Cuando gritar se convierte en arte
Por VÍCTOR F. CORREAS. Creo que fue el pasado fin de semana, no recuerdo si el sábado o domingo. Consultando la web de un periódico topé con un desagradable vídeo –por calificarlo suavemente- en las páginas de televisión de ese diario.Momento débil, desde luego, porque acabé pinchando el enlace y asistí sobrecogido durante lo que me pareció una eternidad -el vídeo realmente no fue más allá de los dos minutos. Reminiscencias de lo que se denomina tiempo psicológico- a un intercambio de insultos, disparates, ataques personales y familiares que ríanse ustedes de los conflictos de Oriente Medio. Los protagonistas, los sospechosos de siempre: Belén Esteban, Lidia Lozano, María Patiño, Matamoros -no sé cuál de los dos, si no hay alguno más, porque no veo el programa ni tampoco sé cuál de ellos es un habitual del mismo- y Jorge Javier Vázquez en plan Ban Ki-Moon. Apaciguando el tema en lo posible. El programa, avispados como les presupongo, era Sálvame.
Y viene a cuento esto porque el verano pasado sufrí una de las pesadillas más delirantes que recuerdo en los últimos tiempos. Tanto que cuando me desperté en plena noche, sudoroso y con la piel de gallina, fui al baño a refrescarme y en mi rostro aún estaban impresas las huellas del horror; la trágica marca del espanto que causan hirientes recuerdos, escenas sangrientas o macabros acontecimientos donde la vida no es más que una muesca en la tablilla de recuento de los que van a morir. Y te salutant. La cosa fue tal que así: como de costumbre, Belén Esteban se enzarzaba con Lidia Lozano mientras sentada a su lado, venas del cuello como mástiles y rostro apergaminado, María Patiño esperaba su turno con las uñas y los colmillos afilados para lanzarse sobre la yugular de la primera. Las posiciones de ambas partes, enconadas. Muy enconadas. Hubo momentos en que pensé que cortarían la emisión dado el desagradable cariz que estaba tomando el asunto. Diatribas por un lado y por otro. Duras, como balas trazadoras. Arrancando carne, destrozando venas, arterias y tejido vivo diverso. Lo nunca visto en televisión. Entonces, en medio de aquel guirigay, Belén Esteban se levantó de la silla, clavó la vista al cielo, alzó los brazos y proclamó a voz en cuello que defendería hasta la muerte, pisando los cadáveres que fueran necesarios, que la energía radiada por un cuerpo negro, que absorbe toda la que incida sobre él mismo, es infinita. Lidia Lozano, con la escopeta bien cargada y a chillidos, la llamó mentirosa y difamadora pues para ella, según le habían informado sus fuentes de muy buena tinta, dicho cuerpo toma valores discretos de energía cuyos paquetes mínimos denominó como ‘quantum’. Luego se extendió en una serie de prolijas explicaciones mientras una eufórica Patiño jaleaba cada palabra suya. A partir de ahí, el acabose.
¿Es o no es una pesadilla insalubre? No sé si fue la cena que me sentó mal o el cansancio acumulado del día pero es evidente que evité, y mucho, volver a sufrir un episodio similar tras semejante visionado. Es más, esa misma noche dormí plácidamente. ¿Los del vídeo? Sin cuidado me trae. Eso sí, después, y recordando la pesadilla, descubrí que si quisieran podrían reproducirla sin problema alguno. La cuestión es chillar, pelearse, polemizar. De entretener a la audiencia. Que al fin y al cabo, cuando se grita, lo mismo da hablar del sexo de los ángeles que de la curvatura del espacio-tiempo. El éxito siempre está asegurado.