Juan Vilches: «Me impongo tres reglas básicas: conocer el pasado, comprender el pasado y respetar el pasado»
Entrevista de Care Santos
Juan Vilches acaba de atreverse a novelar un misterioso viaje emprendido en el año 1940 por los entonces duques de Windsor: Eduardo VIII, el rey más breve de la historia de Inglaterra (sólo reinó 325 días) y su esposa, la multimillonaria estadounidense Wallis Simpson, por cuyo amor había renunciado él el trono sólo unos pocos años antes. Las relaciones de tan estrafalarios personajes con el nazismo, el papel que jugaron en esa partida los colaboracionistas nazis más activos de la España de Franco o las rencillas políticas del momento pululan por una historia que se lee con sumo agrado gracias al talento de su autor para narrar, a su profundo conocimiento de la época y a un don para convertir en thriller hasta la más pequeña anécdota. En esta entrevista, Juan Vilches nos explica los pormenores de Te prometo un imperio (Plaza & Janés), su relación con la novela histórica y lo que espera de ahora en adelante.
—¿Por qué los duques de Windsor y por qué ese viaje a Madrid?
—Eduardo VIII y Wallis Simpson son dos personajes que, hoy día, siguen levantando pasiones. Eduardo ha sido el rey más querido y admirado por el pueblo británico, capaz de renunciar a todo un Imperio por el amor de una mujer plebeya, norteamericana y divorciada en dos ocasiones. Un cuento de hadas maravilloso. Pero bajo la apariencia de esa historia de amor tan perfecta, calificada por la prensa mundial como «la más bella historia de amor de todos los tiempos», intuía que había algo. Me puse a investigar y no me equivoqué. No todo era amor, sino que había mucho más. A los tres años de abdicar Eduardo, estalló la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1940, cuando las tropas alemanas estaban a punto de conquistar Francia, los Windsor abandonaron su mansión en la Costa Azul, y lejos de escaparse a un territorio «amigo», como Gibraltar, Portugal o la propia Gran Bretaña, decidieron viajar a España, una nación amiga de la Alemania nazi y que estaba a punto de declarar la guerra a Inglaterra. ¿Qué pintaba aquí Eduardo? ¿Acaso pretendía firmar la paz con Hitler y recuperar la corona perdida? A partir de este viaje a España, Eduardo se convertirá en un personaje incómodo, conflictivo, incluso se le acusará de traidor. Ni el Gobierno inglés ni su familia jamás le perdonarán su comportamiento en Madrid, y será apartado por completo de cualquier acto oficial y castigado al ostracismo más absoluto. Con todos esos ingredientes, ¿cómo me iba a resistir a escribir esta historia?
—¿Cómo es su relación, como lector, con la novela histórica?
—Me apasiona la novela histórica, aunque no todas las épocas me atraen igual. Y soy bastante selectivo: sólo me interesan aquellas novelas que respetan tres reglas básicas, que yo mismo me impongo, y que trato de seguir a toda costa: conocer el pasado, comprender el pasado y respetar el pasado. Conocer el pasado exige una profunda investigación previa de la etapa histórica en la que se desarrollará la novela. Comprender el pasado supone no juzgar los comportamientos pasados bajo criterios actuales. Y respetar el pasado significa que la historia no puede cambiar la Historia. Ahora bien, la novela histórica es, en primer lugar, novela, y, por tanto, ficción. Y ahí viene el verdadero dilema de este género: ¿cómo compaginar los hechos históricos y la ficción? Y sólo admite una respuesta: como novelistas, lo importante no es la verdad, sino la verosimilitud, es decir, sin falsear la Historia, debe primar la ficción.
—Si tuviera que elegir una familia literaria de cinco miembros, ¿a quién elegiría y por qué razón?
—Umberto Eco, por El Nombre de la rosa. Gore Vidal, por Juliano el Apóstata. Robert Graves, por Yo, Claudio. León Tolstoi, por Guerra y paz. Y Manuel Mújica Lainez, por Bomarzo.
—Supongo que es usted degustador de esas ficciones recientes sobre la familia real británica. De El discurso del rey a The Queen, pasando por La locura del rey Jorge…
—El cine británico, para cierto tipo de películas de corte histórico, es único. Y no sólo en la gran pantalla; todos recordamos las grandes series de televisión de los años 80, como Yo, Claudio, o Arriba y abajo, y que tuvieron una gran popularidad. De los tres títulos que has mencionado me quedo, sin lugar a dudas, con El discurso del rey, una película realizada con rigor histórico, aunque trata con gran benevolencia, por razones obvias, al rey Jorge VI, padre de la actual reina.
—¿Considera un atrevimiento novelar la relación de los duques de Windsor con el nazismo? No es un tema muy tratado, desde luego.
—Sin duda, suponía un reto muy importante, y hasta ahora nadie se había atrevido a novelar esa relación. A lo largo de los años, hemos pasado de considerar a Eduardo un hombre romántico y valiente, capaz de dejarlo todo por el amor de una mujer, a que se le califique de rey traidor, dispuesto a recuperar el trono de las manos de Hitler. No era fácil escribir sobre este tema, sobre todo por la falta de información. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el rey Jorge VI ordenó al servicio secreto británico que recorriera la Alemania recién liberada y eliminase todos los documentos que vincularan a su hermano con los nazis. Los pocos datos que se pueden manejar proceden de los archivos desclasificados del FBI. Y es de esperar que en el año 2016 se desclasifiquen los documentos que puedan existir en Inglaterra, aunque no espero nada relevante.
—En la nota final de la novela dice haberse permitido las licencias de su oficio «con la única intención de hacer pasar un rato agradable al lector». ¿Hacer pasar un rato agradable al lector es su primera prioridad? ¿Hay otras? ¿En qué orden?
—Para mí, escribir es un acto agradable, placentero. Me siento feliz cuando imagino historias delante del ordenador. Disfruto de lo que escribo, y por eso lo hago, pues en caso contrario me dedicaría a otras cosas. Si al mismo tiempo que disfruto, consigo que el lector pase después un rato agradable, el resultado no puede ser mejor.
—Supongo que esta novela, publicada en un gran grupo editorial, cambia un poco las cosas. Y ahora, ¿qué?
—Me considero un afortunado en este difícil mundo de las letras. Con mi primera novela conseguí ser finalista del Premio Fernando Lara. Ahora, con la segunda, he logrado que un gran grupo editorial se haya fijado en mí. ¿Qué más puedo pedir? Confío seguir en la misma línea, y espero que la tercera novela sea recibida por los lectores con el mismo cariño y entusiasmo que las anteriores. A ellos les debo todo.
Juan Vilches es un escritor de primera. Mete al lector de lleno en la novela a las pocas páginas de comenzar la lectura y el entramado de historias de la obra es apasionante y adictivo. Es curioso que, poco después de salir esta novela, las más prestigiosas editoriales se hayan dedicado a desempolvar libros sobre los Duques de Windsor y colocarlos en el mercado. Juan, sin querer, ha creado tendencia, y su escritura sencilla y depurada es envidiada por muchos otros colegas de pluma en ristre.
Yo si creo que podemos «juzgar» el pasado, sobre todo el pasado reciente. Porque incluso hubo gente adelantada a su tiempo, para bien, y eso hay que valorarlo positivamente. Eso si, hay que tener siempre en cuenta que es eso, pasado, es decir, otros tiempos, otras culturas. Y tener muy claro también que los tiempos actuales no son una maravilla, no somos el culmen o el fin maravilloso de la Historia. Nosotros también seremos juzgados. Llegarán otros que nos mirarán con los ojos de los diversos futuros.