Casi perfecto
Por Mario S. Arsenal
El Americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney, Peter Stephan Jungk, Madrid, Turner, 2012. 204 pp., 19,90 euros.
Marceline, Missouri. Un sueño convulso en mitad de la noche. Una lechuza se acerca amenazante cuando de pronto un hombre se despierta atormentado con la imagen y comienza la narración. Es Walt Disney.
Philip Glass iniciaba así su estreno mundial en el Teatro Real de Madrid con su ópera The Perfect American, adaptación de la novela homónima de Peter Stephan Jungk, traducida al español hace unos meses con el título mimético de El americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney (Turner, 2012). Un texto que nos habla de la megalomanía y la incontinente arrogancia de un personaje soberbio y convencido de su valía. Se trate o no de una biografía ficticia, la obra de Jungk resulta muy interesante por muchos motivos. Desde luego no se trata de una gran novela, no posee un cuerpo que podamos calificar de magnífico, ni tan siquiera podría cifrarse en los cánones de la literatura. Pero es un libro que nos dice cosas, huye de la floritura y el refinamiento propios de la ambición del literato en pos de una lectura clara y legible, testigo directo de un momento, reivindicativa y maravillosa en este sentido. Intentaremos matizar esta genial contradicción.
Hay críticos que han alzado su voz connotando el texto de Jungk. No ha gozado de la unanimidad de los lectores, quienes ven en él una fantasía especulativa de poco calado, con un lenguaje sencillo, que escapa al intelectualismo y se erige en defensor del contenido y no de la forma. Asimismo, para entender la operación de Jungk habría que dejar a un lado la adaptación operística de Glass, que tiene sus aciertos y desaciertos respecto del texto primigenio, y analizar llanamente (como su lenguaje) la materia gris de la que se sirve. Se aconseja, no obstante, el contraste entre la obra original y la adaptación musical de Glass para entender cabalmente ciertos aspectos interesantes: el traslado del protagonismo y la causa del mismo, los motivos parlantes de la acción o el carácter puramente dramático que la novela tiene de fondo.
A Walt Disney, un personaje que se considera así mismo un dios, un hacedor capaz de rivalizar con la fama de Zeus o Jesucristo, un ser omnisciente y omnipotente capaz de casi todo lo que se proponga, se le enfrenta, primero, a la figura del esclavizador en el que amenaza convertirse. Después la figura del Disney niño, padre, marido, amante, se tambalea al descubrir sus grandes carencias afectivas, pero eso sí, con las ideas muy claras. Esas mismas ideas y su aferrabilidad a ellas le llevarán incluso a desestimar los preceptos de su héroe, curiosamente quien abolió la esclavitud en los Estados Unidos, el presidente Abraham Lincoln. Lo que también puede llamarse también fidelidad a uno mismo. En ciertos aspectos de su vida, se insinuaron desgraciadas incongruencias que luego fueron parte de un complot desarticulante y movido por la envidia; en otros casos fue todavía peor de lo que dibujaron tanto la prensa como sus biógrafos. Y es que uno de los puntos fuertes de este libro es la aparente facilidad con la que se adivinan los rasgos psicológicos de un Walt Disney asediado por una megalomanía voraz y caprichosa hasta cierto punto, ese tipo de megalomanía obsesiva que cierra los ojos de manera feroz ante todo lo que le rodea.
Luego hay otro contrapunto, aunque sería más acertado decir –y con mayúsculas– el contrapunto, que, por otro lado, es uno de los mayores aciertos de esta novela por no decir el más certero. Se trata de Wilhelm Dantine, el dibujante que coprotagoniza este relato junto a Disney, un personaje revolucionario, obsesivo (como su patrón), tímido, cariñoso, colérico, loco. Él es la clave de bóveda de la novela de Jungk. Representa la cara be, sucia y desquiciada, de un lustroso vinilo que podría girar al son de Chuck Berry, Buddy Holly o Little Richard, quién sabe. Sabe a fragmentación, a migración transitoria de la identidad, a confusión terrible. En él confluyen rasgos inequívocos que evidencian su profundo distanciamiento de la realidad; abandona a su familia por continuar su infatigable empresa de seguirle la pista al gurú Walt Disney en el que siempre quiso convertirse. El desenlace no pienso revelárselo, pero tengan en cuenta que Jungk, por muy pueril que parezca en su vocabulario, no rehuye la fealdad ni la incomodidad en cualquiera de sus acepciones.
Por tanto para Dantine, que precisamente es quien narra la aventura en primera persona, Jungk hace virar su lenguaje hacia terrenos abultados y pedregosos hasta rozar la imagen expresionista. Y peculiarmente no lo hace cuando aborda a demás personajes, sólo en este caso, pero de una manera –me lo permiten si es decible– brujular. Aquí lo que se trata es un conjunto de afectos malentendidos, en realidad herencia profunda, provenientes de esa recia forma de vida emocional de los años 50 que podemos recrear fácilmente gracias a películas como, por ejemplo, Las uvas de la ira, conocida obra de Steinbeck llevada al cine por un soberbio John Ford. Wilhelm Dantine es un ser laborioso y trabajador que, sin amor propio y llevado por una bondad de mil demonios, espera el agradecimiento de la persona a la que tan profundamente admira, su dios, Walt, que sin embargo no puede ni sabe corresponder al muchacho debidamente como aquel cree merecer. El americano perfecto es una historia de mitificación y desmitificación de ciertos valores occidentales, fundamental para conocer el universo destructor y de la deuda que la megalomanía puede contraer con espíritus hipersensibles. En este sentido sí podemos decir que el relato de Jungk se ajusta a una gran obra, pues el autor tiene retazos magistrales que nos dejan boquiabiertos por instantes. Luego parece desaparecer entre la maraña prosaica de rasgos tan reprochables como el racismo, el machismo de las familias patriarcales, la traición amorosa o el egoísmo esclavizante.
La prestigiosa revista norteamericana Kirkus dijo que contaba más sobre Disney que cualquier pila de tomos biográficos sobre el dibujante. Nosotros pensamos que este libro aporta la cara trascendental y horrible de las grandes obras humanas, una genialidad sin esdrújulas ni ambición que consigue sumergirse en lo más profundo del cariño humano que se torna en pesadilla.