John Burnside: Dones
Dones
Lumen, Barcelona, 2013
Por Ricardo Martínez
Sería oportuno, sería incluso de justicia reconocer ya, de un modo explícito, que, en el fondo, el lector exige más al poeta que a cualquier otro escritor. ¿Por qué? A saber.
La historia al uso, al fin, está en la calle, puede uno tropezarse con ella en el lugar más inesperado, y no porque sea algo existente en el aire, sino porque (y yo personalmente lo considero una suerte) uno, a lo largo del día tiene ocasión de encontrarse, o escuchar, a algunas personas que poseen, como algo innato, la propiedad de contar. De saber contar. Y la experiencia puede resultar no solo inteligente, sino irónica o incluso emocionante. El otro día, sin ir más lejos, desde el lugar de lluvia donde habito escuché a una niña viajera decir a su madre, a propósito del agua que veía caer desde las gárgolas: “¡Mira mamá, cataratas!” Pues bien, para mí eso equivale, o podría equivaler, a un micro-relato entrañable porque alude, a un tiempo, a una realidad sorprendente y a la vez a la imaginación, todo ello llevado a un gesto concreto, a un acto preciso, a una realidad inmediata y viva.
El poeta, a mi entender, al haber de ser tan minucioso con las palabras (minucioso en el sentido en cómo ha de elegir las palabras, limpiarlas, seleccionarlas y ordenarlas de tal modo que elabore un discurso a la vez para la inteligencia y el corazón) ejercita una actividad que tiene algo de infantil pero también de precisa artesanía, de inteligencia y sueño, de sombra y luz o amor y dolor. Por eso esperamos tanto de ellos, por eso, en el fondo, queremos admirarles porque son de fiar, son de los nuestros en la medida en que pueden ser una educada y discreta compañía de nuestra soledad.
Pues bien, amigo lector, creo que el autor que nos ocupa, el escocés y contemporáneo nuestro John Burnside cumple esa exquisita función porque es capaz de escribir (de pensar) para nosotros: “en algún sitio tañe una campana,/ aunque no puedo precisar/ si es en la iglesia/ o en alta mar;/ cuando cae la tarde, el agua se desangra/en el rosado horizonte por el que los barcos parten”. Confieso que para mí como lector ha cubierto hermosamente un hueco emocional, ha sabido aproximarse con delicadeza a un acto sencillo y ha conseguido evocar a algo de mi propia existencia no por mí, sino más allá de mí; su lectura me ha dicho algo que tiene amor y color, nostalgia e ilusión; que tiene mucho de un hermoso viaje por hacer, por ejemplo.
Ojalá a ti te pueda deparar, si no lo mismo, sí algo de imaginación o sueño; algo de belleza. Y con eso ya sería suficiente. Leer, así, equivale a acercarse a una entrañable compañía.