El feminismo negro: Sojourner Truth
Por Ignacio G. Barbero.
Tendemos a pensar que el feminismo es una corriente de pensamiento unitaria y definida cuyas reclamaciones son claras y concisas. La razón es que concebimos y tratamos a todas las mujeres (y hombres) sin hacer depender su identidad de la cultura y las condiciones materiales que las han visto nacer. Esta visión abstracta y universalista pertenece al feminismo occidental, que no hace más que reproducir los principios de racionalidad, igualdad y autonomía individual de la Ilustración filosófica. Ahora bien, yendo más allá de nuestras propias narices conceptuales y observando con atención los numerosos movimientos en pos de la liberación de las mujeres que se han dado a lo largo de la historia, hemos de reconocer la variedad epistemológica de las reflexiones feministas que proceden de distintos ámbitos culturales. No todas son iguales.
Una de esas tradiciones “diferentes”, la que aquí nos ocupa, es el feminismo negro de los EE. UU., surgido en un contexto esclavista y, por lo tanto, racista. Esta línea de pensamiento se articuló, originalmente, en torno a la crítica feroz del concepto de género, ya que éste formaba parte del sistema de relaciones jerárquicas de raza, a saber: el poder hegemónico de su tiempo construyó a las mujeres negras como no-mujeres. No sólo eran reprimidas en razón de su sexo-género, como las mujeres blancas, sino, además y de manera sistemática, por el color de su piel, lo que las convirtió en seres irrelevantes, sin reconocimiento ni legitimidad. Ni siquiera eran tenidas en cuenta por el movimiento feminista, tan presente en la realidad norteamericana del S.XIX, ya que, según la lógica de dominación, no “eran” mujeres.
En consecuencia, los discursos de género del feminismo negro necesariamente tuvieron que partir de una negación, de una exclusión, de un angustioso interrogante: “¿Acaso no soy una mujer?”. Así, curiosamente, fueron tituladas las palabras que Sojourner Truth -nacida como esclava bajo el nombre de Isabella Bomefree pero liberada en su juventud- pronunció en la Convención de los Derechos de la Mujer de 1851. La única mujer negra de la sala, indignada ante los continuos comentarios sexistas de los hombres, expresó su malestar con un discurso espontáneo y radical que supuso la fundación del feminismo negro. Usó un lenguaje personal que le ayudó a deconstruir la categoría hegemónica de mujer (blanca), una categoría desde la cual era negada, reivindicando su propia identidad en tanto que mujer (negra); un doble proceso simultáneo, de reclamación y reconstrucción de la identidad, que dio cuerpo y alma a un enorme grupo de féminas.
El feminismo negro goza de muy buena salud en la actualidad; pensadoras como Angela Davis continúan ayudándonos a comprender lo que la iletrada y sabia Sojourner Truth esbozó hace más de siglo y medio. No debemos bajar la guardia, porque esta tradición filosófica no sólo nos habla de los derechos de una parte importantísima de la población mundial, sino de los prejuicios etnocentristas que suelen dominar nuestros análisis de la realidad y fomentan, involuntariamente, el ocultamiento de demandas más que legítimas. Sin más preámbulos, les dejamos con una selección de alegatos de la protagonista de esta entrada:
“Soy una mujer de pleno derecho. Tengo tanta fuerza como un hombre y puedo trabajar tanto como uno de ellos. He arado y he cosechado, he quitado la cáscara al grano y he talado y he segado, ¿acaso un hombre puede hacer más? He escuchado mucho acerca de la igualdad de los sexos; puedo cargar tanto como un hombre y puedo comer tanto como él, si consigo alimento. Soy tan fuerte como cualquier hombre que exista. En cuanto a la inteligencia, todo lo que puedo decir es que si una mujer puede contener una pinta y un hombre un cuarto, ¿por qué no puede tener la mujer su pinta llena? No tenéis que temer concedernos derechos por miedo a que obtengamos demasiado, en tanto que sólo podemos contener una pinta. Parecería que los pobres hombres están confundidos y no saben qué hacer. ¿Por qué, hijos? Si tenéis en vuestras manos los derechos de la mujer, dádselos y os sentiréis mejor. (1851)
(…) Hemos sido muy afortunadas de haber acabado con la esclavitud, parcialmente, no de forma completa. Quiero destruirla de raíz. Entonces sentiremos de verdad que somos libres; que podemos ocupar cualquier lugar accesible a aquel que ha conseguido sus derechos. Creo que si tengo que responder por los pecados de mi cuerpo exactamente lo mismo que un hombre, tengo el derecho a tener exactamente lo mismo que tiene un hombre.
El hombre de color ha conseguido sus derechos, pero nadie […] se preocupa por los derechos de las mujeres de color. Vaya, el hombre de color será dueño de la mujer y sencillamente estaremos tan mal como antes. Ahora que las cosas están agitadas, quiero seguir agitando hasta que se pongan bien del todo. Porque si paramos, será un trabajo terriblemente duro arrancar la máquina de nuevo. Así que pido esto a las mujeres. Las mujeres blancas saben mucho; las mujeres de color ―esto es, las que han sido liberadas recientemente― no lo saben. Los hombres de color aprenderán, como el resto de los hombres, a ser una especie de amos. Tratarán de ser los amos de sus esposas de color.
Una mujer no puede reclamar nada como suyo. ¿Por qué? Ella está en la misma posición que él. Ella no puede llevarse dinero a su propio bolsillo, pero él lo puede coger. Él puede gastarse su dinero y coger el de ella. Ella no puede comprar lo que quiere para sí misma y sus hijos. El hombre reclama su dinero, su cuerpo, y todo para él.
Vemos a pobres mujeres que vienen a ser juzgadas por hombres. Si vamos a ser juzgadas por hombres, ¿por qué no podemos formar parte del asunto y juzgarles a ellos también?(…) Si es indecente que las mujeres estén allí, entonces tampoco es decente para los hombres. Nadie debería estar en un sitio que no fuera lo sufi cientemente decente para las mujeres.
(…)Yo he trabajado tanto como la mayor parte de los hombres. Si yo trabajo tanto como un hombre, ¿por qué no me pueden pagar como a él?Si yo escribo y hago cuentas tan bien como un hombre, ¿por qué no puedo ganar tanto dinero como él? Ellos no hacen más que yo ¿Por qué tienen que tener una paga mayor? Como las mujeres alemanas, ellas hacen tanto trabajo como los hombres, pero él gana un dólar y ella gana medio. Porque es una mujer. Ella, si puede, come tanto como un hombre. Nadie debería juzgar cuánto come una mujer, o cuánto juicio tiene ―son cosas que no se pueden evitar. Yo he conocido a mujeres que tenían mucho más juicio que los hombres. He hablado con ellas. Dadles una oportunidad. Esto es lo que los hombres temen ―tienen miedo de que las mujeres los degraden. Las mujeres deberían superar a los hombres durante algún tiempo para que ellos vuelvan a su sitio”
Pero a los hombres les da miedo dar a las mujeres sus derechos. Incluso se educa a los niños para que les digan a las mujeres: «Oh, sólo eres una mujer, tú no sabes». Les hablan así a sus madres. Como Adán cuando Dios le preguntó qué había estado haciendo, culpó de todo a Dios y a la mujer. Igual que los niños, que cuando crecen le echan la culpa a la mujer.
[Relato de sus palabras] Dijo que los hombres habían tenido a las mujeres como esclavas tanto tiempo que pensaban que les pertenecían, igual que los esclavistas tenían esclavos y pensaban que eran de su propiedad. Estuvo en Washington tres años. Pensaba que las mujeres de color de Washington debían poder votar igual que los hombres de color. Quería que todo el mundo defendiera la igualdad de derechos.”
(Fuente de los textos de Sojourner Truth: “Feminismos negros. Una antología”, obra editada por Traficantes de Sueños)