de paso a la ya tan, de Ángela Segovia
Por Rubén Romero Sánchez
Título: de paso a la ya tan
Autora: Ángela Segovia
Editorial: Ártese quien pueda
89 páginas
“Un gesto. Basta”, escribe Ángela Segovia en de paso a la ya tan, su nuevo poemario en la editorial Ártese quien pueda, que, poco a poco, está construyendo un catálogo de los que permanecen. Como Pavese, el gesto es lo importante, la actitud. Y de eso sabe mucho la poesía de Ángela. De eso y de puertas que no necesitan ser atravesadas para ser puertas, de poesía que no necesita ser inteligible desde paradigmas racionales para ser poesía y sugerir y auto-remitirse. Palabras seccionadas, artículos indeterminados fusionados con sus sustantivos, neologismos a lo Finnegans Wake, con la hija de Joyce por ahí en medio, ruptura de la sintaxis y de la gramática, supuración de significados resquebrajados de nuevos significantes.
“entonces abre la puerta y quinto piso, el gesto // entonces abro la puerta y ya”, la lógica del poema subvierte la construcción del poemario como ente único, y todo es autorreferencia. Al final, todo se reduce a la contraposición aristotélica entre el acto y la potencia: “no llegará la hora de ser / sino el segundo de estar en ágil marcha”, contraposición que desde su humildad se rebela contra lo establecido, como la poeta se rebela contra sus propios maestros en un asesinato del padre que parte de la radical (de raíz) y esencial escritura en la que cada letra ocupa su lugar, llegando a ser parte de una palabra-dibujo, con Apollinaire escondido en lugares como “laargo”, en una lucha entre la poeta y el verso, la poeta y la poesía, la poeta y el nombrar: “la dedicación extrema, la piedra contra el cristal”.
Y por las rendijas del nombrar nuevo se cuela lo antiguo revisitado, que diría Azorín, y aparece el aliterativo San Juan: “que no sé qué cuando camino”, entre locas, piedras, escaleras y trenes. Entonces encontramos las pistas: “… y la celda es el lugar seguro”, porque allí no pueden atraparnos (ya lo estamos, la seguridad es saber qué haremos mañana), y la poeta reconoce que da igual la hermenéutica, que importan otras cosas: “después no comprenderás nada de todo esto” y “no quería que entendieran”. Todo es juego, acto representativo, play, “si tuerzo la cabeza veo menos y no entiendo”.
Al final, de paso a la ya tan se muestra como texto, subtexto y paratexto connotativo cargado de símbolos con pistas y laberintos que se bifurcan y callejones sin salidas esperando al lector que lo reconstruya y le dote de un nuevo contenido. Porque, en un alarde de pensamiento wittgensteiniano, Ángela Segovia concluye su libro sabiendo que su paso es uno más en la larga y lenta carrera del nombrar poético universal: “cómo va a ser posible decir”.
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