Entrevista a Lola Mascarell
«Ser poeta es intentar decir lo indecible con la palabra adecuada »
Por Cristina Consuegra
La poesía es sin duda el arte que mejor sabe retratar la experiencia de la vida desde la luz, desde el misterio, incluso, desde cierto territorio impreciso donde conviven y convergen, con extraña singularidad, los contrastes, donde el abismo tiene sentido. En Mientras la luz, segundo poemario de Lola Mascarell, hay mucho de reflexión en torno a un estar vivo siempre en movimiento, siempre mutante, reflexión que cuestiona identidades, fracturas, que cuestiona, en definitiva, la geografía que la luz alumbra.
Mecánica del prodigio (Pre-Textos, 2010) es el primer poemario que publicas. Con Mientras la luz has logrado el XIII Premio Internacional de Poesía Emilio Prados de la Generación del 27 de la Diputación de Málaga. Para situar el punto de partida de esta conversación, ¿qué diferencias hay entre uno y otro? ¿Y qué comparten?
Comparten una misma admiración por el prodigio que es la vida en su plenitud, por el presente, por la alegría, por la luz. Y quizás también, una conciencia clara, fulminante, del paso del tiempo, de lo arrebatado por el devenir imparable de las horas y los días, por la incapacidad de regresar a ese paraíso perdido que es la infancia. Y es quizá también esta conciencia nítida de la pérdida lo que los diferencia. Porque es en Mientras la luz donde ese paso del tiempo se hace más evidente, más crudo. Hay en este libro una vocación más patente por mostrar también ese lado menos luminoso, esa parte menos celebratoria de la vida, un subrayado en lo trágico, aunque siempre decantándose hacia su cara más vitalista, hacia ese deber que es la alegría.
Centrémonos ahora en Mientras la luz. ¿Desde qué verso, imagen o idea nace el torrente de poemas que lo conforman?
No creo que haya un verso inicial, ni siquiera una imagen. Hay una idea vaga, tal vez, que gira en torno a ese instante en que todo está a punto de desvanecerse, de ser borrado, ese momento previo a la noche pero que todavía sigue siendo territorio de luz. Y de ahí surge la necesidad de cantar esa luz mientras la luz persiste, cantarla mientras se apaga para hacerla durar. El adverbio mientras me sugiere esa doble lectura, esa tonalidad agridulce, porque tiene algo que nos lleva a celebrar la duración de las cosas, pero a la vez contiene ya en sí mismo algo de despedida.
Uno de los asuntos más interesantes de la creación, en cualquier materia, es el hecho creador en sí, es decir, esa manera con la quien crea se relaciona con la materia que nace y adquiere forma. ¿La poeta tuvo que buscar al verso, adaptarse a él, o al contrario, el verso se entregó y amoldó?
Siempre me he declarado partidaria de que sea la música del verso la que moldea el decir, que en el camino del ritmo y de la forma vaya surgiendo el sentido. Pero esto es una verdad a medias. Porque a veces la idea se impone con tal rotundidad que hay que sentarse y empezar a dar vuelta a las palabras hasta hallar su mejor formulación. Otras veces, partiendo de una idea mucho más vaga, de una imagen o una sensación, vas dejando que la música haga su trabajo, que de la prosodia y la métrica, incluso de la rima, vaya saliendo lo que el poema quiere decir.
¿Por qué decides situar en primer lugar el poema con el que se presenta este conjunto de versos? ¿Declaración de intenciones ante quien recibe la palabra?
La ordenación de los poemas en el libro es una parte muy importante de la creación poética, quizás una de las menos vistosas, pero es también un acto creativo de suma importancia. Me gusta ordenar y desordenar mis poemas hasta encontrar el hilo conductor, un hilo secreto que no se sabe bien hacia dónde ha de llevar al lector -ni siquiera si hay un hacia dónde- pero que de algún modo establece un ritmo. No es fácil, porque al cambiar un poema de sitio, el que va delante o detrás se transforma con él. No me parece que haya declaración de intenciones en el hecho de que “Mientras la luz” encabece el poemario. Es más bien una cuestión de lógica poética, de ser consecuente con el orden de las cosas.
Hablemos ahora de algunos elementos que soportan la poética de Mientras la luz. Hay mucho de identidad, de reflexión en torno al Yo. ¿El poema alumbra, ayuda a intuir quién se es, o incrementa el número de nudos que impide que la luz avance?
No creo que sea bueno –ni posible- saber quién es uno exactamente. Y pienso que si hay reflexión sobre la identidad en mis poemas es más para constatar sus multiplicidades, la incapacidad de definir al uno sino como un conglomerado de muchos. La niña que fui habla con la mujer adulta que ahora soy. Dialogan pero no se reconocen, a veces hasta ni siquiera se identifican. A veces uno se siente más cerca de alguien tan lejano como el negro que recoge algodón junto al Mississippi o la mujer que canta un blues con la voz rasgada. Incluso llega a identificarse con las cosas o los objetos que le rodean: un pájaro, una piedra, un árbol, una casa, el paisaje… En cuestión de identidades, el resultado es siempre un galimatías irresoluble.
Siguiendo con el asunto de la identidad, ¿la mirada de mujer es imprescindible para el verso? ¿Lo mide desde esta perspectiva?
En los últimos tiempos se insiste mucho en la necesidad de promover y fomentar una poesía femenina. Si la mujer no ha estado hasta ahora en la poesía es porque tampoco lo ha estado en ninguno de los demás ámbitos de lo público. Igual que pasa en la medicina o en los altos cargos -por poner sólo dos ejemplos-, la mujer está ingresando poco a poco en esa parte visible de la creación literaria. No creo que haya una poesía femenina o masculina, y si la hubiera, no creo que ésta estuviera ligada necesariamente al hecho biológico de ser hombre o mujer. Supongo que en mi poesía hay temas propios del universo femenino, cosas como la costura o saltar a la comba, pero eso es siempre la anécdota, nunca el motivo.
Y mientras el poema se nombra, la vida sucede, ¿qué es más duro aspirar al poema o a la experiencia de la vida?
La vida y la poesía caminan de la mano. Y son casi siempre, por lo menos en mi caso, una experiencia gozosa. La vida se alumbra más cuando acabas de escribir un poema. Y el poema se nutre de todo lo que la vida te va brindando. Hay momentos de desasosiego, claro, momentos duros, ratos en los que acabas tirando el poema a la basura igual que decides precipitar por la borda una parte de tu vida. El poema y la vida se entretejen y alimentan a partes iguales. Ni un eremita retirado que entregue su vida a la poesía, ni un vividor entusiasta que no tenga un par de minutos para reflexionar sobre lo que hace o le pasa. Ahora bien, si me pusieran una pistola en la sien y me dieran a elegir, admito, con cierta vergüenza, con cierto orgullo, que me decantaría, siempre, por la vida. Aunque esto encierra en sí una tautología, porque el poema está en la vida, igual que la vida en el poema.
El lenguaje que empleas en cada poema es realmente singular, certero y preciso. Gracias al ejercicio de la palabra, cada poema se presenta al mismo tiempo como una suerte de instantánea. ¿Cómo te enfrentaste a la tarea de pensar y medir la palabra?
Siempre que pienso en lo que significa medir la palabra –y acertar con el adjetivo- me acuerdo de Josep Pla en una entrevista televisiva para el programa A Fondo. A la pregunta de por qué fumaba, el escritor respondió, casi ofendido, que fumaba porque esa era la única forma de encontrar el adjetivo. Sentarse frente al mar, encender un cigarro, y dejar que las palabras vayan saliéndole al encuentro. Creo que así es como hay que entregarse a esa tarea: con humildad y con paciencia. Ser poeta es intentar decir lo indecible con la palabra más adecuada, con la más precisa. Y la búsqueda de esa palabra es un ejercicio de introspección, pero también de prospección del entorno, e incluso del propio léxico.
Intuyo que durante el proceso de creación, algunos autores se habrán colado por entre las páginas que soportan Mientras la luz. ¿Qué otros autores nos saludan desde tu poemario?
Supongo que en el fondo nos saludan todos, todos los que alguna vez han pasado por la cámara oscura de mi cerebro. Aunque si tuviera que elegir uno, sin ningún atisbo de duda, sería Machado, porque es a partir de uno de sus versos, el último que hallaron en el bolsillo de su gabán después de muerto (Estos días azules/ y este sol de la infancia), del que surge uno de los primeros poemas del libro: “Camino de regreso”. En sus últimos días, mi abuela leía a Machado constantemente. Tenía el libro al lado de su mesa camilla, forrado con papel de regalo. Cuando murió, mi madre me entregó algunas de las cosas que mi abuela hubiera querido que tuviera. Entre ellas estaba aquel libro. Al abrirlo encontré un marcador de página en el que ponía: Aquí interrumpí mi lectura. Desde entonces sé que vivir es saber que alguien retomará ese libro cuando algún día yo también deje interrumpida mi lectura quién sabe en qué página. Machado ha sido muy importante para mí.
Estamos atravesando un presente realmente complejo, difícil, con mucho ruido y muy poco silencio que nos permita pensar con claridad sobre el acontecer. Desde tu punto de vista, ¿qué papel debe desempeñar la poesía en un momento como éste?
La literatura, la cultura en general tienen mucho que decir y que hacer en estos tiempos, y siempre. Porque la revolución siempre ha ido de la mano de los obreros, de los estudiantes, de los intelectuales. Y en estos tiempos, la única salida, es una revolución completa e integral de nuestra manera de vivir. Un regreso a formas de vida menos hostiles con el entorno, más adecuadas a los recursos naturales, respetuosas con el medio ambiente y con los otros, equitativas con el reparto de la riqueza y comprometidas con la justicia social. Lo bueno de la poesía es que no solo revoluciona desde el fondo, sino también desde la forma, porque nos invita a detenernos, a pensar, a parar. Y pararse, detenerse, pensar –desertar de las inercias creadas- es la postura más revolucionaria que conozco.
Impecable y espléndida entrevista, tanto en las respuestas como en las preguntas. Da gusto encontrar escritores que hablen de la Poesía en la dimensión más importante de la misma: su valor como género literario. Sin un adecuado uso y utilización del lenguaje no se puede hacer buena Poesía. El poeta es, debe ser, ante todo, escritor. Este diálogo entre Lola y Cristina demuestra que ambas lo son. Y por ello es una entrevista para guardar más allá de una primera lectura.