Jorge Molist: «Hay demasiados maquiavelos»
Por Ginés Vera
Me presentan a Jorge Molist en una céntrica librería de Valencia. Nos acomodamos rápidamente en unos sillones y mientras preparo la grabadora, rompemos el hielo con el tuteo informal y los típicos comentarios sobre el tiempo. Me sorprende gratamente escuchar que vivió en Valencia hace años. Mucho más al oírle decir que la ciudad empieza a oler a azahar. Con esa complicidad me resulta mucho más cómodo asaltarle con unas preguntas sobre su última novela, Tiempo de cenizas, que tiene mucho que ver con dos ilustres valencianos, por cierto.
Ginés Vera: Entre los grandes temas que se tratan en Tiempo de cenizas destacaría el de que la política nos gobierna queramos o no.
Jorge Molist: Si realmente la política nos gobierna y el poder de la política. Estamos sometidos a ella, ahora en democracia a los políticos los elegimos en las urnas aunque terminemos sufriendo cosas que no nos gustaría sufrir.
G.V.: ¿Dónde ha quedado en nuestros días el honor y la lealtad de antaño?
J. M.: Yo creo que sí que queda, pero estamos hablando en Tiempos de cenizas de hace 500 años. Creo que en estos 500 años el ser humano no ha cambiado tanto, aunque afortunadamente ya no se descuartiza a la gente en la calle como espectáculo, ni se la quema en hogueras.
G.V.: Tras leer en la novela, no parece hacer justicia el adjetivo “maquiavélico” a las artes de Niccolo de Machiavelli.
J. M.: Pues no, no le hace justicia, igual que al papa Alejandro VI; la historia les ha tratado mal. Niccolo de Machiavelli era un filosofo, un patriota florentino y un diplomático; tuvo la audacia de escribir en El príncipe –escribir y describir– las prácticas del poder de su época y evaluar cuales funcionaban y cuáles no funcionaban, y a partir de ahí se produjo el escándalo. Él lo único que hizo fue eso, describir lo que estaban haciendo los poderosos. Si leemos El príncipe con los comentarios de Napoleón, el emperador le consideraba en algunos casos demasiado moralista. Maquiavelo en su vida era bastante vividor, le gustaba el alcohol, las mujeres y tenía un gran sentido del humor, como queda reflejado en las cartas que mandaba a sus amigos, que le llamaban el Machio, el macho. Es un tipo que a mi particularmente me cae simpático
G.V.: ¿Hay algún Maquiavelo moderno?
J. M.: Hay demasiados maquiavelos. Él decía en El príncipe que si mientes siempre habrá quien se lo crea, y estamos viendo hoy en día que hay demasiadas mentiras y nos las hemos creído.
G.V.: La azcona, el coselete o la barbacana se explican brevemente en el libro, quizá para acercar la realidad de la época al lector actual.
J. M.: Yo creo que es muy importante que la narración fluya con rapidez y que el lector no tenga que ir al diccionario, que se entienda por el contexto. No puedes evitar ciertas situaciones, paisajes, objetos que hoy en día son anacrónicos y hay que explicarlos un poquito.
G.V.: Algunos autores no suelen llegar a ese extremo, lo dejan ahí, que sea el propio lector el que acuda al diccionario o internet.
J. M.: Sí, pero es un enfoque; considero que la lectura debe ser un ejercicio de placer, y si yo puedo dar indicaciones y no tienen que ir al diccionario mejor, porque terminan sabiéndolo igualmente.
G.V.: Los soldados, en el enfrentamiento del puerto de Ostia, bebían vino y aguardiente, algo impensable en nuestros días por razones obvias.
J. M.: Bueno, antes, en las batallas marítimas, a los galeotes se les daba algún lingotazo para que se animaran y gritaran más fuerte.
G.V.: Bertomeu habla de «mantener una pequeña luz en medio de esta gran oscuridad gracias a los libros».
J. M.: Los libros son un vector de la novela; los libros, el saber, es un factor de libertad. Ahora tenemos internet, pero los libros eran el internet en su momento, los libros impresos, que eran un objeto muy caro.
G.V.: ‘Hay muchas formas de esclavitud y muchas de libertad’ dice un personaje, un esclavo.
J. M.: Si, aparece un personaje paradójico en la novela, Abdalá, y que lo menciona un par de veces. El protagonista piensa que el esclavo es más libre que los hombres libres. La esclavitud es algo subjetivo, es algo a lo que aspiras. Si estás encerrado en la cárcel, salir de la cárcel es la libertad; si estas fuera, libertad es irse a otro lado. En otros casos es expresar todas mis ideas; hay distintos tipos de libertad conforme vas alcanzando grados de libertad. El poder y la libertad es una lucha eterna; el pequeño quiere imponerse al poderoso, es una de las verdades que sigue la novela.
G.V.: Pero el protagonista le dice a su esposa: «De nada me sirve la libertad si no os tengo».
J. M.: Eso es cierto, el ser humano persigue antes la felicidad que la libertad. Ambas, la libertad y la felicidad, son fascinantes. Las utopías tienen ese poder de atracción, aunque tienen también un gran poder de desengaño.
G.V.: ¿Qué ha sido lo más trabajoso a la hora de escribir esta novela?
J. M.: Corregirla. Y encajar la trama según iba escribiendo para que cuadraran las cosas; una vez lo tienes, ese engendro en la mente, sólo queda hacerlo presentable. La escritura para mí es un ejercicio de comunicación, si no llega al lector, a la persona, ha fracasado. Por muy literario que sea, has fracasado. Para mí lo más dificultoso es la corrección, partir de ‘eso’ que has parido, hacerlo agradable para alguien; requiere un mayor arte y un mayor esfuerzo.
G.V.: Hoy en día, ¿es más fácil publicar que vender? Porque han irrumpido últimamente en el mercado un buen numero de editoriales, sobre todo de coedición y autoedición.
J. M.: A veces publicar es bastante difícil, en estos tiempos que corren más, no es tan fácil. Es una combinación, porque si has publicado y no vendes no vuelves a publicar. Es importante publicar y también es importante vender, o nadie apuesta por ti.
Un último guiño: le oí confesar a Jorge –medio en broma, me temo– a la compañera que le entrevistó a continuación, que procuraría que su siguiente novela no fuera tan extensa.