Dios y el diablo en la tierra del sol
Por Florencia D´Antonio.
Porque existe un universo personal, casi intocable, estable en la medida de la posible, sujeto a modificaciones comunes que evoluciona de manera progresiva o lenta; con altibajos, ninguno predecible aunque supuestos como posibilidades miserables o amables. Así es la vida.
Pero qué pasa cuando las instituciones cotidianas se autodestruyen, dejando entrever el origen que es culpable de la creación y al mismo tiempo, culpable del fin.
Una narrativa que a partir de la forma destruye el contenido de lo legítimo: se levantan los muros y después se caen, uno a uno, los ladrillos discursivos. El barrio de la de la infancia se incendia al ver a los padres cogiendo, a la ley escapando, a los sueños malos abriendo ventanas a la realidad.
Nicolás Correa sabe que no todo se explica por la positiva. Debe haber algo más oscuro en el fondo de las cosas que, casualmente, tiene que ver con los excesos. Mientras cualquier héroe o antihéroe de novela lucha por dignificarse o por hallar un espacio simbólico donde sobrevivir (ya sea que elija la vida o la muerte), un pibe decide el infierno, joder al diablo. Al mismo tiempo, este hombre, decide escribir su historia.
La posición intrínsecamente negativa se vislumbra en lo radical, lo fatídico. Porque para hablar del principio de la creencia y el fin de lo concreto, hay que haber nacido muerto. No confundir con escepticismo o con alguna otra forma de odio a la vida. Me refiero a que hay que vivir el horror para amar la poesía. Porque la poesía es inapelable para evocar a los fantasmas. Porque no es tonto ni mudo optar por un discurso literario o cualquier otro engranaje maldito para construir un tipo de justicia.
Súcubo narra el sexo como si fuera un texto clarical: lo presenta necesario para dar el origen y culpable de la destrucción. El autor es el creador, también el narrador y además, el protagonista. Cómo saber cuándo ocurrió el intercambio de roles o, mejor dicho, quién nació primero. El protagonista elige el encierro para salvar almas, para nada ingenuo si se piensa en lo que se guarda, se atenúa pero no se tapa. El narrador se ve a sí mismo y el autor, exorcista de todos los males, concreta esta historia en un pedazo de papel.
Es inevitable pensar que el panóptico regula esta obra, pero propongo pensar que la literatura controla los subterfugios de toda circunstancia. Hay sistemas entrelazados que modifican el dolor para hacer perecer a las emociones más brutales. La existencia entera nada en un mar de miserias y dificultades incomprensibles. Pero hay que inmiscuirse en el barro para encontrar el sol.
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SÚCUBO
La Trinidad de la antigua serpiente
Nicolás Correa
Editorial WuWei
206 pág.