La última cena del Primavera Sound
Por Nil Rubió
Estaba marcado con rotulador rojo en el esquema mental de las actuaciones del festival y sus horarios correspondientes. Ocupaba un lugar preferencial en las intenciones de miles de asistentes. La cita cercana a la medianoche del que, si no fuera un término tan denostado por el aluvión de productos que giran alrededor de esta figura mitológica, podríamos considerar uno de los últimos vampiros del rock, Nick Cave. Con su porte y andar ligero, vestido de reluciente negro de pantalón, camisa y americana (que dejaría al terminar de despertar la bestia), el pelo aún más oscuro y fino como el momento en el que cíclicamente se pasaba de la calma a la tormenta. Pero es más que esto, Cave es un reverendo que tiene línea directa con el de arriba y su contrapartida sulfurosa, o es el mismo por duplicado, o sencillamente, un tipo que sabe más, por viejo (que lo empieza a ser aunque su actitud lo desmienta) y por diablo. Un crooner de bajos fondos, altos hornos y bellos parajes, excesivo para lo bueno y lo malo, altamente disfrutable en el personaje, que ya uno no sabe si se ha comido a la persona.
Con la puntualidad habitual de las actuaciones del festival (previo anuncio en pantalla que Neutral Milk Hotel son la primera confirmación para el Primavera del 2014), Nick Cave & The Bad Seeds se presentaron en el escenario principal. Noche de luna llena sobre el mar, por momentos enturbiada por las nubes, que sólo pudo contribuir a aumentar el embrujo que Cave y su banda, con el inconmensurable Warren Ellis (pareja artística de Cave en los tiempos recientes) sacando sonidos imposibles a su violín, tocando la flauta travesera y un largo etcétera de trucos de sus capacidades multinstrumentales, son capaces de inducir al público, congregado en masa y en su mayoría absorbidos y absortos por los movimientos de la serpiente al ritmo de la música. En un concierto que se hizo demasiado corto, por serlo (poco más de una hora) y por la calidad del tiempo pasado, los anfitriones optaron por los caminos más oscuros de su repertorio, que con Nick Cave ya es decir, alentado por el último disco publicado, el reciente y sinuosamente sombrío Push The Sky Away, que recupera el tono más lúgubre de los inicios, con una intensidad más comedida, bello pero amenazante. Quizás por esto, y después de empezar con We No Who U R y Jubilee Street, ésta con un final aun más expansivo que en el álbum, el repertorio incluyó clásicos como From Her To Eternity, The Mercy Seat, Tupelo, The Weeping Song (inolvidable momento), Red Right Hand… casi a una por disco, pertenecientes a la primera mitad de la discografía del genio australiano. Desafiante, a veces divertido, intenso, provocativo, oliendo la adrenalina, Cave se adueñó del escenario. Iba de un lado para otro, espasmódico, arrodillándose, aullando, lanzaba miradas burletas, retaba a su banda, y cuando le pareció conveniente, como en una maratoniana versión de Stagger Lee, se bajó al público, se arrimó sobre la gente que le sujetaba los pies, y recitó gran parte de las peripecias del susodicho, manteniendo un envidiable equilibrio y sonrojando a las fans allí congregadas. Uno no sabe si el tío va borracho perdido o sabe que haga lo que haga, tendrá un público adulador a sus pies. Los Bad Seeds, de su parte, son unos compañeros implacables, que acompañan y llevan el peso de las canciones alternándose con Cave (que a veces se une a aporrear el piano), sutiles o tormentosos según convenga, oníricos o llenos de blues, sinfónicos o punkarras. Sin Mick Harvey, pero con Adamson de nuevo, son la banda perfecta para llevárselos al fin del mundo y volver, unas cuatrocientas veces. El final no pudo ser mejor, sonando la etérea Push The Sky Away, que hinchó aún más la burbuja multitudinaria, el universo paralelo tramado alrededor de la hora y poco de concierto. Un cierre ambiguo, entre la desolación y la elevación espiritual, la banda sonora nocturna perfecta.
Balance del sábado
El cese de las hostilidades musicales en el Parc del Fòrum, se fraguó en una jornada de sábado tan intensa o más que las anteriores. Más allá de Nick Cave & The Bad Seeds, había otras citas ineludibles, y algún que otro buen descubrimiento. Imposible obviar My Bloody Valentine, que atormentaron el público congregado con su distorsión y volumen atronador, sepultando bajo su sonido y actitud shoegaze deliciosamente infernal la voz ya difícil de discernir en sus grabaciones. En algún momento emergía como un halo distante, la voz de Bilinda Butcher, lo que no sucedió con Kevin Shields, inaudible durante la mayor parte del concierto. Es su forma de proceder en directo, aunque una mayor presencia de sus voces ayudaría a la implicación emocional dentro de la tormenta de ruido. No obstante, esta elección es un manifiesto en sí, y sumergirse en la tempestad sonora que proponen es toda una experiencia, en directo, básicamente instrumental. Pasaron de puntillas por su último disco, pero repasaron a base de bien sus antiguas composiciones, donde emerge el antológico Loveless.
La jornada había empezado con Betunizer, con su sonido punk cachondo y funky, que en medio de la tarde era como un chute revitalizador después de dos días agotadores. Una de las bandas más divertidas y musicalmente excitantes que se pudieron disfrutar. Fueron seguidos en el escenario Pitchfork por Melody Echo Chamber. Con un buen disco bajo el brazo (producido por Kevin Parker de Tame Impala), su directo apostó por un sonido más orgánico y con más excursiones disonantes y contundentes en su pop psicodélico, en lo que fue una buena presentación de una agradecida Melody Prochet. Si ha habido una banda pluriempleada en el festival, ésta es Deerhunter. Encomendados también con sustituir a los ausentes Band Of Horses, consiguieron congregar un público importante, pese a haber tocado ya el jueves. El éxito cosechado atrajo a repetidores y neófitos. No tan redondo como el jueves, el enorme escenario no ayudó a crear las condiciones para una banda como la suya para explotar, sí que se puede afirmar de su paso por el festival, que Bradford Cox es una de les personalidades más peculiares e dominantes en un escenario del indie actual, enfatizado por su larguirucha e extremadamente delgada figura. Un pedazo de artista con unos compañeros que llevan ya un puñado de triunfos en forma de álbum. De los casos en el que un lamenta no ir con la lección más aprendida para poder disfrutar mejor de su concierto. Wu-Tang Clan, por su lado, llegaron mermados de efectivos, sin su capacidad musical completa (sólo contaron con un DJ), pero hicieron disfrutar de lo lindo al público, proclamando a los cuatro vientos, llevando su estilo combativo, revindicando el hip-hop a la vieja usanza (con exhibición a los platos incluida), y versionando hasta a The Beatles. Phosphorescent dieron una lección de pop luminoso, algo extraño hace poco de decir de un Matthew Houck que sigue explorando los sonidos del folk estadounidense, pero con que en Muchacho ha dado explotado un nuevo matiz más lustroso. Sonaron cristalinos, ligerospero intensos, en uno de los directos más convincentes de todo el festival. También destacadas fueron las actuaciones de The Babies, Drones, en el escenario Vice, mientras que paralelamente a Kevin Shields y compañía, Crystal Castles llevaron su electrónica tormentada, con el ya habitual show de Alice Glass. Ya para terminar la noche, la electrónica con alma de Hot Chip, entrada la madrugada, dio el toque bailongo que un sábado por la noche precisa, consiguiendo con un gran directo, levantar las maltrechas piernas de los asistentes, curtidas ya por tres días de dura batalla.
El Primavera Sound 2013, en el marco del Fórum, agonizaba ya con el cielo empezando a iluminarse tenuemente por el sol pre-estival, que sin embargo abandonó el clima habitual. Para una edición casi de proporciones épicas (por asistencia, cantidad y calidad de los grupos, extensión del recinto), el tiempo no podía ser otro que éste, lleno de contrastes y con un viento exuberante, como los mejores momentos musicales disfrutados en tres días agotadores.