Yo quiero ser maestro
Por FERNANDO J. LÓPEZ. Es obvio que necesitamos mejoras -urgentes y eficaces- de nuestro sistema educativo. Pero también es evidente que esas mejoras no se pueden conseguir difamando, ni calumniando, ni desprestigiando, sino colaborando para que nuestras aulas -en las que llevo ya unos cuantos años trabajando como docente- sean el lugar más formativo posible para nuestros alumnos.
Como habrán deducido, además de escritor, soy uno de esos profesores incultos, vagos e ignorantes de la escuela pública de los que habla, con tanto desprecio, la Consejería de Educación. Su filtración de las respuestas más aberrantes de los candidatos no seleccionados -ese detalle, qué curioso, se les olvida casi siempre mencionarlo- en un examen de oposición solo demuestra sus ganas de seguir atacando a los profesionales de la enseñanza, que debemos de resultar demasiado molestos para quienes prefieren la sumisión, el silencio cómplice y el enmudecimiento general ante el desmantelamiento de cuanto servicio y derecho social se ponga por delante.
En mi caso, que he trabajado en el mundo de la edición, en el mundo de la traducción, en el mundo de la administración y, en definitiva, en más de un sector profesional, solo puedo decir que me habría gustado mucho dar en todos y en cada uno de esos sectores con tantos profesionales entregados y con ganas de evolucionar y de superarse como he visto, en estos años, en los claustros donde he estado. Y no soy, precisamente, célebre por mi corporativismo, pues en mi novela La edad de la ira ya dejé clara mi postura al respecto, pidiendo una necesaria labor de autocrítica y poniendo por escrito -molestase a quien molestase- qué es lo que no me gusta de nuestro sistema. Y de quienes -profesores, padres, alumnos- participamos en él.
No se trata de defender lo indefendible, sino de valorar el esfuerzo ajeno y, sobre todo, de intentar aportar ideas y soluciones para que ese nivel cultural que, cada día, es más ínfimo alcance una altura más aceptable. Resulta esperpéntico que sea en programas como el Debate de Telecinco -conducido, es un decir, por Jordi González- donde se pretenda discutir sobre nuestra situación educativa gracias a los gritos de ciertos contertulios que unían su incapacidad de escucha a su ignorancia absoluta sobre la realidad en las aulas. El día que, para mantener una tertulia como la de ayer, convoquen a quienes estamos afectados por el tema, puede que sí me los tome en serio. Lamentablemente, dudo que lo hagan: el circo mediático es mucho más jugoso para la audiencia que la reflexión pausada y meditada. Es más, propongo que en el próximo debate sobre los profesores, los contertulios defiendan sus opiniones a la vez que se tiran a una piscina, mezclando así los formatos más exitosos -y culturales- de nuestra educativa televisión.
Falta interés por oír a los docentes. Por escuchar a las familias. Por dialogar con los alumnos. Preferimos el anecdotario y el chascarrillo. La burla y la chanza sobre cuestiones muy serias y, sobre todo, nos pierde nuestro afán por encontrar una nueva víctima de la que reírnos. Y de quién mejor que de los maestros, figuras que -revisen nuestra Historia- siempre han sido el enemigo en los tiempos más oscuros de este país.
Por mi parte, solo sé que si escribo es gracias a una magnífica maestra que, cuando yo apenas era un crío, me regaló mi primer cuaderno para que lo llenara de poemas. Fue ella la que vio en mí algo que nadie, hasta entonces, había intuido. Y unos años después, fue otra maestra -la mujer, siempre la mujer: esencial en esta sociedad que se derrumba sin ellas- la que supo adivinar en mí el futuro profesor que hoy soy. Y fueron maestras -una palabra que en mí solo tiene resonancias favorables a pesar de lo que haga la Consejería- quienes me ayudaron a entender que mi identidad era la que hoy es, quienes me hicieron reflexionar sobre la diferencia y pusieron las bases sobre las que, tiempo después, aprendería a convivir conmigo mismo.
Para mí, que trabajo en Secundaria y Bachillerato, no hay un elogio más poderoso que la palabra maestro. Un sustantivo que espero, alguna vez, poder ganarme. Entretanto, tendremos que seguir combatiendo no solo con los salvajes recortes, y con las aulas atestadas, y con la falta de medios, y con las reformas encaminadas a alejar de las aulas a quienes más las necesitan. No, también nos tocará luchar contra los que difaman a quienes deberían tutelar. Con gobiernos que saben que si extienden el desprestigio de la escuela pública conseguirán favorecer, ante todo, la ignorancia. Y nada mejor que una sociedad inculta para poder someterla a sus designios. De momento, ya están ello. Pero me niego a cruzarme de brazos y a ver cómo acaban – con la complicidad de mi silencio- con todo lo que, durante décadas y gracias a los grandes maestros y maestras de este país, hemos conseguido. Eso jamás.
Hoa