Con las manos llenas de miseria
Por Cristóbal Vergara Muñoz.
La reflexión que comienzo ahora me viene a la mente tras acontecimientos personales que son comunes a todos los seres humanos en general. Creo importante que en esta sección se piense sobre temas actuales para entender que la filosofía y la labor del pensamiento son de lo más mundano y terrenal de nuestra existencia (entendiendo estos calificativos en su sentido más positivo). Quiero aprovechar esta oportunidad para hablar sobre el problema de la sanidad pública y las consecuencias que nos traerá a largo plazo perderla debido a los asesinos y salvajes recortes.
La primera idea que quiero destacar es la de que la sanidad es uno de esos bienes que no se aprecian hasta que se pierden. Si uno ha tenido o vivido una situación de urgencia médica últimamente, no puede no darse cuenta. Hace unos días me propuse por ejemplo, escribir este mismo artículo mientras me encontraba afectado de un fuerte dolor que al final me impidió hacerlo. Yo, temeroso de lo que se está convirtiendo el sistema de salud, me temía que cuando pidiera cita sería atendido en un plazo inasumible. Dispuesto a aguantar estoicamente durante varios días más, llamé y conseguí cita para nada más que 28 horas después. Finalmente y tras curiosas peripecias dos días después me encontraba en el hospital Gregorio Marañón como acompañante por un problema de un familiar mucho más grave que el mío. Mis temores seguían siendo de lo peor, vaticinando que el estrangulamiento político pudiera finalmente afectar directamente a la calidad de la asistencia médica. Las conclusiones que saqué de ello son temibles a la par que dignifican la labor de los profesionales de la medicina, que con una estoica resistencia están dando el 120% para que al contrario de las intenciones políticas, la ciudadanía siga siendo atendida y salvada.
Antes de pasar a esas conclusiones, quisiera plantear una problemática en tanto que estamos más que acostumbrados al lenguaje “de recortes” utilizado habitualmente por los políticos. Cuando escuchamos ese tipo de eslóganes de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” recordamos épocas de mayor bienestar ya pasadas. Cuando “nos recortan” nos quitan algo, algo que teníamos desaparece y ciertamente nos es desagradable. Sin embargo, si antes de eso nos dicen sutilmente que “teníamos demasiado” como bien sugiere la idea de “vivir por encima de…”, entramos en una espiral que nos va susurrando al oído que no nos habíamos ganado lo que teníamos, que no lo merecíamos y que por tanto es legítimo que se nos quite. Bien, al oír esto podríamos sucumbir a esas ladronas palabras y la dureza del robo de lo que habíamos conseguido como muchas otras tantas cosas. Toda clase de derechos sociales y conquistas de bienestar pueden ser “recortadas” y “suprimidas” como superfluas en aras de la eficiencia porque “teníamos demasiado”. Cuando uno tiene mucho, es fácil desprenderse de una parte y darla a otros (en este caso en forma de pago interminable de deuda o de beneficios para empresas que privatizan el sector público). Sin embargo, yo quiero plantear un uso del lenguaje diferente sobre lo que nos está ocurriendo en esta materia.
No teníamos demasiado, nunca lo hemos tenido. Para empezar, vuelvo a mentar uno de los argumentos que ya he utilizado en reflexiones anteriormente. Con una sociedad como la nuestra, que es capaz de producir cantidades descomunales o más bien colosales de “cosas” y “servicios” superfluos, se me antoja absolutamente inconcebible que seamos incapaces de proveer a nuestra ciudadanía de una sanidad pública, de calidad y perfectamente sostenible. Es simplemente ridículo que a cualquier ámbito de poder se le ocurra argumentar que nuestra sociedad no está provista de la capacidad productiva para que esto no sea así.
Dicho esto, me gustaría reformular lo que supone esta idea de “recortes” desde otro punto de vista: no sólo no se quita algo de lo que por supuesto “no había demasiado”, sino que además se nos da otra cosa. Hay una sustitución o un cambio, lo que nos quitan entre otras cosas es la sanidad pública, pero no se queda el fenómeno en pura negatividad, en pura carencia sino que ésta es sustituida por otra cosa. De lo que nos provee entonces el sistema político es de una enorme dosis de “tercermundismo” del que todavía no hemos tomado conciencia. El apoyo con nuestros votos a este tipo de políticas que vienen a imponer la miseria y a traernos el tercer mundo a la puerta de casa nos llevará lenta e inexorablemente a una sociedad en la que cada vez más personas mueran por falta de asistencia médica al igual que ocurre en países con gravísimos problemas de bienestar. Así pues, los “recortes” nos abocan a quitarnos algo, nuestro “bienestar” a cambio de darnos una amplia cantidad de “miseria” y “tercermundismo” como consecuencia lógica. Quitar algo no suele ser normalmente un acto inocuo. Si en realidad eso quitado hace siempre falta, por lo tanto, no nos quedamos en la negatividad de “quedarnos cómo estábamos, ya que nos sobraba”, sino en la consecuencia de lo que van a suponer esos recortes de algo que necesitábamos muy mucho.
Por último, he de concluir mi juicio hacia el sistema nacional de salud y sus profesionales. Por lo que superficialmente he observado, al igual que cuando un colectivo es verdaderamente consciente de su importancia, ellos saben perfectamente lo que supondrá para nuestra sociedad que ellos flaqueen. Lo sepamos o no, son una de las piedras angulares que sostienen una sociedad en la que merece la pena vivir. Parece que han sabido apretarse el cinturón lo mejor que han podido ante los ataques psicópatas de la administración. Las paredes de los hospitales pueden estar viejas, con grietas o sin buena pintura, pueden tener infraestructuras algo viejas y no relucir todo con la mejor sonrisa “neoliberal” ; sin embargo, han sabido adaptar su trabajo a esas circunstancias de carencia, continuando con la mayor seriedad y profesionalidad su objetivo de salvar vidas. Te atienden, se ocupan lo mejor que saben, siguen representando perfectamente ese preciado bien que supone la unión del conocimiento y de una lucha moral por la mejora de la vida de las personas. Si los perdemos, el resto sí que estaremos perdidos.