"Los penúltimos días (1949-1950)", de Héctor Álvarez Murena
Por Juan Soros.
El nombre del intelectual argentino Héctor Álvarez Murena (Buenos Aires, 1923-1975) puede sonar desconocido en el actual panorama de sobrevaloración de las novedades, especialmente las recubiertas del aura exótica de “lo latinoamericano”. Sin embargo, lo reconocerán los lectores de Walter Benjamin, ya que fue su primer traductor al español y sus versiones siguen en prensa hasta la actualidad. Ahora que los escritos del filósofo alemán están presentes en múltiples ediciones y se le dedican homenajes y exposiciones en el ámbito hispánico, esta referencia puede ser de utilidad, porque la escritura de H. A. Murena se puede vincular a la de Benjamin en varios aspectos (guardando las diferencias y considerando sus particularidades). Sobre todo se asemejan por su afán de independencia ideológica y, casi de manera causal, por explotar las virtualidades del discurso fragmentario -no totalizador, abierto- que permite el ensayo cuando se resiste críticamente a la protección de un aura, sea la que sea. Aunque Murena frecuentó casi todos los géneros literarios, Los penúltimos días (1949-1950) es un texto en el que despliega el potencial de la escritura con una soltura notable. Tanto su título como su construcción aluden al diario, al cuaderno de apuntes o dietario; el texto se estructura por meses y cada entrada –ninguna ocupa más de una página– lleva fecha y, en la mayoría de los casos, alude a un suceso concreto. Pero se trataría de un diario intempestivo, escrito con el ritmo de una crónica periodística, sin por ello ceder a la escritura instrumental de prensa, de breves ensayos que nos remiten a la escritura de Benjamin o que también pueden recordar –aunque son posteriores– las mitologías de Barthes, también escritas originalmente para una publicación periódica. Las entradas fechadas un mes se publicaban al mes siguiente en la mítica revista argentina Sur dirigida por Victoria Ocampo. El diario suele ser un género asociado a la intimidad y a una cierta edad. Murena escribe entre sus veintiséis y veintisiete años con la conciencia de que sus apuntes ensayísticos serán publicados al mes siguiente, leídos y debatidos. De ahí la sorpresa ante la lucidez de la exposición de sus ideas, aunque en muchos casos sean discutibles o conlleven la inestabilidad del apunte. Por lo mismo, es de agradecer en la edición de estos textos que se haya incluido un apéndice titulado “Respuestas a «Los penúltimos días»”, incluyendo las réplicas, a veces polémicas, a las controvertidas palabras de Murena publicadas en la misma revista. Esto permite una lectura mucho más completa, por ejemplo, de su discusión con la misma directora de la publicación, lo que además es una lección intelectual a nuestra época ante la falta de autocrítica en los espacios de difusión literaria.
Es de esperar que el rescate de estos textos sea el comienzo de la reincorporación del pensamiento de Murena al debate crítico hispanoamericano, especialmente al español, del mismo modo que él ayudo a integrar el de Benjamin y otros integrantes de la Escuela de Frankfurt al debate en lengua castellana. Por lo mismo, es de agradecer la edición y prólogo de la poeta y crítica Patricia Esteban (Madrid, 1975), quien dedicó su tesis doctoral a los ensayos de Murena. Sin embargo, no cae en ninguno de los tópicos de la academia y se desliga de sus inevitables esquematismos para entregarnos una visión ensayística del ensayo; lo presenta a la lectura como lo que es, un texto palpitante de pensamiento genuino. No es una edición anotada ni cargada de referencias que den cuenta del contexto bonaerense de esos años (los nombres de escritores y artistas, las calles, exposiciones, películas mencionadas, la misma historia de Sur o del grupo Martín Fierro o los vínculos de Murena con el poeta Alberto Girri y su reconocida deuda intelectual con Martínez Estrada). Este es un acierto editorial, ya que nos permite acercarnos a una de las características que nunca dejan de sorprendernos cuando la escritura busca sus límites: que puede ser leída hoy sin concesiones a razones filológicas o históricas. Como dice Patricia Esteban “hay una forma de resistencia que dota a «Los penúltimos días» de una contemporaneidad perturbadora y que hace de este texto […] un texto hiriente, extremo, con la impronta de lo a punto de cumplirse que es, a su vez, una definición en continuo traslado de lo contemporáneo. Y más aún, de algo que profiere, en su lucidez abrupta, una marca abierta en el presente. Penúltimos días también con respecto a nuestra lectura actual.”
Incluso las problemáticas más netamente argentinas o americanas aportan a debates de actualidad. Por ejemplo, cuando Murena dice “Nos ignoramos tanto los argentinos, los americanos.” Plantea una pregunta abierta que de alguna manera, para José Miguel Oviedo, podría estructurar la historia misma del ensayo hispanoamericano, pero que es común a la escritura ensayística española. En su Breve historia del ensayo hispanoamericano Oviedo dice que “los fundadores de la conciencia cultural y literaria del continente son sus ensayistas.” Entonces, la búsqueda de la identidad, originada en los años de las luchas de independencia (las americanas pero también la española), será una de las constantes temáticas del desarrollo de este modo de pensar, planteada como una pregunta por reflexionar más que como una respuesta definitiva.
Desde el punto de vista formal, los aspectos poéticos de estos ensayos son notables por su coherencia con sus contenidos. Al decir poéticos pensamos en ese límite donde lo ensayístico se acerca a lo aforístico y –evitando casi siempre la sentencia– linda con el poema como construcción de lenguaje intraducible. Es aquí también donde la escritura de Murena se asemeja a la de Benjamin, en esa forma de aportar “iluminaciones” o fogonazos que no sólo deslumbran por el alcance e independencia de las ideas desplegadas sino por la belleza y elegancia de la disposición de sus palabras en la frase. Sólo en contados casos, quizás por juvenil orgullo, cae Murena en generalizaciones o simplificaciones totalizadoras. Por lo general, su postura corre los riesgos de la independencia pero por lo mismo se cuida de dictar sentencia. Cuando afirma es en un sentido poético, abierto, que asume la problemática que plantea. Por ejemplo, cuando hablando de la poesía de T. S. Eliot y sus relaciones entre viejo y nuevo continente dirá: “América es un licor que se bebe en vano.” Así, Los penúltimos días de Murena nos invita a leer el mundo en sus contradicciones y aporías, en su rica complejidad, vigente desde su particular momento histórico hasta nuestros convulsionados días.
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«Los penúltimos días (1949-1950)»
H. A. Murena
Editorial Pre-Textos, 2012
152 pp. , 17 €