Piel, camino y universo Almodóvar
Por Jordi Campeny
Un matrimonio alcoholizado, desquiciado, abatido y triste mantiene una discusión en su casa. La cosa va más o menos así. Él le dice: -¿Por qué no te maquillas un poco?, a lo que ella responde: -¿Por qué no te maquillas tú la polla? Se hace el silencio; ella posa su mirada turbia en la nada, toma un trago de whisky y dice: -Qué preocupación tengo con lo del Líbano, oye. Y él, dubitativo y derrotado, culmina el diálogo: -Mi Líbano eres tú.
Esta escena pertenece a la película ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984), considerada para algunos estudiosos de la obra de su director como su primera “pequeña obra maestra”. En este breve fragmento de diálogo encontramos -de algún modo- resumido todo el corpus almodovariano: es una mezcla, una amalgama, un híbrido, pura heterogeneidad. Elementos dispares e incluso incompatibles que, gracias a la mano maestra de su autor, se homogeneízan y fluyen. En estas breves frases, al igual que en la mayoría de su filmografía, convive lo superficial con lo profundo, lo vulgar con lo poético, lo bizarro con lo estético, lo ridículo con lo exquisito, lo frívolo y cómico con lo trágico. Eso, y mucho más, es el universo Almodóvar.
Pedro Almodóvar Caballero (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949) tiene en su haber 19 películas. La primera, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón se remonta al año 1980 y la última, de reciente aparición, Los amantes pasajeros, de 2013. Vamos a realizar un breve recorrido por su obra hasta llegar a su última cinta, una discutible propuesta que le ha valido las más feroces críticas y las más importantes retribuciones económicas en taquilla, en un estreno, de toda su carrera.
Hay elementos recurrentes en toda la obra almodovariana que se repiten continuamente hasta acabar creando un único y reconocible universo. El cine de Almodóvar crea un naturalismo que deconstruye el habitual costumbrismo burgués del cine español. Contrariamente a eso, suele representar una realidad marginal, y abunda en elementos provocadores y escandalosos: policías corruptos, consumo de drogas, maltrato, prostitución, niños precoces, homosexualidad, etc. El escritor Jaime Royo-Villanova, en su libro-ensayo “Almodóvar, mon amour” cataloga los grandes temas almodovarianos del siguiente modo: Dios, muerte, sexo, fiesta e infancia (“El genio es sólo la infancia claramente formulada”, Los paraísos artificiales, Baudelaire), y todo ello sin renunciar (casi) nunca a su humor irreverente. Y por debajo de su obra subyace siempre su gran tema: el deseo.
Las películas de Pedro Almodóvar han ido evolucionando, tanto en el fondo como, principalmente, en la forma. Dos constantes en toda su obra son la creación de un universo de personajes reconocibles, complejos, atormentados, únicos y llenos de aristas (da la sensación que sus criaturas podrían saltar de una película a otra tranquilamente, y seguiría funcionando el engranaje a la perfección) y la otra es su estética, aunque cambiante, siempre profundamente pop. Y es que lo pop y lo trágico han ido juntos de la mano en diversas ocasiones. Eduardo Haro Ibars, protagonista de los ochenta, comparó lo pop con la tragedia griega. Lo hizo en un artículo titulado “Arde la Noche” y en el que dejó escrito: “Lo pop es lo heredero de la tragedia griega en lo que tiene de expresión total y de catarsis para un pueblo, para una cultura”. Ética y estética, por lo tanto, van unidas de la mano. En el cine de Almodóvar la forma y el fondo se diluyen y son intercambiables.
Su primera etapa podríamos denominarla punk; fue una época iniciática. Cine irreverente, underground, provocador, descuidado. Comedias furiosas y espectacularmente libérrimas que hoy en día difícilmente podrían rodarse ni, mucho menos, distribuirse. Cintas a menudo desprovistas de lógica narrativa e impregnadas de elementos de mal gusto (escatología, pederastia, drogas…); fueron gritos desaforados de libertad que empezaban a colarse por las grietas de una España gris y aletargada que salía de los estertores de la dictadura y amanecía en los primeros años de la democracia. En esta etapa incluiríamos sus dos primeras cintas: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) y Laberinto de Pasiones (1982).
“Hay cosas que no pueden ocultarse, por eso me casé con él. Creí que siendo policía me iba a tratar como una perra pero, ¡qué va, hija! Me respeta como si fuera su madre!” (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón)
“Estoy en la cama con mi padre, se acabaron los problemas de sexo en la familia” (Laberinto de pasiones)
La tercera película que realizó el manchego ya supuso un salto cualitativo evidente. Algunos cinéfilos bautizaron esta etapa como berlanganiana-felliniana. Sigue con su irreverencia, furia, libertad y voluntad de escandalizar. Toca temas hasta el momento tabús, mezcla sin tapujos religión, drogas, infancia, homosexualidad… En esta etapa situamos sus films Entre tinieblas (1983) y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). Ésta última, pieza clave en su filmografía, sigue siendo considerada por algunos su obra más relevante y emblemática.
“No hay nada más parecido a la arrogancia que un exceso de humildad” (Entre tinieblas)
“-Hijo, ¿tú crees que éstas son horas?
-He estado haciendo los deberes en casa de Raúl, mamá
-¡Te has estado acostando con su padre, como todos los días!” (¿Qué he hecho yo para merecer esto!)
Su tercera etapa, clásico-maestra, es la consolidación de Almodóvar como director de éxito a nivel nacional e internacional. Empieza a utilizar un lenguaje más estilizado y va ganando en solidez narrativa, sin aparcar jamás la provocación ni la incorrección. Pasión, amor, celos y muerte son los leitmotiv recurrentes de esta etapa. Va depurando paulatinamente sus excesos y consolidando su estética. Encontramos aquí algunas de sus célebres comedias y arrebatados melodramas: Matador (1986), La ley del deseo (1987), Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), ¡Átame! (1990) y Tacones lejanos (1991).
“Lo peor no es que te violen, sino que se lo tienes que contar de pe a pa a todo el mundo” (Matador)
“-Anda y envenénate con tus fracasos si tanto te gustan…
-No me gustan, hijo de puta, pero he tenido que pagar un precio demasiado alto por ellos. Son lo único que tengo” (La ley del deseo)
“-¿A cuántos hombres has tenido que olvidar?
-A tantos como mujeres recuerdas tú.
-No te vayas.
-No me he movido.” (Mujeres al borde de un ataque de nervios)
“Tú sólo me ofreces muerte, y la muerte rara vez da la felicidad.” (Átame)
“Hija, nunca llegarás a ser ni una pálida sombra de lo que yo fui” (Tacones lejanos)
Tras Tacones Lejanos el director inicia una etapa experimental, una suerte de puente –con continuos vasos comunicantes bidireccionales- entre su cine más provocador, alocado, transgresor y lo que serían sus grandes obras, depuradas, maestras, sólidas, imperecederas. Es entre esta etapa y la siguiente donde se acaba de forjar el Almodóvar guionista. Sus películas aquí son dispares, imperfectas, con mayor hondura dramática en algunas; derribando continua y definitivamente las fronteras entre géneros en todas. Aparecen temáticas duras y hondas (amor, desesperación, locura, muerte) que se mezclan con descaro y eficacia con elementos cómicos y frívolos. Etapa irregular, quizás la que contiene sus films menos reconocidos o celebrados. Aquí incluimos las tres películas previas a su gran y definitivo salto internacional. Son Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Carne trémula (1997).
“¿Qué prefieres, que te viole o que te corte el cuello?” (Kika)
“De azul vestías tú el día que, huyendo de tu vida, te chocaste con la mía” (La flor de mi secreto)
“-No me vuelvas a pegar
-Si me duele a mí más que a ti” (Carne trémula)
Entramos en la última etapa del genio manchego, su etapa refinada-vanguardista, donde demuestra con todo su esplendor el extraordinario director y guionista que es. Crea historias complejísimas, a veces laberínticas, valientes y arrebatadas. Algunas veces consigue piezas redondas y perfectas (Volver), y otras películas le salen más digresivas y densas (Los abrazos rotos). Ha refinado completamente su estilo sin olvidar nunca sus señas de identidad. Cine hecho tanto con el corazón y las entrañas como con el cerebro. Resulta imposible e ingenuo intentar dilucidar en qué porcentaje utiliza uno u otro, pero casi seguro que se impone el primero al segundo.
Cine excesivo, personal y doliente que le ha supuesto una legión de seguidores incondicionales por todo el mundo y otra de acérrimos detractores. Es aquí donde ha recibido sus grandes premios (entre ellos, dos Oscar de la Academia de Hollywood) y donde se ha colocado definitivamente entre el grupo de los directores esenciales y de culto: Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), La mala educación (2004), Volver (2006), Los abrazos rotos (2009) y La piel que habito (2011).
Ésta última, culminación del último meandro de su carrera, cierra etapa. Merecería un artículo a parte contextualizar y analizar La piel que habito, que es, más que una obra, una estación de llegada. En ella confluyen sus obsesiones, y su estética se rapa al cero. Tiene una forma exquisita, y, aunque a menudo ha sido incomprendida e incluso maltratada, nos hallamos ante una obra cumbre de su director, un ejercicio quirúrgico de aplomo y alta seguridad. Consigue más que nunca lo que vino haciendo desde siempre: reconciliar lo irreconciliable, mezclar mundos antagónicos, aunar horror y belleza. Conseguir, tal y como ha manifestado el director coreano Kim Ki-Duk refiriéndose a su propia obra, que el blanco y el negro sean el mismo color.
“Empecé a fumar por culpa de Bette Davis. Me puse Huma porque humo es lo único que ha habido en mi vida” (Todo sobre mi madre)
“No se preocupe, si hay algo que respeto son las fobias de los demás” (Hable con ella)
“Ella se define a sí misma como una mezcla de desierto, casualidad y cafetería” (La mala educación)
“Y entonces comprendí que Paula es tu hija, y es tu hermana” (Volver)
“No sé de qué habéis hablado todos estos días, pero yo sí sé lo que no os he contado en todos estos años” (Los abrazos rotos)
“¡Lo que no pueda conseguir el amor de un loco!” (La piel que habito)
Y de repente, Almodóvar vuelve (o pretende volver) a la risa, a la incorrección e irreverencia de 25 años atrás, y ofrece Los amantes pasajeros. Con algunas salvedades, la crítica se ha mostrado implacable y, en algunos casos, incluso sangrante con la película. Sin coincidir con estos posicionamientos más extremos que rozan la bravuconada y el linchamiento gratuito, cierto es que el film queda lejos -en tiempo y en calidad- de sus comedias más célebres, y se sitúa varios peldaños por debajo del nivel medio de su obra. Aunque sana, libérrima e inflamada, la cinta se ve aquejada por un halo de irrealidad y artificio que, si bien en los ochenta era pura transgresión y respiración natural, ahora es artificiosidad, caricatura, cartón-piedra.
Contiene una memorable coreografía, de los tres azafatos principales de la tripulación, que probablemente acabe convirtiéndose en todo un icono en la filmografía almodovariana. Una divertida y amaneradísima puesta en escena del “I’m so excited” de The Pointer Sisters que arranca risas y buen rollo en el patio de butacas y lo inunda de plumaza. Posiblemente nuestro recuerdo sólo retenga esta escena de una película que avanza con guión errático, entre bromas y gags que son pálidas fotocopias de lo que fueron una vez, hasta alcanzar el tramo final, en un divertimento ya hastiado de sí mismo.
Almodóvar ha hecho un paréntesis de Almodóvar, ha pretendido hacer una sophisticated comedy a lo años 30 y le ha salido un eco lejano y desfasado de su propia voz.
Pero le ha valido el arranque en taquilla más importante de toda su carrera. No da puntada sin hilo; incluso en sus títulos menores y más discutibles acaba ganando –de algún modo- la partida.
Estaremos muy pendientes de su próxima propuesta, la que definitivamente abrirá otra etapa en su carrera. Los amantes pasajeros habrá sido un alto en el camino para respirar, coger aire y despegar.
“Somos un sueño imposible que busca la noche…Somos dos gotas de llanto en una canción…Nada más que eso somos…” (Chavela Vargas. Carne trémula, Pedro Almodóvar, 1997).
Estupendo artículo, Jordi Campeny.