Breves: De la poesía al cuento (III)
Por Juan Gómez Bárcena
Confesiones al psicoanalista, Izara Batres
Ediciones Xorki, 11 euros, 125 páginas.
Para cerrar este pequeño ciclo de jóvenes poetas que han probado suerte con la narrativa, hoy hablaremos de Izara Batres y sus Confesiones al psicoanalista (Ediciones Xorki, 2012). Es el suyo un debut en el género que no merece pasar desapercibido. También recomiendo prestar atención a la propia editorial Xorki, que con un valiente catálogo que abarca tanto narrativa como ensayo filosófico se ha atrevido a irrumpir en el mercado editorial cuando más lo necesitamos.
A pesar de su juventud, Izara Batres (1982) ha tenido tiempo de labrarse una sólida trayectoria como poeta. En 2009 publicó su primer libro de poemas, Avenidas del tiempo (Ediciones Vitrubio) y más tarde El fuego hacia la luz (Pigmalion Edypro, 2011), que cosecharon buenas críticas en revistas y suplementos culturales. Pero por aquel entonces Izara ya combinaba su actividad poética con sus primeros experimentos narrativos, como el relato “El paciente” con el que obtuvo el premio del Concurso de Relatos EP3 “Talentos” de El País en 2007, o el texto con el que resultó finalista del Premio Sexto Continente de Relato de Humor en 2011.
Confesiones al psicoanalista es un libro de relatos difícil de clasificar. Sorprende, en primer lugar, el fuerte sentido de unidad del conjunto. Al igual que la genial novela italiana La conciencia de Zeno de Italo Svevo, comienza con un prólogo firmado por un misterioso psicoanalista, personaje elíptico que actúa como invisible destinatario del resto de los textos. Cada cuento del libro consiste precisamente en una “confesión” a ese psicoanalista que de alguna forma somos nosotros mismos; discursos enajenados y delirantes con que cada paciente narra su vida y sus conflictos. Son relatos con un fuerte sentido humorístico, que saben sacar partido al surrealismo de sus planteamientos con un toque cómico que remite al mejor Woody Allen. Pero como sucede en la producción del director norteamericano, Batres no sólo quiere hacernos reír: más allá del humor, tras sus escenas absurdas e hilarantes –un hombre enamorado de su ordenador; una pareja que hace de sus mutuos deseos de asesinarse una auténtica forma de vida; un enano que acaba conquistando el mundo para enmascarar su complejo de inferioridad-, de lo que se trata en definitiva es de diagnosticar a toda una sociedad enferma, de la que los protagonistas no son más que sus más disparatados representantes. Todo ello con un estilo preciso, sobrio, poseedor de un buen oído para captar la oralidad de los monologuistas, y que a pesar de su carácter enumerativo –muchos de los relatos no aspiran a contar una historia propiamente dicha; en ocasiones sólo se proponen “enumerar” diferentes situaciones donde se expresan los síntomas de su delirio- resultan entretenidos y perdurables en la memoria.
Recomiendo especialmente el relato “El cine”, narrado por un paciente que sólo es capaz de vivir imitando el comportamiento de sus héroes en la pantalla –“Yo nunca he sido yo, siempre he sido otro”-, desde Humphrey Bogart a James Dean o Marlon Brando. Me interesa no sólo por constituir un exhaustivo y hermoso homenaje al cine, ni tampoco por la lograda comicidad de varios de sus pasajes, sino sobre todo por su capacidad para llamar nuestra atención sobre el modo en que la publicidad y el cine modelan nuestras vidas e identidades.
No olviden el nombre de Izara Batres, ni tampoco el de la editorial Xorki. Seguramente volverán a encontrarse con ellos muy pronto.