Quim Monzó, El tema del tema
Por Iago Fernández
@IagoFrnndz
El presente libro ofrece un conglomerado de artículos firmados por uno de los adalides posmodernos de las letras catalanas, Quim Monzó, entre los años 99, 2000 y 2001 para el diario La Vanguardia y la revista Magazine.
Quim Monzó, El tema del tema, Acantilado, 2003.
La impresión con que cerré sus tapas, la intuí ya en las primeras páginas: aunque sí haya disfrutado y aplauda la valía estética de la literatura monzoniana, no me inclino a favorecer esta clase de intervenciones en prensa. Impregnan cada una de estas páginas los rasgos de la particular poética del autor: la economía estilística –manejada con una finura carveriana-, la ironización de lo cotidiano –a través de la hipérbole narrativa- y la concepción de situaciones disparatadas, todo ello aplicado en su justa medida. Ahora bien, cuando esos mismos rasgos –además edulcorados-, se trasladan a los artículos de según qué modo, diría que no satisfacen las expectativas de ningún lector –pretendidamente crítico.
Por mucho que Luis Landero remache la solapa de esta edición con una frase laudatoria (“Leer a Quin Monzó es como tomar vitaminas”), este libro no me ha servido más que para divertirme momentáneamente con algún chascarrillo habilidoso (“Enrique Iglesias al paredón”).El problema basal de estos textos (a mi entender), es el talante del articulista: tan sencillo y tan procaz, que renuncia a cualquier reflexión argumentativa, inclinándose por la mera doxa, sin tratar de exponer una sola cuestión con un mínimo de rigor y problematizarla luego; su única resolución es la coña o la denuncia a boca de jarro, que a fin de cuentas, no deja de ser una actitud solapadamente aburrida y apodíctica. Y, lástima: no me interesa el periodismo de opinión; si quisiera conocer sus opiniones personales acerca de lo cotidiano, le demandaría la publicación de un diario (o, en la actualidad, seguiría su twitter). El primero de los artículos, por ejemplo, “Villa Teresita”, se ríe de la presunción de los magnates que bautizan estadios de fútbol con sus propios nombres al haber comprado el equipo en cuestión; en el siguiente, se vale de una gacetilla literaria para señalar la progresiva invasión del idioma inglés más allá de sus competencias fronterizas originales; y en el tercero, atenta una frase de Joaquín Sabina que hace referencia a su política idiomática –ignorando, creo, que el personaje Sabina ha forjado su renombre a través de la socarronería y el alfamachismo gandul, aun siendo un devoto confeso de Proust o Joyce-. (Pero a pesar de todo, entre tantos artículos más menos frívolos, lucen algunos de acusada lucidez, como “Qué bello es vivir” o “Tauromaquia contemporánea” -soberbio inicio de cuento).Si bien considero que, por supuesto, aquello comúnmente residual –los detalles más prosaicos de la cotidianeidad, en este caso- pueden ser –tal y como mostraron Freud o Walter Benjamín- absolutamente reveladores, éste no es modo de sacarles partido. Le concedo al libro un alto estatuto como souvenir de entretenimiento que guardar en el bolsillo del pulóver, llevarlo a cualquier parte y matar los tiempos muertos. Eso, sí.
Pero tampoco quisiera enjuiciar un libro por el rasero que no le corresponde: quizá en el discurso antecedente –un tanto recriminador, un tanto insidioso- haya anotado cualidades ausentes que, después de todo, no consideran el funcionamiento específico de estos textos. Si reparo en los atributos con que Javier Cercas –el otro autor que suma su panegírico a la contraportada- sintetiza someramente las páginas del libro: “ingenioso […], gamberro […], humorista […], cínico […], moralista”, me doy cuenta que en relación con el mínimo formato de los artículos así como con su medio de publicación –que ya los encuadra en la hora del café, en el vacío del metro o en una solazada mañana dominical- otra lectura más generosa es posible –y, sumada a la anterior, quizá más verdadera-.En efecto, estos artículos también se comprenden a la manera de certeros zambombazos que agudizan la conciencia. 1) Al tocar los puntos concretísimos de una realidad que a todos nos atañe, cualquiera se da cuenta de que en lo más inminente de su vida radican multitud de pequeños gestos punibles, de pequeños timos cotidianos los cuales se han mantenido –hasta que vino a desolazarnos la pluma monzoniana- invisibilizados por su excesiva proximidad con respecto al ojo; sólo entonces descubrimos que las estribaciones de la corruptela nos rozan siempre muy de cerca y están presentes, vehiculadas y perpetuadas, sobre todo, por la pequeñez. 2) el gamberrismo que le adjudica Cercas a estos textos, lejos de ser gratuito, tal y como él dice, está cargado de una moralidad subyacente, irradiante y radiactiva, que postulan a Quin Monzó como superhéroe resabiado cuya misión es informarnos de algo tan terrible como evidente: la realidad social es un teatro y la función es pésima -ve las bambalinas desde aquí, los actores están mal dirigidos, suena a destiempo la música-, de modo que ante tal cosa sólo puede carcajearse y señalar los fallos con rutinaria minuciosidad, comunicárnoslos y exigir la debida devolución de la entrada a la vez que los alienta a pensar que (Casavella dixit durante el discurso del premio Nadal): “todo es terrible, pero nada es serio, que no hay demasiada esperanza, pero que todo es una especie de broma, que nada es blanco o negro, sino que todo es blanco y negro, como algunos gatos, se me ocurre ahora”.
Dicho esto, los artículos de Quin Monzó que junta este libro pueden ser considerados como un repertorio de agudezas subversivas, que no van a concienciarnos de las dimensiones de un problema, pero si van a esquematizar sus puntos de floración y a recordar a través de un humor siempre combativo que, los decorados de cartón piedra o las realidades de pacotilla donde vivimos, caen por su propio peso y ya sólo nos producen una risa conmiserativa y un tanto incrédula por haber convivido con ellas a pies juntillas.
En resumen, no esperen ninguna diagnosis, sino una radiografía gamberra, feliz y típicamente posmoderna.
Un artículo pedante y esquizofrénico, su lectura me ha resultado bastante desagradable. “El problema basal de estos textos (a mi entender), es el talante del articulista”, “Pero tampoco quisiera enjuiciar un libro por el rasero que no le corresponde”, esas dos frases me han dolido con una intensidad especial. Parece que el autor de este texto se preocupa más por el sonido rimbombante que por el verdadero significado de las palabras.
A mí me ha dolido con muchísima más intensidad tu mención a un supuesto “verdadero” significado de las palabras. No obstante, agradezco tu lectura; la tendré en cuenta.