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LA VIDA ES UN MILAGRO, LO DIGA AGAMENÓN O SU PORQUERO

O.M.PPor OSCAR M. PRIETO. Qué la vida es un milagro, lo saben hasta los astronautas de la NASA. Un milagro en el sentido estricto, es decir, aquello que viola y ridiculiza las Leyes de la Naturaleza.

Y esto es así, porque el universo –como todo sistema, por otra parte-, desde su particular big bang, tiende al desorden, que es lo que viene a significar el hecho de que esté en expansión desde su origen, que se separe un poco más a cada instante. La unidad de medida utilizada por los científicos para hablar del grado de desorden de un sistema es la entropía. Así, a mayor desorden, más entropía y viceversa.

Desde estos parámetros, hay quien define la vida como una burbuja de entropía negativa -esto es, que no tiende al desorden-, que permanece unida  a costa de una enorme cantidad de energía. Y esto, queridos amigos, a los científicos les resulta milagroso, por contradecir de alguna manera  aquellas Leyes antes mencionadas.

Los paganos de los que descendemos también consideraban la vida algo milagroso, no en su íntima relación molecular, sino más bien por vislumbrar en ella la intervención divina. Lo mismo que los científicos formulan una ley para explicar cualquier fenómeno, los antiguos elaboraban un sabroso relato que lo dejaba también claro.

¿Cómo explicar la desaparición anual de la vida en los inviernos y su renacimiento cada primavera? Tan sencillo como desvelar las intimidades de unos cuantos dioses. Vamos a verlo:

Deméter, diosa de la tierra fértil, cultivada, tenía una hija que se llamaba Core, fruto de su relación con su hermano Zeus –menudos líos de familia-. Una tarde fue sorprendida por su tío Hades, dios del mundo subterráneo, quien enamorado de ella, no pudo menos que raptarla y llevársela consigo a los infiernos. Su madre, desconsolada, vagó por el mundo durante 9 días buscándola. Cuando finalmente se enteró de que su hija había sido secuestrada, abandonó el Olimpo maldiciendo y jurando que la tierra y los árboles no darían fruto hasta que no le devolvieran a su hija. La situación se volvió tan extrema que Zeus tuvo que hablar con su hermano Hades, ordenándole que dejara libre a Core –quien como reina ya del inframundo se llamaba Perséfone-. El problema es que Core/Perséfone había probado un grano de granada (otros dicen que siete granos), fruta de los muertos, y debido a esto no podía regresar. Finalmente alcanzaron un acuerdo: Core pasaría tres meses junto a Hades, bajo la tierra y el resto del año lo pasaría con su madre Deméter. Y así, la vida desaparece cada año durante el invierno –se entierra la semilla- y vuelve a renacer cada primavera.

Ciencia o religión, poco me importa. Me quedo con la emoción de encontrarme luego de mañana, por sorpresa, con el primer narciso que este año ha florecido en El Aleph.

Cuando apenas faltan horas para comenzar una nueva primavera, recuerdo las palabras de Lucrecio:

“Esta primavera pasará. Y pasará igual que todas: para siempre”

Siendo evidente que el tiempo pasa y pasa para siempre, no dejemos que se vaya sin haberlo vivido.

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