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Entrevista a Sergio del Molino por "La hora violeta"

 

Por Benito Garrido.

 

               Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos, y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil.

 

Sergio del Molino (Madrid, 1979) narra en esta memoir su vida durante los meses en que su hijo sufrió una grave leucemia que le causó la muerte. Del Molino debutó con el volumen de relatos breves Malas influencias (2009). Desde entonces, ha publicado el ensayo literario Soldados en el jardín de la paz (2009), el dietario periodístico El restaurante favorito de Nina Hagen (2011) y la novela No habrá más enemigo (2012). Periodista de formación y oficio, durante más de diez años ha ejercido el reporterismo en prensa escrita, aunque ahora solo practica el articulismo mediante colaboraciones en varios medios de prensa, radio y televisión.

 

La hora violeta, de Sergio del Molino.
La hora violeta, de Sergio del Molino.

La hora violeta.  Sergio del Molino.  Editorial Mondadori, 2013.  208 páginas.  16,90 €

 

La hora violeta es una historia de amor: la de un padre por su hijo. Todo el mundo se queda sin palabras de consuelo en un momento en que los lugares comunes suenan a insulto. Pero Sergio del Molino sí tenía palabras. De hecho, solo tenía palabras, las que forman esta historia de amor titulada La hora violeta. Este libro narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un grave tipo de leucemia hasta su muerte. Pero no es un libro sobre enfermedades y agonías, es un libro sobre un paternidad desinhibida y sin complejos, que ahonda en la relación entre padres e hijos y en lo inverosímil de la pérdida. El autor expresa sin medias tintas la frustración y la angustia de un padre sin incidir en descripciones sensacionalistas del sufrimiento. El resultado son unas emocionantes memorias que trascienden la muerte del niño al que están dedicadas

 

Entrevista:

 

P.- ¿La hora violeta o cuando la literatura se convierte en terapia para superar una pérdida? En tu caso como escritor, ¿quizás ha sido el camino para sentir más cercano y presente al hijo perdido?

Tengo que negar la mayor: no creo en la literatura terapéutica y La hora violeta no lo es en ningún sentido. La escritura es siempre una forma de ahondar en el dolor, justo lo contrario de sublimarlo. No me gustaría que los lectores pensaran en el libro como en un relato “de superación” o como un material de “autoayuda” del que se pueda extraer una moraleja. La hora violeta es mi respuesta como escritor a la peor tragedia de mi vida, a la que me enfrento con las únicas armas que conozco, las de la literatura. Porque yo no concibo una frontera entre mi yo escritor y mi yo persona, los dos yoes son uno. He convertido la enfermedad y muerte de mi hijo en literatura porque así puedo reducirlas a unos términos que controlo. De otra forma, el dolor sería informe. Pero eso no tiene nada que ver con la superación o con un propósito terapéutico. Si así fuera, la obra carecería del menor interés literario, serían las notas de un psicoanalista desfasado y mediocre. Se trata de mi testimonio literario, de un acercamiento narrativo a mi propio dolor y, por extensión, los lectores lo podrán percibir como un acercamiento narrativo a un tipo de dolor más universal, que les resultará fácilmente comprensible. Además, la muerte de un hijo no se supera nunca. Se aprende a vivir con ella, pero no se supera. El dolor es hoy tan intenso como el día que murió Pablo. Simplemente, ahora sé manejarlo, pero no ha perdido ni un poco de intensidad o de fiereza.

 

P.- Sumerges al lector en un mundo plagado de hospitales, pruebas y medicaciones que resulta realmente duro. Como dices en tu libro, una geografía hostil que sin embargo muestra la realidad más allá de los sentimientos.

Es el mundo que le tocó vivir a mi hijo. Intento transmitir la alucinación que sentíamos los primeros días y cómo poco a poco nos fuimos adaptando al horror. Convertimos el horror en nuestra vida cotidiana. Porque se puede vivir en el horror. Mucha gente vive en el horror. Tendemos a pensar que el horror es algo insoportable y no lo es, los seres humanos somos capaces de asimilarlo en muchos grados y formas. Es imposible de concebir desde el lado de fuera, especialmente en una sociedad con los sentimientos tan anestesiados y tan entregada a la asepsia emocional, pero es así, y en el libro trato de reflejarlo, alla maniera en que lo reflejó Primo Levi en Si esto es un hombre. Él, hablando de los campos de concentración. Yo, hablando de los niños con cáncer. Al final, la causa del horror importa poco cuando se sufre.

 

Sergio del Molino.
Sergio del Molino.

P.- Con independencia del dolor que puede sentirse en las tristes circunstancias que se ven venir, la narración es bastante contenida, invitando al silencio y a la reflexión.

Una lección que aprendí hace mucho tiempo es que el horror no necesita adjetivos. Cualquier intento retórico por enmarcar el dolor convierte su expresión en vacua y relamida. Mi escritura es contenida porque huye constantemente de lo cursi y del melodrama, que son, además de grandes enemigos de la literatura, grandes mentirosos. No sé si invito al silencio o a la reflexión, pero sí que intento ser fiel y digno, que la forma tenga la dignidad que el relato requiere. En ese sentido, el lector no se va a encontrar con grandes ayes ni páginas plañideras, porque eso sería trivializar la historia. De nuevo, mi modelo es Primo Levi: la contención narrativa, lejos de enfriar las emociones, las acentúa.

 

P.- Padres dolidos, rabiosos y dolientes enfrentados a contingencias que superan a cualquiera. Puede que esa sea la razón del trazo frío que a veces se nota en tu libro.

No creo que mi escritura tenga un trazo frío. Una cosa es que me contenga y no abuse de la adjetivación ni de la frase larga y otra muy distinta que sea frío. Escribo con el corazón abierto constantemente. Que no utilice eufemismos o me atreva a llamar las cosas por su nombre no me hace (a mí o a mi escritura, que es lo mismo) insensible. Siempre he sido un gran enemigo del eufemismo y de la insinuación. Me parecen estrategias retóricas taimadas y un punto cobardes que, generalmente, sirven para que se camuflen tras ellas escritores aviesos, que quieren convencernos de que son muy sensibles. Yo desconfío mucho de quienes presumen de una elevada y muy afectada sensibilidad. Sus estrategias retóricas, casi siempre cursis, suelen ser pantallas que ocultan un egoísmo genuino. No puedo demostrarlo (al menos, no en esta entrevista, necesitaría un libro entero para investigarlo y argumentarlo), pero, cuanto más barroco y engolado es un discurso, más falso me parece el orador. Cuanto más se lleva la mano al pecho y más se duele con aspavientos de mal actor, menos me lo creo. Pero lo contrario no es frialdad, sino sobriedad. Y la sobriedad es una virtud narrativa. Como he dicho antes, creo que es la única estrategia moral y estéticamente pertinente en este libro, la única forma de transmitir una emoción literaria no adulterada ni edulcorada. Como dice Javier Pérez Andújar, el estilo es una postura moral. Estoy completamente de acuerdo. 

 

P.- Palabras como oncopediatría se hacen tristemente cercanas, pero que perfectamente encajas en un texto que se nota estudiado, que huye siempre del melodrama. 

Creo que he contestado ampliamente a esta pregunta en la anterior respuesta. De hecho, uno de los hilos narrativos, casi un leitmotiv, de La hora violeta es mi lucha contra la tentación melodramática. Reniego constantemente de una realidad que se empeña en ser melodramática. La literatura se convierte así en mi forma de consolidar y asentar mi humanidad, que no me la destroce un cliché cursi.

 

P.- Pablo deja de ser un personaje, para ser una experiencia de vida, de lucha y superación.

Pablo es una experiencia de vida porque vivió, fue una experiencia de su propia vida. En cuanto a la lucha, es una de las metáforas de las que reniego en el libro. Mi hijo era muy fuerte, pero no era un luchador porque, para empezar, ni siquiera sabía que estaba peleando contra nada. Y de superación, tampoco, porque no superó su enfermedad. Una de las reflexiones más trabajadas de La hora violeta es precisamente un intento de refutación de las metáforas y mitos que hay en torno al cáncer. Los enfermos de cáncer no luchan. Simplemente, están enfermos. Unos se curan y otros no. Pero, si aceptamos el planteamiento de la “lucha”, concluiremos fácilmente que los que mueren, o bien no han luchado o no lo han hecho con la suficiente fuerza. En otras palabras: les culpamos de su propia muerte. Rechazo estas metáforas tajantemente. Mi hijo fue luminoso y vital porque era un niño maravilloso capaz de enamorar a cualquiera. Hay decenas de testimonios: Pablo no dejaba indiferente a nadie. Por su fortaleza, por su humor (embrionario, pero muy divertido) y por su ternura. Y es la prueba de la vacuidad de esas metáforas guerreras: no he conocido a nadie más fuerte y más optimista que mi hijo. No conocía el desánimo porque era un niño sin conciencia del horror, capaz de ser feliz en las circunstancias más atroces. Y, aun así, murió. Creo que es eso lo que enamora a los lectores, la luminosa inconsciencia de un niño pequeño que juega junto a un monstruo sin asustarse, porque no sabe que ese monstruo lo va a devorar.

 

horaP.- Realista, narrada en primera persona, los sentimientos del padre y del enfermo se hacen plausibles. ¿Es el estilo más adecuado para empatizar con el lector?

Quería que el libro se pareciese a un dietario. Y, en cierta forma, es un falso dietario, narrado en tiempo presente. Buscaba la mayor cercanía posible con el lector. Si hubiera escogido otro punto de vista, habría tenido que recurrir a la ficción o habría marcado unas distancias impropias con la historia, como si esta no fuera conmigo. Era, de nuevo, la estrategia más honesta y limpia que encontré.

 

P.- Utilizas la música en tu libro como elemento de evasión, liberador. ¿Tiene una banda sonora propia? ¿Cómo la definirías?

Más que como elemento liberador, como una expresión elemental de mi dolor a través del dolor de otros. Son canciones lastimeras que, aunque hablan de otros dolores, casi siempre menos intensos que el mío, trabajan el dolor. Me reconocía en sus lamentos y en sus gemidos. Casi todas son canciones, curiosamente, que hablan de volver a casa, de la añoranza por un hogar perdido o del deseo por construir un hogar. Por huir de la intemperie. Ahora pienso que las escogí porque yo también me sentía muy lejos de casa y anhelaba volver a ella.

 

P.- Siguiendo la línea del título, ¿todo el mundo pasa en algún momento por esa hora violeta en la que todo parece estar detenido?

Absolutamente todo el mundo. De eso va la hora violeta, es una hora de tránsito, ese instante de nadie, ese rato que va desde que sales del trabajo hasta que te montas en un taxi (y digo un taxi porque es lo que menciona Eliot en la estrofa de donde saco la frase de la hora violeta). Un tiempo que nadie recuerda, que nadie tiene en cuenta, porque es un tiempo falso, una espera, algo vivido en futuro o en pasado. La diferencia contigo es que tú pasas como un rayo por la hora violeta, casi ni te enteras de que existe, pero yo vivo en ella. Os veo pasar y no os dais cuenta de que estoy atrapado en ese momento. Pensáis que soy como vosotros, que me espera alguien en algún sitio, pero no es así. La hora violeta es como una estación: mientras vosotros bajáis y subís a los trenes, yo permanezco sentado siempre en el mismo banco. Ni me quedo ni me voy. Así estoy desde que murió mi hijo, esa es mi hora violeta.

 

P.- Con el tiempo y una vez asumido el tremendo trago que supuso la muerte de Pablo, ¿cómo ves ahora esta experiencia narrativa?

Estoy muy satisfecho de haber escrito un libro que considero a la altura de mi dolor y de la dignidad de mi hijo. Si no creyera que lo está, no lo habría publicado. Siento que es un libro que me va a acompañar toda mi vida, a diferencia de otras obras, de las que me olvidaré o de las que, quizá, renegaré.

 

P.- Desde la intriga, el dolor y el caos de No habrá más enemigo, ¿cómo ha evolucionado Sergio del Molino?

Soy un narrador más maduro, menos obsesionado con la pirotecnia verbal, mucho más seguro de mi tono y de mi voz. Sé mucho mejor lo que quiero decir y cómo quiero decirlo.

 

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