Egon Schiele. Las pasiones del lenguaje
Por Mario S. Arsenal.
Carla Carmona
En la cuerda floja de lo eterno. Sobre la gramática alucinada de Egon Schiele
Barcelona, Acantilado, 2013, 152 pp., 16 euros.
ISBN 978-84-15689-45-4
Resulta que nuestro mundo se ha vaciado tanto de sí mismo, que la contradicción sigue siendo un atractivo de primer orden, un reclamo fundamental para enriquecer la vida y el intelecto, el arte, el alma y las pasiones. Hay algunas que habiendo llegado a lo terrible de su propia inevitabilidad, se erigen como m
onumentos imperecederos de la memoria. Tal es el caso particular del pintor alemán Egon Schiele (1890-1918), ejemplo de artista que, perseguido por una afección melancólica descomunal, se debatió entre la vida y la muerte de un concepto para configurar sus obras, se convierte así en hacedor de engendros salidos de un mismo útero, padre de criaturas malditas definidas por la aniquilación de su sexualidad, amorfas, convulsas y palpitantes bajo ese horripilante saco de sangre y huesos. Un universo fascinante y extraño, crudo y grotesco, en el que hemos sentido la obligación, al fin y al cabo, de extraerle la poesía, la belleza: su verdad.
En la cuerda floja de lo eterno. Sobre la gramática alucinada de Egon Schiele (Acantilado, 2013) es un ensayo que, sabedor de la importancia del fenómeno de la contradicción, se vale de él para empezar a tejer un aproximación realmente evocadora de la obra, pero también de la vida, de este atormentado pintor. Carla Carmona, doctora en Filosofía y profesora de la Universidad de Extremadura, especialista en la Viena finisecular, es también, entre otras cosas, editora del prestigioso anuario Egon Schiele Jarhbuch.
Su planteamiento es lucidísimo, con una carga poética importante y una frescura estética que roza el placer con mayúsculas. El uso del paralelismo es el arma fundamental para trabar esta maestría de panfleto, el cual se articula sobre valientes conceptos como la eterna niñez del hombre, la religión en el espectro fantasmal de la mente de Schiele, cremalleras, ciudades muertas, inversiones pictóricas, paisajes gramaticales y un largo etcétera de paradigmas filosóficos con los que Carla Carmona desarrolla un ensayo en su más pura acepción, esto es, sin apenas notas auxiliares ni verificaciones académicas, con toda la sagacidad del ingenio y la intuición que un experto puede llegar a adquirir. Una suerte de empatía que desgraciadamente hoy día se echa en falta.
A medida que nos adentramos en la urdimbre del ensayo, sus costuras dejan entrever las fisuras del artista enfermizo, la extraña y extraordinaria alegría de un hombre convertido en niño, una especie de esperanza momentánea capaz de iluminar una eternidad y a la vez de morir en un segundo, las heridas del vencido, una enigmática verdad paralela que corre junto a una concepción del mundo de la que antes no pudimos percatarnos. Esa es la sensación al leer este trabajo. Porque quizás la obra de Schiele es de esas obras en las que, como Thomas Mann, no existe línea que delimite el arte y la vida. La ingenuidad, el amor y la luz negra de un espíritu bondadoso que caen presas del contexto de su siglo, viéndose supeditada a una red de principios en los que primó la tiranía. Contra esta agresión se vuelve el alma de Schiele, colérica, dulce, enamoradiza y rencorosa. Así, encontramos al artista aborrecido por sus maestros, rechazado por sus colegas y sólo admirado y reconocido por la muerte y el tiempo. Una asociación terrible la que le llevó a despojarse de su posible éxito en pro del arte. Hoy, justa y debidamente, hallamos la necesidad de homenajearle ridículamente para certificar, del mismo modo, nuestra eterna incapacidad histórica y legendaria para multiplicar a los vivos y dividir a los muertos.
Desde aquí nuestra más honda reverencia, por tanto, ante un estudio estético-artístico de esta sinceridad, tanto por el arrojo estético de la autora como por la valentía de la editorial. Un ensayo en todo su esplendor con todo lo que ello conlleva y debe conllevar, esto es, sugerir ideas, plantear intuiciones, destapar la imaginación sin perder de vista la gramática del sujeto y el objeto. Más tarde verificaremos la validez de sus argumentos; sin embargo, y mientras que ese tiempo transcurre, tendremos la alternativa feliz de hacer realidad la máxima horaciana del gusto y el aprendizaje.