Entrevista a Jordi Soler por "Restos humanos"
Por Benito Garrido.
Jordi Soler recupera la vía del humor para contar la historia de un santo, de los de larga barba, túnica y sandalias, que en su afán por predicar, termina viéndose envuelto en una trama de corrupción, tráfico de órganos, y mafias rusas. La voz narradora de un periodista especializado en historias excéntricas, será la que nos guíe por la vida y obras de este santo que superado por la circunstancias, arroja luz y contraste a ese mundo oscuro e inmoral hacia el que inevitablemente se ve arrastrado. Novela esperpéntica que es fiel reflejo de una realidad a la que el autor solo puede enfrentarse desde el humor y la parodia, desde la visión más irónica, ingeniosa y grotesca.
Restos humanos. Jordi Soler. Editorial Mondadori, 2013. 192 páginas. 17,90 €
Jordi Soler (La Portuguesa, Veracruz, 1963) es autor de dos libros de poesía y diez novelas, entre las que destacar Diles que son cadáveres (2011), Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé (2011) y La guerra perdida (2012), que reúne en un solo volumen las novelas Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso, que ha sido distinguida en Francia con el Prix Littéraire des Jeunes Européens. Fue diplomático en Dublín, y reside en Barcelona, la ciudad que abandonó su familia al terminar la Guerra Civil. Es Caballero de la irlandesa Orden del Finnegans.
Entrevista:
P.- Se está viviendo un momento en que los medios no paran de denunciar continuos casos de corrupción y oscuros negocios entre las más altas esferas políticas, sociales y profesionales. Con una narración plagada de humor, ironía y personajes extremos, Restos humanos entra de lleno en el tema. ¿Olfato periodístico o puro afán de contar?
Un poco de todo eso. En realidad las novelas son instinto y trabajo, luego ya vas vistiendo las ideas, argumentando y atornillando temas, pero todo es muy instintivo. Por otra parte, las novelas también son, o por lo menos las que a mí me gustan, las que te cuentan una parte de la realidad, aún cuando sean ficción. Mi idea al escribir sobre de la corrupción, uno de los fondos principales de la novela, partía de algo que nos han contado toda la vida, y es que “el que la hace la paga”, pero finalmente nos damos cuenta de que no es así. La paga el que se descuida, pero perfectamente puedes ser un corrupto toda la vida y morir en tu cama. No pasa nada, como se demuestra de manera literaria y narrativa en la novela. Pero esto no es algo que solo pase en este país, está sucediendo en casi todos los países. Tengo la impresión de que la corrupción es el aceite de la maquinaria social de los países, que si no hubiese corrupción las cosas no funcionarían. Así por ejemplo, el santo, mi personaje, es un tío que se empeña en un oficio excéntrico que requiere de mucha voluntad y convencimiento, y además que desarrolla de manera gratuita. En un mundo así, el que trabaja gratis genera ganancias a su alrededor de las que alguien se está aprovechando; y esto también es un reflejo del mundo en que vivimos. El empeño del santo también se parece al de los novelistas: hacer algo tremendamente minoritario que le interesa cada vez a menos gente, y que está atacado por la piratería, por la economía que se derrumba. Y sin embargo, los novelistas seguimos empeñados… Yo mismo me veo como si fuese un santo con túnica y sandalias que va predicando por El Corte Inglés las bondades de su novela.
P.- Para hablar de esa corrupción que domina la sociedad, te vales de la esperpéntica vida de un santo incomprendido, confiado e ingenuo al estilo Jesucristo Superstar, ¿por qué precisamente de esta figura tan poco habitual hoy día?
Sí, es poco habitual porque no se usa, no porque no venga al caso. El santo es metáfora de muchas cosas, y a mí me sirve como contraste perfecto para el mundo que voy narrando en esta novela, un mundo lleno de oscuridad, de corrupción, de tráfico infame (el de órganos). El santo es el que pone la alquimia, el contraste, la luz de la novela, aún cuando es un hombre muy torcido. No es que sea Jesucristo, pero confía en valores que se van recuperando: la solidaridad con el otro, la amistad, la curación vía la conversación, el pensamiento mágico… al no ser religioso tiene todo el disco duro disponible para el tarot, la astrología, la lectura mágica del mundo, ese tipo de cosas.
P.- El humor y lo grotesco de los personajes se mezcla con lo terrible que tienen algunos temas como el tráfico de órganos. ¿Piensas que este es el mejor camino para hacer crítica social?
Sin duda. Los novelistas escribimos siempre la novela que debemos escribir, que es la que en el fondo podemos escribir. No hay más que una manera de contar la historia que tienes en la cabeza, sino la novela falla, no funciona. Y a mí me pareció desde el principio que para tratar este tema tan profundamente oscuro, había que abordarlo desde el humor, algo que a mí personalmente me gusta mucho, tanto escribirlo como leerlo. Aprecio mucho a los escritores que hacen reír, pues no es una tarea fácil, y además el humor tiene cierta penalización en el mundo literario en español, de hecho hay muy pocos autores que lo hagan (Valle Inclán, Eduardo Mendoza); mientras que en el inglés el humor es toda una categoría literaria. Es muy complicado hacer reír pues se puede caer en el humor fallido o incluso en la incomprensión, que es peor todavía. Todas mis novelas, hasta cuando tratan temas tan graves como la guerra civil o el exilio, tienen una parte de humor, mientras que en Restos humanos el humor es el vehículo que ocupa todo; de pronto se reflexiona con seriedad para contrapesar la riada de humor que es la novela.
P.- “El mal es aparente y el bien una ilusión”, reflexionas en tu libro. ¿Entender esa máxima es quizás la única manera de aceptar que en la vida cotidiana son habituales los comportamientos inmorales?
Creo que sí. Yo escribo novelas para entender lo que está sucediendo, y una vez escrita ésta, me quedó claro que, aunque nos han contado otras cosas, el mundo es así. Los curas nos han dicho que hay justicia, que ésta es divina o poética, que el que la hace la paga, que el hombre es bueno por naturaleza… Yo sin embargo, estoy con los presocráticos: hay un fundamento de maldad en el hombre que de pronto se dispara, y desde luego, está siempre ahí. Estas son las reflexiones a las que me van orillando mis personajes.
P.- No todos somos iguales ante la ley. La justicia puede resultar mal administrada, incluso ni siquiera aplicada. La consecuencia, políticos corruptos y delincuentes indemnes… y no pasa nada… ¿Dónde ha quedado la honradez, el sentido de equidad?
Yo también me lo pregunto, dónde está… Ahondando en la idea de que la crisis va a acabar rescatando lo bueno de las personas, recuerdo que cuando yo era pequeño conocí una España diferente a la que encontré hace diez años: un país frío, desinteresado, no solo por el resto del mundo, sino por el propio vecino. Mientras que ahora, el ver esas escenas que ocurren casi todos los días, de un vecino que se interpone entre la guardia civil y la viejecita que está esperando le desahucien, me han tocado profundamente el corazón. Estamos rescatando actitudes como la compasión y la solidaridad, que parecía que estaban ocultas y no afloraban. Después de la oscuridad solo pueden venir cosas positivas, recuperar valores que habían desparecido.
P.- Viendo la degradación del protagonista, ese santo que va perdiendo confianza en las ideas que lo sostienen, uno se plantea: ¿dónde quedan la razón justa y verdadera, esas creencias que alimentan el alma?
Se quedan en una imposibilidad. El santo es un tío que cree y tiene mucha confianza en lo que hace; y la única forma de combatir ese mundo que le pasa por encima, es creer con más intensidad. Como decía san Buenaventura, “credo quia absurdum” (creo porque es absurdo). Uno cree en las cosas en que no se puede creer, porque lo demás ya está, y en lo que puedes creer no hay que esforzarse. Ahí otra vez llego al novelista: ¿por qué escribo novelas si es absurdo? Porque creo. Es la única manera de combatir esa impunidad de la justicia. No debo acostumbrarme, sería algo monstruoso e inmoral, aunque haya veinte mil casos y uno vaya tapando al otro. Esa es la resistencia que muestra el santo, y que empieza a aparecer ahora en la sociedad.
P.- Sin embargo, es curioso como, en base a esas creencias tan firmes como erróneas, el santo aguanta las continuas humillaciones y mentiras de los que le rodean. Y se resigna a todo. ¿Puede ser lo único que le queda?
Se resigna pero también lo hace combatiendo. La resignación tiene un componente pasivo que yo personalmente detesto. La imaginería judeocristiana nos ha hecho creer que la resignación está bien, pero es algo que se podía plantear de otra manera. El santo, más que resignarse, hace una profunda reflexión de lo que está pasando, y combatiendo acepta la situación. No me gusta verlo resignado como si fuese el cura que plantea aquello de “estos son los caminos del señor, qué vamos a hacer”. No, este santo piensa y combate no solo frente a la corrupción sino ante la llamada de la carne que es brutal, es carne rusa… Va cayendo, pero en combate.
P.- ¿Actualmente el ciudadano parece estar acostumbrado a tragar con todo lo que se le impone? ¿O puede ser también que el miedo sea uno de los factores que le atenace a la hora de no actuar, de no moverse?
Por supuesto, piensa que el noventa por ciento de nuestro comportamiento viene motivado por el miedo, sobre todo y en este caso específico porque todavía tienes algo que perder. Cuando el ciudadano ya no tiene nada que perder es cuando llega la revuelta; pero la situación no está ahí ni mucho menos, todavía hay cosas que perder. Yo nací en México, un país con un conflicto social permanente, y he comprobado que la gente actúa de esa manera: tiene que llegar a un punto concreto, en el que es difícil situarse, pero donde ya sobreviene la revolución, cuando no tiene nada que perder.
P.- Conforme avanza la historia el esperpento y la parodia se multiplican, disparando el humor y llegando a puntos realmente divertidos. ¿La ficción supera en este caso a la realidad?
La ficción es una manera de poner en claro la realidad, de jerarquizarla y ordenarla. Te asomas mejor a una realidad específica por medio de un artefacto literario como es la novela. Creo que aquí ficción y realidad van de la mano. Después, cuando identificas los personajes y los escenarios reales es cuando la ficción empieza a remodelar la realidad, o sea que es lo mismo.
P.- En el libro no haces referencia al lugar en que se desarrolla la historia. Podría ser un ciudad española, colombiana o incluso mexicana… ¿Por qué?
Ese es parte de mi empeño narrativo: plasmar al mestizo que soy en todos mis libros. Siempre me preocupo de utilizar palabras que se usan tanto en España como en México o Latinoamérica, un empeño fonético, casi musical, en el uso de las palabras y en el traslado de una latitud a otra. Me parecía que en esta historia podía llevar eso más allá, y plantear un territorio panhispanoamericano, que puede ser cualquier sitio: Madrid, Barcelona, Veracruz, Caracas… donde sea. Pero no puede ser en un país que no sea hispano, un lugar donde los referentes son por un lado Valle Inclán, el gran inventor del boom hispanoamericano con Tirano Banderas. Y por otro lado, Luis Buñuel, que era aragonés y también profundamente mexicano. Me interesa mucho esta propuesta estética porque creo que tiene que ver mucho con la realidad: Latinoamérica se acerca con timidez a España, y España en cierta medida, ignora lo que pasa en Latinoamérica.
P.- Jordi Soler y el periodista especializado, narrador de la historia, ¿terminan confluyendo en un solo personaje?
Sí, así es, aunque en realidad este periodista es el periodista que yo no puedo ser. Habitualmente yo escribo en periódicos pero en opinión. Cuando hago algún trabajo periodístico tiendo a redondear la realidad, lo cual está muy mal visto en un periódico serio. De ahí que sea un periodista defectuoso. Y a éste, lo he hecho como a mí me gustaría ser, un periodista de raza, como el galgo ruso que muerde su presa y no la suelta por muchos golpes que reciba. Sin embargo, al final de la novela el periodista se plantea algún día escribir ese libro en el que lleva diez años trabajando. A mí que conozco la profesión periodística me queda claro que no lo va a escribir, por eso yo, que soy novelista, le he venido a escribir su libro.
P.- Tienes un estilo literario muy visual. Es entrar el santo en el mercado con la túnica blanca, y el pelo y barba desaliñados y el lector ya se hace la composición de lugar del revuelo que se está levantando en aquel lugar. ¿Visión cinematográfica?
Quizás porque escribo novelas no veo mucho la relación del cine con la literatura. Creo que ésta bebe más de la música, mientras que el cine es un arte solo visual. Las imágenes lo avasallan todo, mientras que las imágenes literarias están construidas a partir de conceptos e ideas, un acercamiento radicalmente distinto a la imagen. Yo no me visualizo haciendo un paneo para escribir lo que veo, sino que lo escribo y luego me doy cuenta que lo hice como si hubiese hecho un paneo; de ahí que mi estilo, como dices, pueda ser visual.
P.- ¿Cómo ves el actual panorama literario? ¿Y el editorial?
El editorial muy revuelto, hay desconcierto por todos lados. Quizás lo que haya que cambiar es el modelo y regresar al editor que está en su escritorio y publica seis libros al año, al modelo clásico de muchas editoriales. A la hora de hacer un libro, hay una infraestructura alrededor que se está viendo que ya no se sostiene. Además creo que ya hay voluntad de cambio, que todos vamos en la misma sintonía. Lo que sí está claro es que la novela ni está cerca de la muerte, ni creo que muera.
En cuanto al panorama literario en general, a mí me interesa mucho la literatura que se hace en Latinoamérica por la diversidad que ofrece y porque oxigena mi español ya peninsularizado, más preciso, canónico, y por tanto, mucho más esquemático. En México hablamos más como lo hacía Valle Inclán. También tiene que ver con la forma en que se escribe en Latinoamérica, desde la carencia, no hay anticipos, ni control de cuantos libros vendes; estás luchando contra los elementos y no te puedes distraer. Se escribe desde la necesidad, por eso salen novelas con tanta fuerza. Entre un empleo y otro vas escribiendo, pero con la certeza de que no puedes fallar porque a lo mejor a la siguiente no te la van a publicar; se escribe entonces con mucha desesperación.
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