Una novela que recupera la épica del mito; 'Assur', de Francisco Narla
Assur, Francisco Narla, Madrid, Temas de Hoy, 2012. 23.90 €
Por Manuel García Pérez
Después de Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute, quizá no se haya escrito una novela de la relevancia medievalista, al mismo tiempo que literaria, de Assur. Los aspectos estéticos y formales definen el carácter de novela total e iniciática que el trabajo literario de Francisco Narla transmite a cualquier lector que se involucra en las hazañas de esta compleja saga de personajes diversos, perfilados en el dualismo del bien y del mal, del cielo y del infierno.
Lejos del revisionismo histórico, Assur es una obra literaria, eminentemente literaria, distanciándose de otras propuestas pseudohistóricas, de calco anglosajón, con las que el mercado español está saturando, por desgracia, todas sus iniciativas editoriales.
El cuidado del uso de la lengua, sobre todo en lo descriptivo, subraya ese ritmo pausado, meritorio para un autor que, apoyándose en lo histórico, construye un mundo literario autónomo, sin excesos documentales, sin la gratuidad de discursos enciclopédicos a los que estamos tan acostumbrados en muchas novelas de contenido histórico.
De este modo, el trabajo de documentación en esta novela nos traslada a un mundo alternativo porque el ejercicio literario es tan eficaz que el detalle costumbrista introduce sutilmente la verosimilitud de lo ficticio, sin vislumbrarse un texto enciclopédico con intenciones divulgativas. Como en los cuentos históricos de Francisco Ayala de Los usurpadores, el detalle costumbrista es eficazmente estético para alejarnos de la realidad misma e introducirnos en otra realidad, remota y misteriosa: “A su alrededor los hombres hablaban en susurros, todos iban embadurnados con cenizas para evitar que sus pieles brillasen antes de echarse a nadar, parecían los espíritus de las mágicas cofradías sobre las que había hablado su madre, ánimas en pena que vagaban por las noches anunciando a los caminantes una muerte pronta” (p. 327).
Assur es una epopeya, no es una epopeya vikinga, porque la superación de arriesgadas pruebas por parte del héroe recuerda a ese mundo alternativo e imperecedero, con visos medievales de Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute, pues trasciende el localismo de las ubicaciones. La contextualización histórica es un rasgo literario más de la fábula con el fin de relatar la epifanía de un tiempo ido, seguramente acaecido, pero que, a través de la aventura de Assur, se torna en atávico, ancestral y mitológico.
La historia de los pueblos en esta novela se convierte en mito y en una reflexión inconsciente del apocalipsis de las civilizaciones a lo largo de todas las existencias de sus personajes. Nada es inmortal, ni eterno; hispanos asediados por normandos y vikingos que ceden sus creencias a las de un crucificado mientras la península siente el fragor de las tropas musulmanas desde el Sur. El valor simbólico que la aventura encierra inaugura un mundo posible, no importa si lejos o aproximado a la objetividad histórica cuando solamente ha sido utilizada para dotar de verosimilitud a la complejidad narrativa de toda una saga de personajes odiseicos. “Los que habían bebido demasiado roncaban tirados de cualquier manera en alguno de los rincones de la skali de Brattahlid. Otros se habían ido a sus propias haciendas. (…) Los hachones ardían mortecinos, con apenas un fulgor anaranjado cubierto por brasas de lomo ceniciento. (…); las llamas habían cuarteado las caras vistas de los leños, parecían curtidos escamosos del pellejo especulado y tieso de uno de aquellos dragones que poblaban los kenningar de las sagas” (p. 714).
Características específicas que definen la narrativa de Assur profundizan en aspectos estructurales como: a) Protagonismo de la naturaleza como un contexto determinante en la psicología de los personajes. Lo selvático, las frondas, las márgenes purulentas de los ríos y el azote del mar obligan a los héroes a superarse a sí mismos, así que quien no se adapta a los agrestes espacios, a las inclemencias de caminos tortuosos, no sobrevive, b) La aventura del propio infanzón Assur está concebida como un rito iniciático (desde la pubertad hasta la madurez) a través del que el héroe tiene que superar diversas pruebas para recuperar el honor perdido y el reconocimiento de los suyos, que han sido presos por los normandos; c) El viaje se convierte entonces en un viaje hacia el conocimiento de uno mismo y del otro, un viaje que trasciende la geografía de unos pueblos en continuo proceso de enculturación; d) El lenguaje mironiano, que, en algunos momentos, puntuales peca de excesivo detallismo y ralentiza el ritmo narrativo, destaca por encima del propio interés histórico de algunos cuadros costumbristas para crear ese mundo autónomo, donde las descripciones de los primeros planos y de planos generales abren un horizonte de expectativas al lector que le permite involucrarse en unos escenarios idílicos, que , además, son memoria del destierro de Assur y del fin de unas creencias culturales y religiosas; nada permanece, nada es perentorio para los hispanos ni para los vikingos: “La travesía se estaba haciendo eterna, en lugar de avanzar hacia el este, parecía que el océano fuese creciendo ante su proa. Se abría en azules oscuros que hacían entender las leyendas sobre los monstruos de las profundidades, tan interminable como la desesperanza” (p. 693).
Los tributos literarios que Narla introduce en este texto tienen como enclave significativo los episodios balleneros de Assur con los groelandeses; no podemos obviar esa influencia de Melville, que comprenden el detallismo y la acción trepidante en narraciones concisas e imborrables por su plasticidad y por su realismo. “Leif cruzaba frases jocosas con sus hombres y todos respondían con efusividad, imbuidos por el contento del patrón. Se hacían bromas sobre monstruosas criaturas surgidas de las profundidades de aquellas aguas por descubrir y todos los interpelados respondían con bravuconería” (p. 569).
Asimismo, destaca el inteligente uso de las digresiones temporales con las que comienza el Segundo Libro para romper el curso lineal de la historia, dotando por tanto de mayor dinamismo a la narración y de mayor profundidad psicológica a personajes secundarios que mueven al héroe a la aventura. El hecho de que su hermana Ilduara desapareciera durante la invasión normanda en tierras del norte de la Península obliga al joven héroe a influir con coraje en el destino inescrutable de huestes y de otros hombres como Gutier o Weland que diversifican la trama en relatos secundarios de carácter épico.
La caracterización psicológica de algunos personajes secundarios sobresale frente a la de algunos personajes principales, desplazando con intención el protagonismo de Assur en algunos momentos de la narración como es el caso del homicida y furibundo Víkar.
Son estas características literarias (y subrayo literarias) las que destacan en la novela de Narla, las que diferencian a Assur de to
da una serie de adaptaciones y paráfrasis pseudohistóricas que están acabando con la calidad de nuestro mercado literario desde hace unos años.
Assur es una epopeya en el sentido de Melville, de Tolkien o del propio Conrad; no es una novela meramente histórica, porque, mal que les pese a algunos críticos y periodistas que han escrito sobre Assur, la literatura de Narla trasciende la contextualización y hace que cada una de sus palabras se convierta en una sobrecogedora luminiscencia en ese fluir de la corriente que es la vida del héroe, del héroe de las epopeyas invocadas en un tiempo pretérito, pero que transcurre también en el presente, que sucede repentinamente como una guovssaha, es decir, como una luz que puede oírse.