"El judaísmo en la música", de Richard Wagner
Por Ignacio G. Barbero.
“El judío (…) carece de toda pasión auténtica, y más aún de una pasión susceptible de impulsarlo a crear arte a partir de sí mismo”
Si la violencia de un escrito ha de medirse por el «dolor» que genera en nuestra moral y nuestro entendimiento, “El judaísmo en la música” constituye unos de las creaciones intelectuales más virulentas que he tenido la oportunidad de padecer. Richard Wagner (1813-1883), compositor fundamental en la evolución del arte musical de la segunda mitad del siglo XIX -y de gran influencia en los movimientos de vanguardia de principios del XX-, redactó este libelo con el claro objetivo de despreciar las obras de ciertos compositores judíos en particular y de paso la condición judía en sí misma. En su primera edición firmó el texto bajo pseudónimo, pero el mundo cultural de su tiempo reconoció inmediatamente su estilo. Y esto no era baladí, pues, como señala Rosa Sala Rose, autora de la traducción y de un maravilloso ensayo introductorio: “Wagner fue en su época lo que hoy denominaríamos un líder de opinión y su prestigio como músico le daba a sus escritos antijudíos un aura de respetabilidad de la que carecían otros teóricos antisemitas de su época”.
El antisemitismo de Wagner -y de muchos de sus contemporáneos- está íntimamente relacionado con dos ideas: la de “lo alemán” y la de “nación alemana”, que son tomadas como algo real, plausible, completamente definido e inmaculado. El arte, en tanto que obra de un “espíritu alemán”, expresa esas identidad inamovibles con suma claridad, por lo que supone un factor clave para la afirmación y “redención de la nación alemana”. En consecuencia, el antisemitismo wagneriano no fue fruto de una antipatía personal, sino un ingrediente esencial de su programa artístico e ideológico. Teniendo en cuenta este punto de partida, el autor realiza un “análisis” muy sistemático de la esencia judía:
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1. El judío es naturalmente repulsivo:“Tenemos que explicarnos lo espontáneamente repulsivo que tienen para nosotros la personalidad y la esencia de los judíos (…) no hacemos sino autoengañarnos premeditadamente cuando pensamos que tenemos que ver con malos ojos y considerar incívico el anunciar públicamente nuestra aversión natural contra el ser judío”.
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2. El judío, aunque haya nacido en Europa, es un extranjero: “Toda nuestra civilización y nuestro arte europeos han sido siempre para el judío una lengua extraña”.
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3. Toda obra de un hebreo europeo está falta de expresión verdadera, es pura imitación: “En esta lengua, en este arte, el judío no podrá sino repetir o imitar, pero nunca podrá expresarse verdaderamente mediante obras de arte o poesía”.
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4. En base a lo anterior, el judío no es capaz de producir arte auténtico ni de una vida digna de ser llamada propiamente humana: “El judío nunca ha tenido un arte propio, de ahí que tampoco haya tenido nunca una vida dotada de contenido para el arte: tampoco hoy podrá encontrarle a esta vida un contenido de verdadero significado humano”.Posee “una propia incapacidad íntima para la vida”.
El grave y repulsivo racismo manifestado en este razonamiento es realmente evidente y si seguimos el discurso del autor, encontraremos nuevas formas de discriminación y desacreditación de corte antisemita. Así, uno de los hechos que más tortura a Wagner es que la música judía, a pesar de la inferior condición de sus creadores, tiene gran acogida entre el público en su tiempo. ¿Cómo es posible? Para explicar esta, a su juicio, paradójica circunstancia, se detiene en dos figuras: por un lado, nos habla de Felix Mendelssohn (1809-1847), genio de una mozartiana precocidad, gran compositor y director de orquesta enormemente relevante (ayudó a restaurar el legado de Bach al dirigir su “Pasión según San Mateo” casi un siglo después de la muerte de éste y fundó, además, la “Escuela Superior de Música” de Leipzig, de gran prestigio en la actualidad) ; por otro, de Giacomo Meyerbeer -nacido Yaakob Liebman Beer- (1791-1864), el operista por excelencia del Romanticismo europeo, cuyas obras están entre las más representadas de este período. De ambos critica la falta de “esencia musical” en sus creaciones, a las que califica de triviales y superficiales, y considera que su reconocimiento no depende del talento que poseen sino de una coyuntura histórica muy determinada en la que las artes alemanas están en plena decadencia, en la que “lo alemán” está de capa caída. ¿Por qué? Porque, atención al tópico discriminatorio, los judíos tienen el poder económico, lo que les permite controlar a todos los niveles la vida de su país y, por tanto, “malévolamente” oprimir el “noble espíritu” de la nación germánica: “Somos nosotros quienes nos vemos en la necesidad de luchar para emanciparnos de los judíos. En el orden presente de las cosas, el judío ya está mucho más que emancipado: él nos rige, y seguirá haciéndolo mientras el dinero siga siendo un poder contra el que todo lo que hagamos o dejemos de hacer pierda su fuerza”.
La argumentación de Wagner, que acaba transformando a los alemanes en víctimas, ha de ser tomada muy en serio. Si lo hacemos, seremos capaces de desvelar las increíbles trampas lógicas que aparecen en un discurso radicado en prejuicios racistas y, además, aprenderemos a no dar pábulo a las tesis que presenta, que son enormemente peligrosas y dañinas, como ha demostrado la historia del siglo pasado, y muy defendidas- mutatis mutandis- cuando una época de vacas flacas, como la actual, llama a nuestra puerta (pensemos en el clásico -y tácito- desprecio hacia los inmigrantes). Por todo ello, leamos esta obra.
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«El judaísmo en la música»
Richard Wagner
Hermida Editores, 2013
102 pp, 16€