Use Lahoz: «La vida tendría que ser como una novela»
Por Anna Maria Iglesia
Son las once de la mañana, Barcelona se despierta con resaca tras la caótica y siempre embriagadora celebración de Sant Jordi. Las calles que ayer desaparecían escondidas entre la multitud, hoy parecen vacías; han desaparecido las rosas, solamente en alguna floristería se pueden encontrar algunas, supervivientes de excepción del día de ayer. Los libros han dejado de formar parte del decorado urbano, han regresado al interior de las librerías; éstas, a su vez, se han retirado de las aceras, han cerrado sus stands en los que, pocas horas antes, los escritores firmaban sus libros a centenares de lectores. Autores de todo tipo, escritores de siempre junto a neófitos, mediáticos junto a autores de rostro, pero no de obra, desconocido, escritores de siempre y personas reconvertidas, a veces de forma incomprensible, en autores de libros. Novelas, ensayos, libros de recetas, libros de autoayuda, libros reivindicativos y de memorias…todos estaban allí, esperando a los lectores, y, tras cada uno de ellos, un autor. Entre todos esos escritores: Use Lahoz y su última novela, El año en que me enamoré de todas (Ed. Espasa). Quedo con él a las once de la mañana del día después, cuando todo parece volver a la siempre inquietante cotidianidad. En un bar del ensanche, a pocos metros de donde ayer rosas, literatura y mercado editorial hacían palpar a la ciudad, nos encontramos. Un café solo y un cortado abren esta agradable conversación.
—Hace tiempo, a lo largo de una entrevista, te referías a la novela El camino de Miguel Delibes como a un libro muy importante para tu formación. En El año en que me enamoré de todas se narra, en cierta medida, un camino así que, ¿estaría de acuerdo en definir tu obra como una novela de formación?
—Sin lugar a dudas, El año en que me enamoré de todas es una novela de formación, un género que me gusta mucho; lo curioso es que en mi novela se habla de una formación tardía. A diferencia de mis obras anteriores, a través de las cuales rescataba tiempos pasados y, por tanto, en consonancia con esos tiempos los personajes por distintas circunstancias estaban obligados a ser adultos demasiado pronto, en este caso, tratándose de una novela sobre la contemporaneidad, la formación se retrasa: el protagonista se acerca a los treinta ha tenido una sobreformación en determinados ámbitos, pero todavía no ha encontrado su sitio.
—Se podría decir que el protagonista se ha formado intelectual y académicamente, pero no como individuo.
—Él todavía no sabe lo que quiere, ni tampoco sabe cuál es el lugar que le corresponde. Tampoco tiene ningún referente de lugar, no sabe cuál de las ciudades, cuál de los países que conoce le pertenece
—La generación actual, etiquetada como la más preparada, es sin embargo y sin lugar a dudas la más titulada. Curiosamente, y a pesar de esta sobreformación y sobretitulación, es una generación a la que le cuesta encontrar su propio camino por la situación económica pero no sólo; generaciones anteriores encauzaban con menos dudas su camino.
—Es verdad, pero hay que tener en cuenta que las generaciones anteriores tampoco tenían las opciones que tienen los jóvenes de hoy; no tenían oportunidad de perderse, no podían permitirse en lujo de ciertas evanescencias. La generación de nuestros padres tuvo que ser adulta inmediatamente, no tuvieron otra opción.
—El protagonista, sin embargo, añora y envidia esa madurez.
—En la novela hay dos personajes de la misma edad, pero completamente diferentes: Sylvan, el protagonista, no ha madurado y Metodio es demasiado maduro. Cuando escribí la novela me interesaba contrarrestar estas dos formas de vida antitética; ninguno de los dos personajes está contento que su propia situación y con el trayecto realizado, los dos envidian la situación del otro.
—Al contrario que en tus novelas anteriores, en esta ocasión no hay lugares inventados; las ciudades a las que se alude no sólo son fácilmente identificables por su nombre y la descripción que de ellas se hace, sino que además tienen un papel muy importante.
—Esta novela no se hubiera podido dar en otra ciudad que no fuera Madrid o París. Entre otras cosas, es una novela sobre las casualidades y las casualidades son más frecuentes en las ciudades grandes que en las pequeñas. Además, Madrid es una ciudad a la que suelen ir gente de fuera, hay muy pocos madrileños; de hecho en mi novela, sólo el personaje de Jacobo es de Madrid, los otros son gallegos, de Vitoria… Madrid es la ciudad a la que llegan los jóvenes con sus sueños y no tienen otra opción que reunirse entre ellos, hacerse amigos para así conformar un grupo, encontrar a gente con la que estar. Y esto lo ha vivido mucha gente y lo he vivido yo. Es una ciudad muy divertida.
—Es una ciudad grande.
—Sí, es una ciudad muy acogedora que te ofrece la posibilidad de conocer mucha gente; hay muchos lugares a dónde ir, muchas fiestas y locales, pero también es una ciudad en la que uno puede interrogarse sobre el camino que quiere tomar, el destino que se espera. Madrid como todas las ciudades grandes son lugares en los que se viven tantas cosas, experiencias tan diversas, que obligan a uno mismo a preguntarse acerca de lo que realmente se quiere.
—Para Sylvan, además, el hecho de no conocer Madrid hace de la ciudad un constante descubrimiento.
—Le permite descubrir y le permite llegar a conocer Madrid mucho mejor que los propios madrileños. El conocimiento de la ciudad es paralelo al conocimiento de sí mismo y la reconstrucción de la ciudad que él hace es, en cierto modo, la reconstrucción de sí mismo. En la novela describo la fascinación por las ciudades nuevas; es algo fantástico cuando vas a vivir a una ciudad que no conoces y como Sylvan no te cansas de descubrir y tampoco de viajar hacia otros y desconocidos lugares; Sylvan no se ha cansado todavía de conocer.
—El recurso del manuscrito encontrado se convierte en metáfora de la lectura entendida como una forma de conocimiento de uno mismo; la ficción narrativa termina convirtiéndose en un espejo en el cual Sylvan se busca.
—La literatura siempre nos despierta y, en el caso de Sylvan, la literatura le permite ver las cosas con otros ojos, de forma diferente. A través de la lectura, Sylvan descubre formas de vida distintas a la suya, formas de vida que él desearía poder vivir; es se fascina por los personajes del manuscrito. A través de la lectura, Sylvan quiere ser como aquellos personajes, envidia a Alan Fournier, un hombre encantador, un buscavidas con innumerables amantes; luego quiere ser Letorio. El manuscrito es, en cierto modo, el culpable del definitivo salto a la madurez de Sylvan.
—La lectura de la novela, pero de la literatura en general, se convierte en un punto de inflexión en la vida del protagonista y de todo lector.
—Y, de hecho, me gusta que el manuscrito encontrado sea una novelita, una nouvelle corta, escrita por un artesano sin intenciones a priori. Esto demuestra que la literatura es de autodidactas, cualquiera puede escribir: no cualquiera puede operar, no cualquiera puede ser cirujano, pero cualquiera puede ser escritor, si tiene una historia que contar
—Lo que se insinúa en tu novela, y siguiendo con tus palabras, que la literatura depende del lector, es decir, la obra literaria depende de cómo sea acogida por el lector, que es quien, en definitiva, da sentido a través de la lectura a la obra en sí.
—La gracia de El año en que me enamoré de todas es que Sylvan se fascina por la novela de un artesano, pudiera haber elegido cualquier otra o, entrando en la historia, Sylvan hubiera podido dejar de leer el manuscrito, pero claro, de esta manera yo me hubiera quedado sin novela, sin historia que contar.
—En un momento de la obra, se lee: «las novelas pueden ser más reales que la realidad».
—La vida tendría que ser como una novela; en la novela puedes volver hacia atrás para rescribir los hechos, pero en la vida, evidentemente, esto es imposible. Las novelas, la ficción en general, pueden llegar a ser para el lector más reales que la propia realidad; yo, por ejemplo, conozco mejor a Madame Bovary que al marido de mi prima. Entre el lector y los personajes se establece una complicidad muy estrecha y, además, en este el caso de Sylvan, él no sólo llega a conocer a Metodio como personaje a través del manuscrito, sino que después lo conoce en persona.
—A través del recurso del manuscrito encontrado planteas una reflexión de la literatura y de su función, más allá de la mera narración.
—Si, la literatura más allá de la función de entretenimiento, pues la literatura siempre ofrece algo más que no sólo entretenimiento y diversión.
—En El año en que me enamoré de todas hay una reflexión sobre las ciudades, en especial, sobre Madrid, de la que se dice: “empezaba a ser una ciudad inmediata, importaba más la fachada que los habitantes”. La imagen, la marca, el turismo…
—Hoy en día, las ciudades necesitan del turismo para sobrevivir; lo mejor de las ciudades se acaba “turisticando”, se hipoteca todo en función de la necesidad de atraer turismo y así mantener un determinado tren de vida. ¿Qué sería hoy de la economía de Barcelona sin el turismo? Nos molesta, a mí me molesta, pero tal y como están las cosas… Barcelona se ha entregado al turismo
—Sylvan, el protagonista, deja el periodismo para dedicarse a la tienda que abre finalmente en París. Podría leerse casi como metáfora de la crisis del periodismo actual y la dificultad de ejercer el oficio.
—Sí, podría leerse así. También hay que tener en cuenta que Sylvan no sólo deja el periodismo por y para la tienda, sino que dejando el periodismo se convierte en novelista.
—El periodismo, en el fondo, podría ser considerado como un género más dentro de la narrativa.
—Son igual de importantes todos los géneros, pero la ficción es otra cosa, pues interviene, a diferencia que en el periodismo, la capacidad de fabulación y de creación, la capacidad del autor de empatizar con los personajes y, a su vez, su capacidad de hacer que el lector empatice con ellos a lo largo de la lectura.
—A partir de las ideas que promovió el nuevo periodismo, ¿consideras que a través de la narración puede relatarse de forma excepcional una noticia?
—Sí, pero la novela es otra cosa; para mí la ficción es un mundo y el periodismo otro. Si no hay historia no hay novela, y una historia se puede contar de muy distintas maneras; yo opto por contar las historias de una forma tradicional, en este caso –El año en que me enamoré de todas— se trata de un proyecto más ambicioso puesto que son dos las historias que narro y que se entrelazan, pero en este caso como en todos los otros, lo esencial son los personajes y la historia que se quiere contar. Para mí estos dos elementos son más importantes que el estilo, pues lo cambio en cada novela, de allí que, para mí, cada novela es mi primero novela.
—En una entrevista anterior, y a propósito de tus anteriores novelas, comentabas la importancia que tiene la infancia para cada uno de nosotros, la infancia nos condiciona inevitablemente y nos acompaña. En esta última novela, la infancia vuelve a ser un elemento esencial para cada uno de los personajes.
—La memoria siempre hace de las suyas; Sylvan es un chico muy sensible que no desprenderse de su pasado y que mantiene una relación muy estrecha y muy especial con su madre. Para mí, la figura de la madre es una figura que siempre tiene mucho peso; en este caso, para Sylvan, su madre es también su mejor amiga, se cuentan casi todos. Normalmente la relación materno-filial se cuenta de otra manera y a mí me gustaba contarla de forma diferente, como una relación de amistad y de complicidad.
—¿Tenías algún referente?
—Siempre tengo presente Aventuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa; también las comedias románticas indie, desde 500 días juntos, Happy thank you more please o Manhattan, de Woody Allen. No sabría decirte más; tenía una cosa clara y es que quería hacer algo diferente con respecto a lo que había hecho hasta ahora. Con esta intención creé a Sylvan, un personaje que se parece mucho a mí, que vive unas experiencias que yo también he vivido.
—Con respecto a tus anteriores novelas, podemos decir que en esta ocasión has dado el salto a la contemporaneidad.
—Sí, me he atrevido
—¿Es más osado hablar del tiempo presente?
—Es más arriesgado hablar de cosas bonitas. El amor es algo casi imposible, por eso nos gusta tanto y por esto resulta tan complicado hablar de él. Un enamoramiento es algo muy difícil de contar porque es algo muy difícil de vivir, algo casi imposible, que dura lo que dura, pero me debía a mí mismo poder escribir sobre ello y estoy muy contento de haber arriesgado en esta novela.
«El año que me enamoré de todas» es, probablemente, una de los libros más ridículos, insufribles y involuntariamente humorísticos con los que he tenido la desgracia de cruzarme en mi vida. El único sentido que tiene el libro es para que luego se escriban artículos como este. Felicidades, Anna Maria Iglesia, a esto se le llama un masaje con final feliz. Esta columna es la expresión perfecta, modélica, de la degradación completa del periodismo cultural en España.
Agradezco el comentario…aunque solamente quería precisar una cosa. No se trata ni de una crítica ni de una reseña, en ningún momento comento mi opinión acerca de la novela. Yo realizo una entrevista, si se me hubier pedido una reseña, entonces habría dado mi opinión crítica. De todas formas, si mi entrevista es la perfecta expresión de la degradación del periodismo cultural en España, lo tendrán que decir los lectores. Si esta es tu opinión, a mí sólo me toca respetarla y volver a mis ocupaciones, muy distantes, dicho sea de paso, del mundo de periodismo cultural.