¿Qué te has fumao?
Por Arcadio García
Recibo un correo electrónico de una amiga en el que me sugiere algunas ideas para un artículo. Una de las propuestas la hace acompañar de una web en la que se recoge la muerte y el nacimiento de escritores famosos que han tenido lugar durante el mes de abril a lo largo de la historia. Al echar un vistazo a la glosa de autores me quedo boquiabierto. A los ya conocidos Shakespeare y Cervantes se suman nombres como Gogol, Émile Zola, Graham Greene, Marguerite Duras, Saul Bellow, Samuel Beckett, Simone de Beauvoir, Henry James, Lord Byron, Octavio Paz, Bram Stoker, Vladimir Nabokov, Guillermo Cabrera Infante, y un largo etcétera de autores imprescindibles que evito citar por falta de espacio.
Me pongo a pensar qué artículo podría salir de esas efemérides y sólo se me ocurren ideas de lo más extravagantes que descarto de inmediato, la más persistente de las cuales la inspira la serie The Walking dead, a saber: los escritores citados abandonan la sepultura y se dedican a devorar a todos aquellos que no han leído sus libros, o a los que habiéndolos leídos no sólo no entendieron una sola palabra sino que tuvieron la desfachatez de tergiversar la verdadera intención del autor y hacer prevalecer en los libros de teoría literaria la suya en virtud de una sarta de abstracciones opiáceas. No voy a negarles, sin embargo, que la idea de tener de regreso a todos esos escritores maravillosos me seduce notablemente. Pocas cosas me apetecerían más que hacer cola frente a la caseta de Nabokov, Shakespeare o Cervantes un día de Sant Jordi. El motivo principal por el que finalmente descarto la idea se debe a que siempre he tenido un respeto reverencial a la figura del escritor, y considero que su recuerdo no debe ser mancillado por unos seres repugnantes con serios problemas dermatológicos y predisposición a la halitosis a causa de unos hábitos alimenticios lamentables. El escritor debería concitar un respeto unánime y apodíctico, mucho más entre el propio colectivo, aunque tal cosa no siempre suceda. Prueba de ello es la entrevista que El País le hizo recientemente al autor norteamericano David Vann, responsable de la muy elogiada Caribou Island. Viene a decir Vann que la literatura de Jonathan Frazen es aburrida y no comprende cómo la gente lee semejante mierda. Siempre me ha llamado la atención la animadversión entre escritores. Pensarán que soy un iluso pero creo que esa no es una actitud que se corresponda con la consideración casi divina que la figura del escritor ha recibido históricamente.
Si no fuera suficiente con el caso de Vann, hace pocas semanas se desató una nueva polémica entre Javier Marías y Antonio Muñoz Molina. A raíz de la publicación del último libro del autor de El jinete polaco, un ensayo con la crisis económica de fondo, se lamentaba Muñoz Molina, en sendas entrevistas en el Qué leer y en el El País, de la falta de intelectuales españoles que hubieran predicho y denunciado las tropelías que nos han conducido a esta situación. En un artículo publicado el 10 de marzo en El País semanal, Javier Marías respondía negando la mayor, y enumerando un buen número de escritores que sí lo habían hecho.
La ausencia de intelectuales sobre la que habla Muñoz Molina basta para que tome cuerpo una idea para el artículo que me ha sugerido mi amiga, el cual acaba cobrando sentido cuando veo el primer capítulo de la producción francesa Les Revenant, una serie de televisión sobre zombis pero que no tiene nada que ver con los zombis desaseados que yerran por el paisaje apocalíptico de The Walking dead. Los muertos que regresan a la vida en Les Revenant son atildados, no van olvidando partes de su anatomía por la calle ni tienen la mala costumbre de hacer gárgaras con su propia sangre; en realidad son personas normales que sólo pretenden incorporarse a la vida de sus familias como si nada hubiera pasado. En el artículo que se me ha ocurrido serán todos esos escritores fallecidos los que volverán a la vida para suplir la falta de intelectuales de la que habla Muñoz Molina, disputándole a los escritores vivos la primacía por sentar cátedra con sus opiniones, con el consiguiente mal rollo entre unos y otros. Le explico a mi amiga la idea, y su respuesta sucinta la empleo para dar título a este artículo que posiblemente no verá la luz nunca: Arcadio —dice—: ¿Qué te has fumao?