La Mujer Puerca: una incómoda relación
Por Matías Spector
Por el momento, la Mujer Puerca aguarda en el rincón de una habitación desolada de la ciudad de Buenos Aires. Su autor, Santiago Loza, quien ya cuenta con una próspera trayectoria en el cine (con premios y menciones en el Festival de Cannes, en el Festival de Rotterdam y en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, entre otros certámenes), nos advierte de una próspera trayectoria internacional en la dramaturgia. En todo caso, advertido queda el lector de que, en el rincón de una habitación desolada de cualquier ciudad, se puede encontrar con la Mujer Puerca. Una vez que los espectadores callen, ella subirá al escenario. Así se iniciará una incómoda relación.
El escenario es exiguo, apenas una silla y una mesita, iluminado por un techo de focos blancos, algunos de ellos rojos. La fuerte iluminación y la escasez del amueblado remiten a todo lo que hay de común entre una sala de hospital y una sala de convento. El espectador sabe que la religión y la salud son materias que se prestan a la meditación; el espectador intuye que en los próximos cincuenta minutos oirá meditaciones atormentadas de una mujer especial. Algunos creyentes transfieren con mayor rigurosidad la espiritualidad de la religión al mundo concreto de las cosas; de estos creyentes, aquellos que sufran el pecado vivirán una incómoda relación con el cuerpo. La Mujer Puerca nos dirá que es puerca porque vive en el pecado.
Valeria Lois es el nombre de la actriz que sabrá retorcerse en el papel de la Mujer Puerca con una destreza de circo. Como si el personaje le quedase demasiado bien, demasiado apretado, sabrá hacernos gala de un repertorio de asfixias. Los movimientos y los gestos del cuerpo y de la cara se contorcerán, como si el pecado habitara en la encrucijada de las articulaciones. En la boca habrá una sonrisa nerviosa. Su discurso avanzará a los saltos, en la acumulación de anécdotas y reflexiones. Y tanto los quiebres corporales como los discursivos serán señales de tránsito que nos avisan –y no decepcionarán– de un desenlace terrible.
A través de quiebres en el cuerpo y en el habla, la Mujer Puerca subirá una montaña. Todas sus anécdotas y reflexiones nos hablan de aquellas personas que viven arrodilladas con una mano tendida a Dios. A lo largo de su vida, la Mujer Puerca ha sido humillada, violada, abandonada. Y sin embargo, aunque su cuerpo se arrastre en la miseria, su mano seguirá tendida, esperando algo de Dios; su mano o su mirada, que por momentos se aísla en lo alto de la sala; su mano o su habla, que por momentos se desespera en una plegaria. Pero la Mujer Puerca no espera de Dios la mera salvación.
Demostrándonos que nadie pierde el derecho a la ambición, la Mujer Puerca suplicará una y otra vez que sea reconocida como Santa. Frente a esta demanda, el espectador no sabe si reír o llorar; cuando la Mujer Puerca sonríe, el espectador ríe; cuando la Mujer Puerca lo mira a la cara, el espectador resentirá una lágrima. Quizá en la incómoda relación entre la risa y el llanto el espectador perciba algo de lo que es cargar con el pecado en la pendiente de una montaña. Llegado al terrible ápice del final, el espectador, confundido, sólo puede atinar a aplaudir. Hay quienes dicen que el aplauso es una forma de correr con las manos. A unos días de haber visto la obra de Santiago Loza, yo sigo aplaudiendo.
La Mujer Puerca
Autor: Santiago Loza
Dirección: Lisandro Rodriguez
Reparto: Valeria Lois
Escenografía: Jose Escobar, Lisandro Rodriguez
Vestuario: Jose Escobar, Lisandro Rodriguez
Diseño de luces: Matías Sendón
Fotografía: Nora Lezano
Diseño gráfico: Lisandro Rodriguez
Asistencia de dirección: Cammila Gomez Grandoli
Producción: Elefante Club De Teatro, Natalia Fernandez Acquier
Colaboración artística: Mariano Villamarin