El paseante de cadáveres, de Liao Yiwu

 

Por Víctor Balcells Matas

 @victorbalcells

 

Enseñanzas del Tao. Lao-Tsé dijo que los débiles son como el agua, son como un niño. Sin embargo, los niños acaban siendo fuertes y el agua está en todas partes. Golpéala y por muy fuertes que sean tus puños no podrás dañarla.

 

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Veinticinco siglos más tarde el escenario es la plaza de Tiananmen. El Ejército Popular de Liberación reprime brutalmente una manifestación de estudiantes que se han reunido para denunciar la represión y los casos de corrupción relacionados con gobierno comunista. Aquel día Wu Guofeng, un joven de 21 años, fue asesinado. Fue uno entre muchos otros. Los estudiantes se habían arrodillado pacíficamente frente a la sede de la Asamblea Nacional Popular y habían demandado hablar con sus líderes. Apareció el ministro Li Peng y mantuvo una conversación con los estudiantes. Vanidad de vanidades. Horas después se impuso la ley marcial y la manifestación fue calificada por los medios de comunicación afines al gobierno -en la práctica, todos- como “motín” o “revuelta”. Wu Dingfu, padre de Wu Guofeng, esperaba noticias de su hijo. Al ver en las noticias lo ocurrido en Pekín tuvo una apoplejía y la mitad de su cuerpo quedó bloqueada como una premonición. En efecto, dos representantes del gobierno encorbatados aparecieron pocas horas más tarde y le comunicaron la muerte del hijo por su participación activa en la “Revuelta de Pekín”. Tan sólo llevaba una cámara de fotos y una bicicleta: un objetivo claro para el ejército.

 El paseante de cadáveres (Sexto Piso), de Liao Yiwu, es un compendio de conversaciones que el autor mantiene con diversos ciudadanos chinos. Las piezas, semiestructuradas y elaboradas a posteriori según nociones de estilo unitarias, tratan de indagar en los recovecos de la historia y la tradición del gigante asiático. Aparecen en sus páginas desde grandes escapistas hasta maestros del Feng Shui, pasando por prostitutas, revolucionarios o condenados a muerte. El surtido de personajes es rico y variado y ofrece un tapiz de una intensidad literaria notable y de una profundidad tan vasta e inabarcable que, por definición, nos obliga a considerar este libro como un punto de partida o puerta iniciática para el conocimiento de la cultura china y sus recovecos.  Dos son los elementos principales en torno a los que gravitan las conversaciones. Por una parte, la trágica historia reciente del país sirve de telón de fondo de todo el libro. Aparece en la conversación con un condenado a muerte y en las palabras de un sabio adivino. En un poderoso segundo plano que, en ocasiones, adquiere absoluto protagonismo, se repasa desde la caída del Imperio hasta el Kuomintang, la llegada al poder del comunismo y la situación política actual, descrita de manera desgarradora y de primera mano -por ejemplo- a través de los ojos de unos inocentes niños vagabundos. Por lo tanto, no podemos tomar este compendio de entrevistas como una pretensión de ensayo objetivo, sino como un muestrario de testimonios cuya valía radica en su excepcionalidad. En El paseante de cadáveres las conversaciones tienen lugar con actores principales, en tanto que testigos, de la historia y tradiciones chinas.

 

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Por otra parte, tiene una presencia capital en El paseante de cadáveres la antiquísima tradición de prácticas mágicas o esotéricas  orientales tales como el Feng Shui, el Tao, o incluso prácticas más modernas como el Falun Gong, entre otras. Las denominadas “Prácticas feudales” que el gobierno comunista reprimió y persiguió durante años. De esta manera, existe un segundo tipo de entrevistas que ahondan en la parte mágica la cultura milenaria -siempre insertadas dentro de su contexto histórico.  En cuanto a su núcleo, conviene hacer una apreciación. Liao Yiwu, el entrevistador, adopta en todo momento un aire completamente escéptico y próximo a la mentalidad literalizadora occidental. Ah, la literalización, ese rasgo tan cristiano y cientificista según el cual las estructuras simbólicas de todo rito han perdido su valor mágico y han pasado a ser manifestaciones que deben ser consideradas de manera ineludible como ciertas o como falsas, útiles o inútiles. Para nosotros el paganismo terminó hace más de un milenio, para los chinos la categoría de lo daimónico que es propia del paganismo sigue en perpetua pugna con las estructuras modernas. Así, igual que para Newton lo fue la alquimia o para Pitágoras el número, en las entrevistas a adivinadores, maestros de Feng Shui y otros expertos en disciplinas arcanas, encontramos un entusiasmo creyente en lo mágico como vía de conocimiento, y ante esta interpretación no literal Yiwu tiene que ceder y reprimir su espíritu escéptico. En efecto, quizá éstas no sean prácticas científicas o comprobables, pero son igualmente válidas si se interpretan desde la óptica daimónica. Se trata de elaborar un procedimiento parecido al que utilizó Lévi-Strauss cuando supo interpretar adecuadamente la profundidad y el nivel del pensamiento salvaje en las culturas aborígenes, es decir, con el máximo respeto y la máxima atención a sus categorizaciones. La presencia de estas entrevistas ya es de por sí un motivo para hacerse con este libro, pues se esboza en ellas el resto de algo que una vez tuvimos y no sabemos que hemos perdido.

 

Hermosa es, por ejemplo, la historia de los Paseantes de cadáveres que da título al libro. Al parecer, en ciertas comarcas remotas del interior de China aún es posible verlos. Su presencia supone todo un acontecimiento. Aparecen en caminos secundarios. Su cometido es simple: resucitan a los muertos y los guían a pie por las carreteras y los campos para devolverlos a casa. El muerto, cubierto por una túnica negra, avanza a trompicones. Delante, a modo de guía, el paseante sostiene un farolillo de papel blanco con una mano. Mientras avanza, lanza monedas al aire para “comprar el camino del otro mundo”. La visión es perturbadora. El cadáver ha resucitado y camina de vuelta a casa para ser enterrado con los justos honores. La gente se postra, se esconde o huye despavorida. La gente guarda silencio. Pocos saben que en realidad, bajo la túnica negra, no hay un cadáver, sino un hombre que lleva sobre sus espaldas un cadáver. El hombre contemporáneo lo considerará como un burdo engaño. Otros, quizá más cautos, verán en ello una de las representaciones más claras del ocaso de lo daimónico.

 

Se trata, sin duda, de un libro de transiciones, su tema bien podría ser el cambio. De hecho, se puede encontrar en diversas obras literarias europeas ese mismo interés por el doble choque que siempre ha sufrido China sin ser capaz, aún, de solventarlo. Por un lado el encuentro con las potencias exteriores y el profundo impacto cultural que se dio hace algunos siglos y que sigue dándose. Por otro lado, el encuentro de un país consigo mismo y el radical cambio que supuso la caída del Imperio y el ascenso del comunismo. Un retrato del primer choque lo encontramos en un clásico oculto: Los días del cielo, de Victor Segalen. Un retrato del segundo sería, qué duda cabe, La condición humana, de André Malraux. Sobrevolando estos factores permanece inalterable la pugna de las artes mágicas con el presente, la difícil supervivencia de disciplinas en la actualidad en franca decadencia o reinterpretadas equívocamente bajo el tamiz de la literalidad. Para profundizar en este último aspecto me parece muy adecuado el libro de Patrick Harpur El fuego secreto de los Filósofos y su apéndice Realidad Daimónica. Las lecturas mencionadas -una posible selección entre muchas otras- leídas junto con El Paseante de Cadáveres, son lo que toda literatura que se precie debe ser: fuente de conocimiento.Estamos ante un libro que gustará tanto a iniciados como a profanos. La elegancia de la prosa de Liao Yiwu destila una serie de episodios conversacionales que a nivel narratológico tienen todas las características propias de un relato literario: existe en ellas un tema, una trama y a veces incluso una intriga, un desarrollarse y expandirse que no deja de ser gratificante para el lector que busca descubrir en estas páginas algo nuevo, genuinamente oriental y rigurosamente actual; mezcla siempre interesante.

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