EL HOMBRE DEL TIEMPO
Por OSCAR M. PRIETO. De seguir así, acabarán saliéndonos una especie de branquias, aptas para respirar en un mundo que, sin ser aéreo ni acuático, existe sumergido bajo siglos de lluvia. Esta noche pasada ya se han producido los primeros nacimientos con deformaciones adaptativas al nuevo medio y se prevé que en las noches sucesivas se multipliquen exponencialmente.
Y lo cierto es que “el hombre del tiempo” ha pronosticado lluvias para toda la semana. “El hombre del tiempo”, uno de los pocos vestigios de nuestro pasado atávico y tribal que ha logrado pervivir. Su nombre conserva las resonancias, reverencias y temores dedicados a “el brujo de la tribu”. Eso sí, sus poderes, de tan disminuidos, no soportan comparación con los del brujo. Éste puede llamar a las aguas o detenerlas a su antojo, invocando al Gran Manitou, bailando las danzas propiciadoras y cantando los ensalmos mágicos. Nuestro hombre, sin embargo, nuestro pobre hombre del tiempo, encorsetado siempre al final de los telediarios, sólo se atreve a vaticinar los litros por metro cuadrado que descargarán las nubes, o no, en cada provincia. Y si acaso, recomendar que no salgamos a la calle pues se prevén rachas de vientos muy violentos.
Nunca me han gustado los hombres del tiempo ni sus espacios en televisión, siempre al final de los telediarios. Desde niño, confieso que me provocaban un soberano aburrimiento, del que sólo ahora comienzo a comprender qué lo provocaba. Por fortuna, mis padres nunca se percataron de ello, no comprendieron que no había peor castigo para mí que castigarme con ver los partes meteorológicos del hombre del tiempo. Seguramente, hubiera aprendido a obedecer, hubiera hecho cualquier cosa con tal de no tener que soportar esa tortura de isobaras y flotas amarradas a puerto. Ya me pilló algo crecido la época espacial, de no ser por esta pequeña y fortuita ventaja que le llevaba al progreso, en lugar de con el coco o con el hombre del saco, a mí con lo que verdaderamente me hubieran metido el miedo en el cuerpo, incapacitándome hasta para la más ingenua de las trastadas, hubiera sido: “Ya verás como sales en la fotografía del satélite”.
Es tan perverso lo del hombre del tiempo que hasta cuando es una mujer la que nos anuncia cielos claros o bajas presiones, seguimos hablando de “el hombre del tiempo”, como si la hubiera poseído.
De alguna manera la ciencia también mete miedo. Entre tantos avances y saltos espectaculares, también hemos tenido algún retroceso gracias a la ciencia, por ejemplo en lo que se refiere a la concepción íntima del universo. Si sólo admitiéramos el método científico como única manera válida de aprehender la realidad, si la Ciencia o los científicos acabaran imponiendo su tiranía sobre los espíritus, no sería posible que Michaux volviera a escribir tan luminoso y revelador poema sobre la íntima ligazón que uno a un hijo con su padre:
“ -¡Papá, haz que tosa la ballena!”
Admiración y afectos que la Ciencia nunca logrará explicar, como tampoco descubrirá la genética del héroe.
Personalmente, si tuviera que elegir, yo me quedo con el brujo de la tribu, aunque me caiga encima un aguacero y tenga que bailar en taparrabos.
“El azul de sus ojos era de lagos de montaña. La lluvia aún seguía cayendo con fuerza por encima de nuestras cabezas, aunque con un sonido remoto, como si fuese la lluvia de otras personas”.
(R. Chandler, este sí que era un brujo, quizás el mejor, de las novelas negras).
Salud
Oscar M. Prieto