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Películas, reseñas, y llamadas perdidas

portada_segunda_edicion-300x300Por MIGUEL ABOLLADO. Justo acabo de ver el documental «Searching for sugar man».

Cuando empiezan los títulos de crédito, suena otra vez «Crucify your mind». Otra vez esa voz desconcertante y ese rasgueo de guitarra suave y blusero. La gente no se mueve. Tampoco habla. Acaba esa canción y empieza otra, la acojonante «Sugar man». Siguen los títulos. Entonces alguien empieza a aplaudir, y toda la sala responde de la misma forma. Nos levantamos y empezamos a salir de la sala. Nadie comenta nada. Alguno vuelve la mirada hacia la pantalla, se para, vacilante, para escuchar los últimos acordes. Veo en las caras de todos ellos la misma expresión que debo tener yo. Salgo del cine emocionado. Hacía mucho tiempo que no me pasaba algo parecido. No puedo contaros nada, lo siento. Pero id a verla. Es lo único que puedo deciros. No leáis críticas, no escuchéis lo que os intenten decir de la película, no investiguéis. Solamente id a verla, en los Verdi o en los Renoir. Cuando la veáis, entenderéis lo que os digo.

Al salir del cine, miro el móvil y tengo dos llamadas perdidas. Una de ellas consigue sonsacarme una sonrisa, como siempre que me llama. Ya le devolveré la llamada al llegar a casa, con más calma, tirao en el sofá con una birrita. La otra es una llamada que estaba esperando, relacionada con temas de promoción del libro. Hablamos y quedamos para la semana siguiente. Hay buen feeling, parece interesante, veremos que sale de todo esto. ¡Vaya!, qué de cosas buenas así de pronto. Oigo otro ruidito (el movil y sus ruiditos. Hay un ruidito para cada cosa), esta vez es un mail. Lo leo por encima, antes de pillar la moto. Es Begoña, que ha publicado una reseña sobre «La Danza de los Malditos» en la página de Facebook. Begoña es vecina de mi amigo Javi, al que algunos conoceréis porque ha tenido el detalle de acompañarme en algunas de las presentaciones de mis libros. Bueno, muchos le conoceréis también por la radio (es que ahora es famoso, el Javi). El caso es que al poco de editarse, Javi le regaló el libro a su vecina, libro que por supuesto dediqué con mucho gusto (es decir, no entendió nada). Tuve noticias de que le había gustado mucho, y coincidí por fin con ella hace algunos meses precisamente en el cumpleaños de Javi. Me presentó a su marido, y tuvimos una breve conversación. Al publicarse mi segunda novela (Para los que no la conozcáis, se llama «Mi Vecina Quiere Presentarme a su Gato», y este sábado la presento en Ourense), Javi también se la hizo llegar, y posteriormente intercambiamos algunos mails en los que me comentaba su impresión (muy buena, también) sobre ella. Incluso muy amablemente ha puesto alguna reseña en la web de la Casa del Libro.

Desde que publiqué «La Danza de los Malditos», me han pasado un montón de cosas que nunca imaginé que me pasarían. Para empezar, nunca hasta hace seis años se me había pasado por la cabeza escribir una novela, mucho menos que me la publicaran. Todo lo que vino después fue como un mundo nuevo completamente distinto a lo que yo estaba acostumbrado. Para empezar, antes ya de la publicación, hubo que corregir (pelearse con el corrector, más bien), maquetar, diseñar portada (ejem, lo mismo que con el corrector, pero con la portadista), escribir la sinopsis, la biografía. Por el camino han quedado atrás unas cuantas presentaciones, algunas entrevistas de radio, muchos cafés y muchas cañas con amigos y gente desconocida, opiniones, ánimos, y muchas otras sensaciones difíciles de trasmitir.

Al principio tenía miedo de la respuesta de la gente más cercana, después un miedo terrible de que no gustara la novela, y después -y eso lo sigo teniendo ahora-, una especie de obsesión porque la novela no se quedara en el olvido. De lo primero creo que no puedo estar más satisfecho. La gente se ha portado genial. Familia, amigos, gente cercana, gente lejana, conocidos, desconocidos… me he sentido realmente apoyado. Pero lo otro -intentar mantener vivas las novelas- es una labor comercial que hay que tomarse como algo necesario. Las editoriales pequeñas no lo hacen, así que lo tiene que hacer el autor. Me he acostumbrado a ir con la novela a todas partes, y a la mínima insinuación suelto eso de «vaya, precisamente tengo un ejemplar por aquí, si quieres te lo dedico». Reconozco que esta nueva faceta mía de vendedor sin escrúpulos no me emociona demasiado. Pero hay que hacerlo. En internet al menos intento ser un poco más sutil. Comparto extractos, fotos de las presentaciones, de rincones de Madrid donde transcurre la trama, música que suena en algunos pasajes, tiendas donde se puede adquirir, y también reseñas de gente que ha leído las novelas y escribe sobre ellas. Esto último lo hago para compartir sensaciones, para que veáis lo que la gente ha sentido al leerlas. Vale, sí, puede que también esté intentando vendérosla un poco. Pero sólo un poco. Un vendedor sin escrúpulos nunca duerme, queridos amigos.

Ahora en serio, para mí cada opinión, cada mail, cada reseña que hacéis significa muchísimo. Casi todos los comentarios son buenos, algunos muy buenos, pero cuando no lo son, os lo agradezco también. De todo se aprende, y por supuesto todo en este mundo admite crítica y es mejorable. Lo que escribo me gusta, me gusta de verdad. Si no me gustara nunca lo habría publicado, por eso cuando veo que la gente siente lo mismo que siento yo, percibe lo que yo intenté trasmitir al escribirlas, pienso que no estoy perdiendo el tiempo. Porque lo peor en esta vida es perder el tiempo. No me estoy haciendo rico, vale, pero me da igual.

Ese día, después de ver «Searching for sugar man», salí del cine fascinado por lo que había visto. La música, la historia, Sixto Rodriguez, el magnético y oscuro personaje protagonista de esta historia. Pero sobre todo por la honestidad que trasmitía cada secuencia. Qué pocas veces se ve eso en el cine: honestidad. Y mientras pensaba en todo leo el mail de Begoña, y su reseña me llegó de tal forma que tardé un rato en reaccionar. Demasiadas sensaciones en tan poco tiempo.

Una película… un mail… dos llamadas perdidas…

 

«Conocí a Miguel Abollado fugazmente y apenas cruzamos unas cuantas palabras. Me le presentó “un vecino”, Javi, quien muy amablemente me regaló este libro dedicado por el propio autor: La danza de los malditos y, tal vez por ello, no tengo claro el haber sido del todo objetiva en su valoración. La Danza de los malditos es su obra novel.

Cuando en la contraportada se dice que el Madrid de los Austrias se convierte en un protagonista más del libro, es cierto. Durante 16 años estuve trabajando en el barrio de la Latina apeando y rehabilitando edificios en mal estado, en los que, muchas veces, me pregunté por las historias que anidaban o podrían haber anidado entre sus muros.
Me estremeció la mención de la peluquería situada en el encuentro de las Cavas porque la conocí, como tantos otros lugares descritos. Conocí al peluquero “real”. Recuerdo, pero no sé si mi memoria me falla, haber bajado unos escalones para acceder a la peluquería, los sillones rojos y el damero del suelo…, pero la recuerdo entrañable. La lectura de este pasaje me hizo sonreír.

El libro me ha gustado mucho. Gana en intensidad según vamos avanzando por sus páginas. Escenario real, protagonistas creíbles. Algunos se mantienen en ese punto de equilibrio inestable de las “costumbres peligrosas” controladas a veces, quebrando personalidades que se antojan dulces y atractivas. Llama la atención que los personajes a veces parecen olvidarse de su verdadera misión y se van de andanas, entreteniéndose en menesteres un tanto superfluos. Sin embargo, el que la historia de la historia sea contada a través de los nuevos personajes que van apareciendo en escena (recuerda un poco a Zafón) es algo que me gusta. También me gusta cómo el autor va enjaretando la trama.

El tema me parece genial, tal vez porque trata de mi pintor clásico favorito: Francisco de Goya, y de la pintura del final de su vida, su etapa negra. Curiosamente yo también utilicé la pintura de Goya de forma puntual en algún escarceo fallido de escribir una “novela”¹ que, sin embargo, comenzó siendo un ensayo.

Contiene frases hermosas: “…me fue deshilando finamente su alma…”, y de contenido profundo: “Pero no se puede cambiar el pasado. Cada palabra que dices, cada movimiento que haces, cada decisión que tomas y aún la más insignificante de tus acciones, resultan al final irreversibles. Para bien o para mal”.

En resumen, me ha gustado mucho. Miguel ha conseguido atraparme desde las primeras páginas hasta el final, sin poder dejar de leerlo, cosa que no han conseguido algunas obras de autores consagrados.

Recomendable y muy agradable de leer.

Mi más sincera enhorabuena al autor. Espero seguir leyendo obras como esta en un futuro cercano, así que confío en que Miguel Abollado esté terminando de perfilar la siguiente.
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