corregir, corregir y corregir. Pero el consejo fundamental es que escriba. A lo mejor es una estupidez decirlo, pero es muy importante que seamos conscientes de que los libros que no están escritos, no existen. Lo bueno que tiene escribir, y también lo malo, es que es un trabajo que nadie puede hacer por ti, y si uno quiere ser escritor, no bastan las ideas, tiene que escribir. Y eso está bien, porque tú eres el dueño de tu trabajo y el que decide hacia dónde va.
Aloma Rodríguez es licenciada en Filología Hispánica, traductora de francés y fotógrafa. Ha publicado París tres (Xordica, 2007), el libro de relatos Jóvenes y guapos (Xordica, 2010) y la novela Solo si te mueves (Xordica, 2013). Escribe habitualmente en Heraldo de Aragón y colabora en la revista Letras Libres.
Durante la Feria del Libro de Madrid, Aloma firmará el día 14 de junio de 19 a 21 en la caseta de VIPS (67 y 68)
Créditos:
Fotografía 1: © Marta Fernández-Caparrós
Fotografía 3: © David Barreiros
Fotografía 5: © Patricio Julve