El Museo Guggenheim conquista la libertad
Por María Luisa Espejo
Bilbao, como ciudad reconstruida, reinventada, desde una realidad industrial, hasta una ciudad que se abre a la ría de Nervión, dio otro sentido a una de sus orillas con el edificio que soñara Frank Gehry. Este paisaje de planchas de metal, que parecen haber sido soldadas con soplete, como un homenaje al pasado metalúrgico de su muelle y de sus ciudadanos, es una parada imprescindible para el viajero que visite la ciudad en las próximas semanas. Hasta el 8 de septiembre, sus salas albergan los gritos de una rebelión reprimida: “El Arte en Guerra”.
La exposición, que ha sido organizada por el Musée d’Art moderne de la Ville de Paris, Paris-Musées y el Museo Guggenheim Bilbao, es una muestra única, al revelar piezas que debieron permanecer ocultas para salvarse.
Cada una de estas obras fue tejida como un bramido, como un llanto a la fuerza silenciado, ante la inhumana tiranía que se vivía en Francia durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Comisariada por Jacqueline Munck y Laurence Bertrand Dorléac, arranca con una revisión del gusto oficial de la época (escultura clásica, desnudos femeninos, naturalezas muertas, paisajes, temas religiosos). Se detiene en el surrealismo, movimiento premonitorio de lo que estaba por llegar. Se recrean en el techo de una sala los 1.200 sacos de carbón que Duchamp instaló en la Exposición Internacional del Surrealismo del 38. La atmósfera, como la que debía haber en la Francia de entonces, es opresiva, amenazadora. Cuelgan en las paredes obras de Magritte, Dalí, Tanguy, Masson, Delvaux… Maestros como Picasso, Matisse o Bonnard trabajaban casi clandestinamente en sus talleres. Algunos se trasladaron a la zona libre del sur de Francia.
Y en esta lucha de valientes y opresores, encontramos también a héroes como Joseph Steib, quien, en sus mordaces críticas hacia el nazismo ridiculizó al mismísimo Hitler. El führer fue un artista fracasado que no logró entrar en la Academia de Bellas Artes porque no sabía dibujar una cabeza humana. Más tarde exterminaría lo que nunca tuvo capacidad para representar.
También un adalid del arte, la galerista alsaciana Jeanne Bucher, que acogió en su galería parisina las creaciones consideradas degeneradas durante esos años, al tiempo que sirvió de ayuda a los que estaban en campos de concentración. También se le brinda tributo a Varian Fry, un periodista norteamericano que el Gobierno de su país envió a Francia para sacar del país a artistas e intelectuales extranjeros: Miró, Chagall, Dalí, Duchamp, Léger…
Más de un centenar de artistas y quinientas obras que evidencian la necesaria resistencia ante la adversidad… El hacer uso de novedosas respuestas estéticas, de materiales impuestos por la penuria, de lugares que no eran concebidos como sitios de trabajo. Una realidad que les fue impuesta y que modificó el devenir del arte. Tristemente, por el fondo, aún de formas impactantes.